At El soldado más viejo del Ejército de Italia.- De pronto se oyó el paso de un caballo lanzado al galepe y violentos golpes resonaron en la puerta del castil'o. —¡Oh, madre mía, e? Esteban! ¡Lo sé, estoy segura de ello! Déjame bajar, quiero abrirle. Pero la vieja, con un ademán imperioso, apartó a la princesa y descendió lentamente. —¿Q^ién llama?, preguntó desde adentro, sin abrir. —Esteban, tu hijo. —¡Mi hijo! ¿quién eres tú. extranjero, que pretendes entrar en la morada de mi glorioso hijo? —Madre mía, ábreme; soy yo, tu hijo. Estoy vencido; |os turcos me persiguen; mis heridas me abrasan. —No puede ser mi hijo quien me habla; es algún desconocida Mi hijo no vuelve jamás sino victorioso. Mi hijo está loo