y sacudir sobre las mejillas de las mujeres jóvenes los velitós de encaje. I V , .. -i „ ... - . Pues bien; al cabo de muchos años, llegó un día en que visitando Lambert sus haciendas encontróse en el campo con un hombre bastante mal vestido, que iba a lo largo de un campo de alfalfa. —¡Ajá ¡Qué veo! ¿No eres tú, Landry. hermano mío? —Sí, yo soy—respondió el otro. —¡En qué mísero estado te vuelvo a encontrar! Todo me induce a creer que has hecho maL uso del regalo de la Primavera. —¡Ay!—suspiró Landry—quizá he tirado demasiado de prisa todos los pétalos al aire. Sin embargo, aunque no poco triste, no me arrepiento de mi imprudencia. ¡He tenido tantos goces, hermano mío! — ¡De valiente cosa te valieron! Si hubieras sido tan circunspecto como yo, no te verías reducido a estériles duelos. Porque, sábelo, no tengo más que hacer un gesto para gustar todos los placeres de que estás harto. —¿Es posible? —Como lo oyes, puesto que he guardado intacto el presente del hada. ¡Ah, ah! Puedo pasar buenos ratos, si quiero. Mira lo que vale el tener economía. —¡Qué! ¿Intacto, de veras? —Mira si no—-dijo Lambert, ahrien do la caja que había sacado del bolsillo. Pero se quedó muy pálido, pues en lugar de la fresca margarita abierta, no tenía ante los ojos sino un mon- toncito de polvo grisáceo, semejante a una pulgarada de ceniza sepulcral. —¡ Oh—exclamó con ira—maldita hada perversa, que se ha burlado de mí! Entonces una señora joven¡ toda vestida de flores, salió de un chaparro del camino, y dijo: —No me be burlado de .tí ni de tu hermano: ya es tiempo de explicaros las cosas. En efecto, las dos margaritas eran vuestra misma juventud: la tuya Landry, que has arrojado a todos los vientos del capricho^ la tuya, Lambert, que has dejado marchitarse sin hacer uso de ella, ^dentro de tu corazón siempre cerrado.; ¡Y tú no tienes ni siquiera lo que le? queda a tu hermano: el recuerdo én flor dr haberla deshojado! ¡ i Canille ME^qES: UN PUENTE. LOS