después de haber consultado con el escriba, gritó en caldeo, alargando los brazos cercados de manillas de coral: —¡Escuchar! En esta nuestra fiesta pascual, el pretor de Jerusalén acostumbra, desde que1 Valerius Gratius así lo determinó, perdonar a un criminal. El pretor os propone el perdón de éste. ¡Escuchar aún! Vosotros tenéis el derecho de escoger entre los condenados. El pretor tiene en su poder en las ergástulas de Heredes, otro condenado a muerte..... Descansó y de pie sobre el escabel interrogaba de nuevo al escriba, que enrollaba los papyrus y los tabúía-rios. Sareas, sacudiendo la punta del manto, miró asóm- t brado al pretor con las manos abiertas en el aire. Mas el intérprete gritaba, levantando más el rostro risueño: -~-Uno de los condenados es el Rabí Jesús, que aquí tenéis y que se dice hijo de David...Ese es el que os propone el pretor. El otro, endurecido en el mal, fue preso por haber muerto a traición a un legionario, en un monte, en Xistus. Su nombre es Bar-Abbas. ¡Escoger! Un grito brusco y unánime partió de los fariseos. —¡Bar-Abbas! Y aquí y ahí, por todo el atrio, resonó confusamente el nombre de Bar-Abbas. Y un esclavo del templo, de sayón amarillo, acercándose a las gradas del solio empezó a berrear: —¡Bar-Abbas! ¡Oyelo bien! ¡Bar-Abbas! El pueblo sólo quiere a jBar-Abbas! Y así continuó hasta que un legionario le hizo rodar en las losas. Mas ya teda la multitud, más leve y fácil en inflamar que la paja en el fuego, clamaba por Bar-Abbas; unos con furor golpeando el suelo con las sandalias y los cayados de puntas de fierro; otros a lo lejos, indolentes, levantando un dedo. Los vendedores del templo, llenos de rencor, sacudiendo las balanzas de hierro y repicando campanillas, berreaban entre maldiciones al Rabí: —¡Bar-Abbas es mejor! Y hasta las prostitutas de Tíberiades, pintadas de rojo como ídolos, herían el aire con sus gritos sibilantes: —¡Bar-Abbas! ¡Bar-Abbas! Muy pocos conocían a Bar-Abbas, muchos no odiaban al Rabí; mas todos aumentaban el tumulto sintiendo en la reclamación de un preso que había atacado a un legionario un ultraje al pretor romano, togado y augusto en su tribunal. Poncio, entre tanto, indiferente, trazaba letras sobre una larga tira de pergamino puesta sobre las rodillas. En torno de él los clamores retumbaban acompasados: —¡Bar-Abbas! ¡Bar-Abbas! ¡Bar-Abbas! Entonces Jesús, sosegadamente, volvióse hacia aquel mundo duro que lo condenaba y en sus refulgentes ojos humedecidos, en el futigivo temblor de sus labios, sólo transparentó en ese instante una amargura misericordiosa por la inconsciencia de los hombres que empujaron hacia la muerte a su mejor amigo....... Con los puños presos limpióse una gota de sudor; después quedó enfrente del pretor, tan imperturbable y quieto como si ya no perteneciese a la tierra. El escriba, golpeando con una regla de hierro la piedra de la mesa, tres veces gritó el nombre de César. El tumulto se iba amortiguando. Poncio levantóse y grave, sin traducir impaciencia o cólera, lanzó, sacudiendo la mano, el mandato final: —¡Id y crucificadle! Y lentamente descendió del estrado entre los aplausos feroces de la multitud. ■ Ocho soldados de la cohorte siria aparecieron, pertrechados para la marcha, con los escudos envueltos en lona. Sareas, vocal del Sanhedrin, tocando en el hombro a Jesús, se lo entregó al decurión. Un soldado le desato las cuerdas; otro le tiró del albornoz; y yo, a través de mis lágrimas, vi al dulce Rabí de Galilea dar sus primeros pasos hacia la muerte. Eca de QUEIROZ.