LA VIOLETA. 197 No ambiciono mas canciones Que la voz de la justicia. Símbolo eres, bella rosa, Del orgullo de la tierra, ¡Deja á la Violeta umbrosa Bn el radio que la encierra! Deja que pura y sencilla A la virtud simbolice ¡Bella luz que siempre brilla Por que el Creador la bendice! La rosa. — Llegó la razon, Violeta, Con tu dulce murmurio Y mi Íantasiíi inquieta ' grave á su albedrío. Humo es, el orgullo vano Y la virtud duradera, Démonos juntas la mano, Con amistad verdadera. Y que tome la mujer De nosotras lo mas bueno, Que si es hermoso su ser, Aumentará su poder Si está de virtudes lleno!! jfnlia (i. de la Pc\\a de Ballesteros. Montemorelos, Dbre. 16 de 1893. Hotos de melancolía. ¡(2ué fastidiosa es la vida y como i se hace pesada cuando está ausente el ser mas querido de nuestra existencia! el único duefio de nuestro amor, nuestro apoyo y para decirlo de una vez, la columna (pie sostiene la débil vida de la mujer. Cuando la suave brisa de la mafia- na refresca mi frente calenturienta por los pesares sufridos durante la noche, parece que me da la fuerza necesaria y permite descanzar á mi adolorida alma, cuando mi ser amado va en busca de lo que es indispensa ble para la vida,a cumplir con su destino; pues según Debay, autor de la historia natural del hombre y de la mujer, este de los treinta y seis á cuarenta afios es la edad de consistencia y en esa etapa de la vida las funciones orgánicas y las facultades intelectuales, han llegado á su apogeo, eí deseo de la fortuna, la ambición de gloria, y de los honores ocupan todos sus instantes. Bn esta épo ca es menos esclavo de los placeres de los sentidos, pero la pasión de adquirir, de brillar y mandar, la ocupan y le atormenta, lánzace en pos de las dignidades, de las distinciones sociales y deseoso de conseguir su objeto, olvida hasta á su esposa y desdeña todo lo que puede hacerle dichoso en el seno de su familia. Es verdad que casi siempre el botín que el hombre recoje en la lucha de la vida lo departe con la mujer, pues las mas de las veces es la causa que el hombre se arriesgue en los pe ligros y penalidades por conseguir lo mejor para ella y poner á sus plantas el producto de las glorias adquiridas; mas cuanta satisfacción sentiríamos en nuestro egoísmo, el que siempre estuviéramos cerca dos seres que se han unido, para juntos soportar las penalidades de la vida y disfrutar la dulce calma del hogar. En las tardes cuando el sol se ocul ta tras las montarías, y aparecen los brillantes ojos del ciclo, incensible-mente ruedan por mis mejillas ardorosas lágrimas recordando la ausencia de mi ser amado y no puedo me-nes que prorrumpir en estas espresio-nes: “Ven, ven á sonar conmigo al calor del hogar, y á que compartamos alegrías, para que el Angel de consuelo extienda sobre nosotros sus finísimas y trasparantes alas. Ven porque nuestro santuario está á obs -curas y decierto. Ven para que entre ambos encendamos las bugias de sus