RAWESURAS DE TROS TIEMPOS Por el Lie. M. Dueñas Maciel Espacial para los Periódicos Lozano del colores al- Estado; escenas que de seguro de- jr CALANDO de leer el *. precioso libro *E] Fol-/•" klore Mexicano’ culto escritor don Rutón M. Campos, profundamente impresionado lamentando el se encuentra esa rama Michoacan, con excep-que en ese sentido vie- descuido en que actualmente en ción del empeño no desarrollando otro escritor de aquella entidad federativa, cuyo nombre no recuerdo por el momento, voy a procurar pintar con los más vivos punas de las escenas llenas de gracia e ingenio de un hijo de una villa de a-quel leitarán a unos, harán pensar en ¡a psicología de nuestra raza a otros, y, a aquellos que conocieron al protagonista, suspirarán por su ausencia y le consagrarán un dulce recuerdo. Se trata de un señor, alias, Cutberto Amezta. XXX Por los años de 11)00 a 1901 me encontraba en el Mineral de Angangueo, con motivo de algunos asuntos judiciales. Repentinamente empezó a correr el rumor de que de una hora a otra se presentaría en la población, en visita oficial, el Gobernador del Estado, y para SU recepción, la. minería, el comercio y la industria, por medio do sus representantes, se dieron prisa para recibir dignamente al Primer Mandatario del Estado, luciéndose entre las comisiones respectivas las qlie presidían los señores don Vicente Velarde y el alemán don José Straub, encargado de la Compañía Minera; y como ¡a población carecía do un kiosko en donde se efectuaran las audiciones de la banda, se improvisó uno de tejamanil, adcfecio, digámoslo así, quev sirvió para que después, a iniciativa del señor don Baltasar Serrín de la Mora, Jefe de la Oficina Fiscal, y varios vecinos, entre los que se encontraban jóvenes y señoritas entusiastas, diéramos algunos esptctácu los teatrales, con lo que se logró reunir lo suficiente y hasta de sobra para cons fruir un elegante kiosko de fierro, llevado de la fundición de Monterrey, que espero existirá a la fecha. UN TIPO RARO En uno de los ensayos de las piezas dramáticas, bajo la dirección del profesor de la escuela oficial de la localidad, se nos presentó intempestivamente un sujeto como de unos treinta y ocho a-fios de edad, de cuerpo delgado, nariz aguileña, ojos café oscuro, labios delgados, wotenqtic de la mandíbula supe rior, picado de viruelas, apoyado en una caña sucia de otate, en virtud de no poderse mantener firme sobro su pierna derecha. Este sujeto vestía pantalón, chaqueta y chaleco de casimir color indefinible, sombrero de anchas alas y una tilma también bastante usada sobre el hombro de la pierna inválida. Sin preámbulos de ninguna clase, se dirigió hacia donde nos encontrábamos e] señor Servin de la Mora y yo, y tendiéndonos la mano nos dijo, más o menos de esta manera: ' ‘*¡011! mis queridos paisanitos, cuánto gusto tengo de verlos”, y sin esperar contestación prosiguió: “Vengo de México a pie, enfermo de esta pata que no me deja andar como yo quisiera; y como al llegar a aquí, me dijeron que ustedes estaban en el lugar, me abrí camino investigando hasta llegar a encontrarlos, y, a reserva de contarles mis aventuras, necesito algo de dinero para comer y para pagar un mesón en donde pasar las noches”. Scrvín metió la mano al bolsillo y di ó a Gutberto algunas monedas retirándose aquél no sin asegurarnos que pronto nos buscaría para la narración expresada. El señor Servín y yo nos quedamos compadeciendo a Gutberto y haciendo promesa de ayudarlo en cuanto pudiéramos, pues conocíamos su buen corazón y la simpatía que siempre se captaba entre todas las personas que lo iban conociendo, pues aunque inculto, tenía un talento natural que le abría las puertas en cualquier círculo en quo i encontraba, Gutberto Amezta, para buscarse la vida, las más de las veces, sobre todo para hacer sus viajes, se surtía de agujas, hilo, dedales, aretitog de vi 1 rio, estampas; en fin, de todas esas cosas que en su tránsito podía vender o cambiar por tortillas en los ranchos que encontraba en su camino, y en las ciudades ocurría a las partidas y carcaz?Kí7ie», a las tapadas de gallos y así pasaba la vida como un judío errante, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad; y como de cuando en cuancU se embriagaba en las tabernas de los arrabales donde concurre la peor clase de gente, iba a dar a las cárceles en donde trababa conocimiento con aquélla. UN CAMBIO DE VIDA El protagonista de mi leyenda, en unión de muchos Amezta, que radicaban en una ciudad, tenía un tío en la misma ciudad que gozaba, siendo esto muy cierto, de la opinión de hombre rico, y sucedió que ese tío murió, contándose que la misma noche de la de-función, la casa mortuoria se vió concurrida de todos los presuntos herederos, los que después de los trámites do estilo se vieron dueños, de la noche a Ja mañana como suele decirse, de la espléndida fortuna del tío. Gutberto cambió de aspecto, de indumentaria, pero no de carácter. Nunca perdió su buen humor, nunca perdió su Jovialidad. Ya no era el oscuro desarrapado co-jito aquel que vimos en Angangueo. Ahora monta un brioso -'•.bailo enjaezado con una silla plateada que caracolea por las calles de su villa y por las de la ciudad vecina: es un charro apuesto que repite saludos a diestra y siniestra con aire del que acaba de sacarse la lotería; pero como con la fortuna adquirida por e* /,alleci—.lento del tío, ya no le falta dinero con qué p:ibriagarse a la medidr de sus deseos, en su casa y en las mejores cantinas escancia los mejores .vinos rodeándose de otra clase de vicios, de esos que por sarcasmo son llamados, personas alegres. EL CABAUvO •ÁTRANCON” Gutberto la dió por Tenorio. No bátete muchacha pueblerina a quien no cortejara, pero siempre buscando a las humildes. No había viuda a quien no guiñara el ojo. Un día para concurrir a una cita a-morosa, con el carácter de novio decente, alguien le aconsejó que se pie-sentara frente a la ventana de la casa de su pretensa montado en un magnífico caballo que al efecto se le proporcionaría. E] travieso que le propuso el caballo, sabía que ese animal era de los llamados atrancones, esto es, que se detienen sin anclar cuando menos se piensa, a pesar de las espuelas y demás ardides del más experto jinete. Cuando Gutberto estaba en sus más dulces coloquios con la novia, fue sor-prendido por uno de los miembros de la familia de ésta; y como quisiese retirarse violentamente, metió espuelas al caballo, pero éste, aga^ando las orejas, no se movió, y allí tuvo que soportar los regaños consiguientes. Altamente molesto con el suceso que acabo de referir, Gutberto juró y perjuró quitar al caballo aquella maña de atrancón, para lo cual habiendo comprado unos coheton-es de esos que fie conocen con el nombre de “busca-pies”, se fue al camino que de la ciudad conduce a la villa, esperando las últimas horas de la tarde para usar aquellos cohetes del modo aue paso a referir: Un día sábado en que las lavanderas de la ciudad ocurrían u ocurren todavía a los manantiales de “La Piedrita" de la villa a lavar la ropa que se los encomendaba, y ya en la tarde cuando la ropa estaba seca, liacían grandes atados con ella que colocaban sobre sus cabezas y cantando alegres a pesar de sus duras fatigas, regresaban en grupos en dulce alg a sus hogares. El día dej suceso aquellas caravanas de lavanderas se esfumaban entre los fresnos que forman la calzada del camino, y más fii se toma en cuenta que ya la noche había extendido su manto ixwr aquellos contornos, brillando sola (Pasa a k ;P