DE LA RELIGION. 549 culo de un interés mundano; aniquilad, si podéis, la idea de un Dios legislador que intima cómo soberano sus voluntades, y cuyo ojo penetrante vela de continuo su- cumplimiento; abolid, si' os es dado, ese orden sobrenatural del que todas las leyes reciben su fuerza; pero entonces no ecsijais del hombre virtudes que inevitablemente desconoce, pues que la idea de ellas ha de resultar, para que sea jija, de la de un inmutable regulador, y no de tendencias mezquinas y variables. Tan estéril en verdaderas virtudes la moral natural como fecunda en crímenes, solo os podrá ofrecer pasiones enmascaradas á gusto del amor propio, sepulcros blanqueados, bellos por fuera, y en lo interior-podredumbre y gusanos. El ateo parecerá humilde por vanidad, modesto por orgullo, y justo por ambición; sú aparente buena fé encubrirá el dolo, y (como observa oportunamente un escritor cuerdo) ‘f invocará el amor de la patria, separándole del amor de los hombres, por los cuales esta patria no es tan amada; y al par que recuerde mil veces la benejicencia y filantropía, la hará consistir en desterrar del mundo el único consuelo real de la vida, el amor de Dios, el amor de los hombres por Dios, y la esperanza de la inmortalidad.” ¡A tal punto ha crecido desde el tiempo de Salüstio el abuso de los términos con el fin de conciliar al vicio los honores de la virtud! Mas ¿para qué insistir en la demostración de una verdad contestada por la sabiduría de todos los siglos, y reconocida por los mismos apóstoles de la irreligión? Pregúntese á la enciclopedia, y ella nos dirá “ que solo en la Religión se puede hallar esacta justicia y probidad constante.” Escúchese la sorprendente confesión de Voltaire en su homilía sobre el ateísmo: "‘Una sociedad de ateos podrá durar algún tiempo sin tumultos; pero si el mundo estuviera gobernado por ateos, seria para nosotros lo mismo que estar bajo el ■ inmediato imperio de los demonios.” Hasta Baile, ese céloso cuanto infatigable patrono de la sociedad atea, vuelve mas de una vez contra ella las armas que había tomado en su defensa. Lea quien lo dude su artículo' Brutus, y allí le oirá decir: “ Quitad la idea de Dios y de la Providencia, y reflecsionando después un poco sobre la de la virtud, no sabréis qüé cosa sea; ella se desvanece en un momento.” ¡Tan pronto se olvidó el buen Baile del sistema de virtudes que había consignado á los incrédulos! Pero ¿cuándo ha sido consiguiente consigo mismo el error, ni ha dejado de contradecirse un espíritu preocupado? Paremos aquí' un momento la atención sobre la terrible cuanto inmediata consecuencia de la doctrina, que de común acuerdo con la filosofía de la impiedad acabamos de establecer. Confiesa esta