REVISTA CATOLICA
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18 de Mayo, 1924.
NOVELA HISTORICA DEL AÑO 1860, POR EL P. ANTONIO BRESCIANI, S. J
XII.—LA LLEGADA A LORETO.
( Continuación)
Olderico gorjeaba con sus trinos franceses:
En la cima de Apenino Descuella una blanca hermita Con su campana que invita Todo el día al peregrino:
Tin, tin, Hace el eco en el confín:
Tin, tin.
Ibamos fusil al brazo, Corvo el cuerpo, el alma altiva:
Y	el ruego y lágrima viva De mi madre recordé:
Tin, tin,
Repite el eco sin fin: Tin, tin.
De improviso silban balas,
Y	mi corazón palpita----
¡Fuego! y el fusil vomita;
¡ Bravo, soldado novel!
Tin, tin, Resuena en todo el confín:
Tin, tin.
Larga y cruda es la pelea, Se ataca a la bayoneta;
Uno a diez ¡fiesta completa!
Soldados, ea, avanzad:
Tin, tin,
Se oye siempre en el confín:
Tin, tin.
Mas ¡ay! ¿do están por la tarde Aquellos jóvenes bravos?
¡ Antes la muerte, que esclavos!
No lloréis, con Dios están:
Tin, tin, Gozarán allá sin fin:
Tin, tin.
Esta antigua balada, prosigue el vizconde, se acomodaba tan bien a nuestros mas íntimos s^n” timientos, era de una melodía tan patética, hablaba a nuestra alma con tanta dulzura, que muchos de los zuavos y sus oficiales no podían contener las lágrimas. Pero ¡ah! en aquellos instantes no conocimos que las últimas estrofas expresaban nuestra misma historia. ¡Cuántos de nosotros en la tarde del 18 de septiembre faltaron a la lista! ¡ Ellos están en el cielo!
Al caer el día llegaron muy fatigados a berra-valle; ¿y cómo era posible en tan pocas madrigueras de chozas alpinas alojar a tanta gente. Tuvieron, pues, que pasar la noche al sereno; y como hasta los mismos montañeses, aun en el rigor del verano sienten en sus cuerpos una helada brisa que les penetra los huesos, no es extraño que ellos sintiesen aterírseles los miembros y tuviesen que encender grandes hogueras. A pesar^de esto durmieron con satisfacción; y por la ma-
ñana después de haberse desperezado algún tanto, se hallaron más animosos para proseguir la marcha hasta Tolentino, a donde llegaron al a-nochecer, y fueron alojados en una grande igle-sia, como también el día siguiente en Macerata, que era 16 de septiembre. En aquel grandioso templo Monseñor Sacré, su capellán, predico a aquellos valientes sobre las indulgencias concedidas por el Santo Padre y sobre su fruto, que es la sobreabundancia de los méritos de la sangre de Jesucristo, de los sufrimientos de los mártires, de las virtudes de los confesores, de las vírgenes y de todos los justos, depositados en el pre-mió amoroso y maternal de la Iglesia, que los dispensa a los fieles para facilitarles la consecución de la vida eterna. Aquellos jóvenes, olvidados de su cansancio, lo escuchaban con un sentimiento lleno de fe y esperanza; le hacían preguntas sobre las disposiciones que debe tener el corazón cristiano, para que puedan aplicársele tan pie-ciosos tesoros, y cuando estaban enterados de e-llas, exclamaban:	.
—¡Oh! al oír los silbidos de las primeras balas, cargando y descargando mi carabina, dire sin cesar: ¡Vira Jesús! ¡Vira Mana! Asi, si me toca una bala, cortará estos dulcísimos nombres en mis labios y yo me iré derecho al cielo ; —y todos unánimes dieron un grito de /Vwa Jesus, ¡rira Marte,! ¡rira el Santo Padre Pío IX por quien peleamos ?/ que nos abre con anticipación el paraíso!
Las bóvedas de aquel templo resonaron con estas voces de júbilo. Testigos eran de tal entusiasmo los ángeles de Dios, que allí moraban. y asistían al santo sacrificio y adoraban la divina Majestad en el Sacramento y elevaban al cielo las oraciones de los fieles: oían estas voces de jubilo los santos a cuyo honor eran dedicados los altares, y que desde las capillas donde estaban sus imágenes, para que los fieles las venerasen, unían sus voces ante el trono del Cordero a fin de alcanzar protección para aquellos guerreros, que dentro de dos días habían de combatir en defensa de su divina Esposa; pero las voces de júbilo de aquellos futuros mártires eran sobre todo oídas y cariñosamente acogidas de la Virgen María, la cual desde su altar cubierto de votos de los fieles las acogía en olor de suavidad y en el cielo las presentaba a Jesús, abogando por ellos y pidiendo para cada uno un valor sobrehumano, debiendo combatir uno contra diez, y aquella fe que no vacila, y aquella esperanza que no teme, y aquella caridad que ofrece generosa la sangre y la vida por Cristo.
Tantas voces de júbilo desde el templo de Macerata subían al cielo, y al mismo tiempo bajaba a los pechos de los guerreros un vigor celestial como el que revistió a la legión t'ebea cuando capitaneada por Mauricio en los campos Sedunos, el tirano Maximiano envió para degollarla a todo el ejército de las Calías.