LUSO UIR ADERO .en la DECENA 1 RAGICA Por MIGUEL RUELAS Colaborador de los diarios LOZANO el la y la el ASIA siniestros augurios en la atmósfera cuando el sol del primer día de 1913 brilló sobre las numerosas cúpulas y torres de la Metrópoli mexicana. La última noche de 1912 había sido para muchos noche de pesadilla, en la angustiosa espera de un peligro indeterminado que se avecina. Los teléfonos no habían cesado de funcionar inquiriendo novedades. Había habido falsas alarmas: zapa-tístas que bajaban por las laderas del Ajus-co rumbo a Tlálpam o Xochimilco, conspiradores que tramaban algo en la capital levantamientos en los cuarteles, etc. etc. ♦ Al amanecer estaban interrumpidos servicio en los ferrocarriles eléctricos y comunicación telefónica entre México Tlálpam, nadie sabía por qué; pero imaginación, excitada por la vigilia y temor, suponía que el ‘algo” que todos sentían venir había llegado ya; que la amenaza que había pesado sobre ellos en las tinieblas de la noche, se había convertido en peligro actual y verdadero. Cuando aclaró el día se vino a saber que la supuesta inminencia del daño era obra de la tensión nerviosa en que todos vivían, los jarros eléctricos de Tlálpam lo mismo qué los teléfonos estaban al corriente, tras ligera interrupción, nada había pasado en los pueblos del sur del valle. y el temor de un riesgo inmediato desapareció como fantasma que se desvanece con las sombras; pero sólo para dar lugar a las noticias del verdadero peligro que se acercaba con marcha inexorable. Desde los últimos meses de 1910, en que se interrumpió la pacífica tranquilidad de la vida, no se había logrado recuperarla; vazquistas, orozquistas, zapatis-tas, eran los principales grupos alzados contra el gobierno, 'amén de muchos jefes surianos de menor importancia, como Salgado y otros, que operaban en diversas regiones de los Estados de Guerrero y Oaxaca; se había hecho necesario cambiar algunos gobernadores con la ayuda de la fuerza armada, y había rumores de que otros preparaban nuevos levantamientos en el norte. Además de esta inquietante ebullición de 1<4. masa revolucionaria había habido algunas tentativas de reacción, bien que fracasadas desde sus comienzos bajo la presión de las porras de la capital, como la del candidato y general don Bernardo Reyes, que tuvo que terminar su campaña eléctoral en la triste aventura de intenta, una revolución sin dinero, sin armas y sin hombres, o como la del general Félix Díaz, que no llegó a salir de Veracruz, ciudad que fué cuna y sepulcro del movimiento/ Vencidos los orozquistas, tras su efímera victoria contra el general Gonzáles Salas, por la División del Norte mandada por el general Victoriano Huerta, vencidos también los levantamientos intentados en Tamaulipas y Veracruz, por los generales Keyes y Díaz quedaban en armas los zapa-tistas en Morelos y las porciones de los Estados de Puebla y México más próximas al Distrito Federal, contra los que operaban tropas del ejército regular. Además en la porción de la cuenca media del Lerma, donde se tocan los Estados de Guanajuato, Mi-choacán y Jalisco, se había concentrado un buen número de cuerpos rurales para poner coto al bandolerismo que so pretexto de revolución, estaba asolando aquella par te del Bajío. POPULARIDAD DE UN DIA A pesar de tales triunfos, el bandidaje y el zapatismo crecían, nuevas alarmas venían del norte, y la confianza de la gente disminuía a medida que la inseguridad y la incertidumbre aumentaban. Así fueron pasando los días hasta que llegó el 5 de febrero, aniversario de la promulgación de la Constitución Nacional que el gobierno quiso celebrar con mayor solemnidad que la que en los últimos años se había acostumbrado. Al monumento levantado en jionor de Juárez en la Alameda, dispuesto í'éra la ceremonia oficial, acudió el Presidente, escoltado por el mismo escuadrón de guardias que había escoltado tantas veces al General Porfirio Díaz. El mismo Capitán Manuel Diasques lo mandaba, los mismos oficiales y soldados lo formaban, vistiendo los mismos uniformes y llevando los mismos cascos con penachos blancos que tanto habían criticado los revolucionarios. Descendió el señor Madero del carruaje presidencial y se encaminó hacia la tribuna; la escolta le presentaba armas, le tocaban sus trompetas la marcha de honor; pero Ja gente de] pueblo que lo ha- Cuando el Presidente Salió a Cuernavaca, Angeles, se dice, Volviera a México logró que ■ $ ■ Iie8$* y&S-: El Presidente Madero en- el Palacio Nacional. í i < ' bía aclamado delirantemente en 3911, lo veía pasar no sólo sin entusiasmo, sino con glacial indiferencia; su popularidad “había vivido”, y la gente que sentía cómo se aproximaba la tormenta y cómo crecía el peligro en torno de su ídolo de un día, no se cuidaba ya de la suerte que pudiera correr, ni parecía dispuesto a defenderlo. En medio de esta atmósfera llena de suspicacias y recelos, en que todos desconfiaban los unos de los otros y se espía-, tan los unos a los otros, mientras la conspiración crecía y se organizaba, llegó el domingo 9 dg febrero de 1913 y con él la explosión que se había estado preparando casi a la vista de los funcionarios públicos, sin que ninguno de ellos tomase providencias eficaces para prevenirla o evi tarla. Los alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes, inducidos por los conspiradores, se habían sublevado y se habían pre. sentado en la capital en las primeras horas de la madrugada del reterido domin go desarmando a los gendarmes, apode rúndese de los puestos de guardia en el Palacio Nacional y acudiendo a la Prisión Militar de Santiago y a la Penitenciaría para poner en libertad a los generales don Bernardo Reyes y don Félix Díaz. EL CASO DEL GENERAL RUIZ El general don Lauro Villar, Comandante Militar de la Plaza de México, recuperó les puestos de guardia del Palacio Nacional, hizo prisioneros a los aspirantes que los habían ocupado, y poco más tarde al Jeneral Gregorio Ruiz, que, creyendo el unto ocupado por los suyos, entró al edi-ricio y cayó con su escolta en poder del • Comandante Militar. De esta manera hicieron los acontecimientos que vinieran a encontrarse frente a frente dos buenos militares y buenos amigos que estaban hechos para combatir juntos y morir uno al lado del otro, en caso necesamo, luchando centra los enemigos de México, no para combatir el uno contra el otro en las mí» seras contiendas de la guerra civil que con. vierte en enemigos a los que debieran ser hermanos, y que casi nunca trae a la nación los beneficios que le sirven de pretexto para encender la tea de la discordia. Estos dos jefes amigos, casi hermanos, que se encontraron así frente a frente en el intento de los sublevados de entrar al Palacio, fueron el general don Bernardo Reyes, jefe más caracterizado de la sublevación, y el general don Lauro Villar, Jefe de la Plaza de México. En el encuentro resultaron: muerto el general Reyes y herido el general Villar, muerte y herida que fueron causa de que el general don Félix Díaz quedase a la cabeza de la insurrección y de que el general Huerta fuese nombrado Comandante Militar de la. Plaza de México, hechos que hicieron cambiar considerablemente el curso de los a-ccntecim lentos. Uno de los primeros y más delicados asuntos de que el nuevo Comandante Militar tuvo que conocer fué el procedimiento centra el general sublevado don Gregorio Ruiz que se hallaba prisionero en Palacio y era Diputado al Congreso de la Unión. I as declaraciones publicadas en “La Prensay LA OPINION y hechas por el señor ingeniero Bonillas, Ministro a la sazón en el gabinete del señor Madero y uno de los que lo acompañaban cuando el Presiden (o llegó a Palacio, han puerto en claro que fué el citado señor Presidente, con la tácita aprobación de los ministros presentes, quien ordenó que el diputado y general fuese fusilado sin formación de causa, y nj el general Huerta, Comandante Militar de la Plaza, como lo lia sostenido enfáticamente el entonces secretario particular del señor Madero. Las declaraciones del ingeniero Bonu lias han quedado plenamente confirmadas por e] interesantísimo relato que ha hecho desde Cuba el general Quiroz, quien, por razón de la comisión que desempeñaba durante la decena trágica, estuvo en contacto directo con los gravísimos sucesos de aquellos días y, tuvo por lo mismo, completo conocimiento de los hechos que refiere; pero, con ser importantísima Ja confirmación que resulta del relato del general Quiroz, hay en su escrito otro motivo de gran interés. Cuenta que el general Huerta interrogado por el Presidente sobro ni tenía completa confianza en la tropa, contestó que la tenía total y completa en sí mismo, aunque no en las tropas, y que indudablemente iba a causar mala impresión en el espíritu de oficiales y soldados la ejecución del veterano y ameritado general Ruiz; que esta declaración del general Huerta causó mella en el ánimo del Presidente, y que ella puede haber influido en la resolución del señor Madero de salir de la capital y dirigirse a Cuernavaca .poco tiempo después de fusilado el general Ruiz. LA SALIDA DE MADERO A CUERNA-VACA Y cuenta algo más interesante todavía, y es que al día siguiente a la salida del señor Madero para Morelos, se presentó ante el Comandante Militar de la Plaza, el general Ministro de Guerra y Marina, y se puso a las órdenes de su subordinado, dando como razón de su absurda conducta que el Ministro no sabía si el Presidente regresaría o no de Cuernavaca a la capital. Y esta duda de si el señor Madero pensaba volver a la capital, la tuvieron también varios oficiales de las tropas que operaban en el Estado de Morelos, algupos de los cuales viven todavía y de cuyos labios oí, con ligeras variantes, en sus rca-pectivas versiones, el relato que en lo eeen cial reproduzco enseguida. A la estación del ferrocarril de Cuerna-vaca que se halla en Parres o El Guarda y por la cual pasa el camino de automóviles que sale de la capital, llegaron en tin automóvil de la presidencia que tenía las portezuelas pintadas con chapopote para no dejar ver el escudo de armas de la nación, el Presidente Madero y los dos ayudantes que lo acompañaban: Gustavo Garmendia y Federico Montes; alguno de los que esto me han contado decía que eran dos automóviles de la Presidencia los así pintados y que, además de las tres px?rsonas mencionadas, iban otraa en el segundo carruaje, acompañando al señor M;i-dero. Sea como fuere, ei hecho es que el Presidente y sus acompañantes abandonaron allí el automóvil y se transbordaron a uno de los furgones de un tren de carga que bajaba para Cuernavaca y en él llegaron a la ciudad suriana. El comandante d<4 destacamento en Parres había dado parte (Pasa a la Página 14J PAGINA 13