A ninguno “dejarán", no; para estar cierto de ello, basta con mirar a todos esos médicos jóvenes, a todas esas enfermeras, un poco agotados, es verdad, pero tan cuidadosos y tan valientes, que no pierden de vista a uno sólo de ellos. Y, a Dios gracias, salvarán a casi todos. (De seiscientos asfixiados de aquella noche, quinientos están ya fuera de peligro). Tan pronto como resistan ser transportados, serán llevados lejos de este infierno del frente de batalla, en el que los obuses del Kaiser se encarnizan voluntariamente sobre los moribundos; se recostarán más cómodamente en hospitales tranquilos," donde sufrirán todavía mucho indudablemente por ocho, por quince días o un mes, pero de donde no tardarán en volver a partir, más advertidos, más prudentes y ansiosos de volver a combatir. Puede decirse que el golpe de la asfixia ha fallado, como el de las grandes acometidas salvajes; que no ha rendido todo lo que la cabeza de Gor-gona esperaba. Y, sin embargo, con qué cálculos tan hábiles ha sido intentado cada vez ese golpe, siempre en los momentos más propicios! Ya se sabe que los alemanes, maestros del espionaje e informados siempre de todo, no dejan nunca de elegir, para sus ataques, de cualquiera naturaleza, los días de relevo, las horas en que los recién llegados a enfrentarlos se encuentran en la balumba del arribo. Asi pues la noche en que llevaron a cabo este crimen, seiscientos de los nuestros acababan precisamente de ocupar sus puestos avanzados, después de una larga y fatigosa marcha; de súbito, entre una salva de obuses que los sorprendía en su primer sueño, han percibido, aquí y allá, pequeños silbidos discretos, como producidos por traidoras sirenas de vapor,—era el gas mortífero que emanaba en torno de ellos, dilatando sus espesas, sus lúgubres nubes grises. Y simultáneamente, sus fanales, que no arrojaban en aquella bruma sino pequeñas luces vagas. Enloquecidos entonces, ahogándose ya, pensaron demasiado tarde en aquellas máscaras que se les había dado y en las que, por lo demás, no creían; se cubrieron con ellas muy torpemente y algunos, por un movimiento irresistible de conservación, sintiendo la quemadura de los bronquios, cedieron al deseo de correr, y fueron los dañados de más gravedad, a causa del exceso de cloro inhalado en las grandes aspiraciones de la carrera. Mas para otra vez no se dejarán sorprendet: ni ellos ni ninguno de los nuestros; herméticamente enmascarados, permanecerán inmóviles en torno de hogueras preparadas de antemano, cuyas flamas súbitas neutralizan los venenos del aire,—y el daño será casi nulo, una hora de malestar, penoso de sobrellevar; pero por regla general sin consecuencias funestas. Es verdad que en los antros malditos de sus laboratorios, los intelectuales de Alemania, convencidos de que los Neutra les aceptarán todo, se esfuerzan en encontrar otros venenos peores aún; pero hasta que los hayan encontrado, la cabeza de Gorgona habrá fa llado su golpe, como han fallado tantos otros, esto es incontestable. Nosotros, por desgracia, no hemos podido aún encontrar el medio de corresponderles con suficiente crueldad; para defendernos no tenemos pues otra cosa que la máscara protectora que se perfecciona, cada día;—y después de todo, a los ojos de los neutrales, si es que aun tienen ojos para ver, tal vez es más digno no emplear otra cosa. Pero de todos modos, cuán diverso seria el caso nuestro si recurriéramos a asfixiarlos también, a ellos, picaros y asesinos, agresores que han. penetrado con fractura y que, en la desesperanza de romper nuestras líneas, intentan fumigarnos innoblemente en nuestra casa, en nuestro caro país de Francia, como se fumigaría a conejos én su madriguera, a ratas en sus agujeros. Los idiomas humanos no habían previsto estas trascendentes ignominias, que descorazonarían a los últimos de los caníbales, así que no hay palabras para nombrarlas..."*... Nuestros pobres soldados asfixiados, jadeando sobre sus pequeños lechos! ¡cómo habría yó querido mostrarlos a todos, a sus padres, a sus hijos, a ssu hermanos, para llevar al paroxismo las indignaciones sagradas y la sed de venganza; si, mostrarlos en todas partes y hacer oir sus estertores aun a los tan impasibles Neutrales, parí de"jár convictos de sordera intelectual o de crimen a tantos obstinados pacifistas, para sembrar doquiera 4a alarma en contra - de la Gran Barbarie, que ha hecho erupción sobre la Europa!.... ¡SALVE! Por Laura Méndez de Cuenca ¡Qué triste Enero, pálido y frío! El viento zumba, cuaja el rocío Que brilla en perlas en el maizal; Desnuda ramas, deshoja flores, Arranca nidos y a sus rigores Tiemblan las cañas del carrizal. Odios los mimbus de oscuro manto, Rayos que truenan metiendo espanto, Alegre lluvia de otra estación; Desde que flotan blancas neblinas. Del techo huyeron las golondrinas, Las ilusiones .del corazón. Adios ardiente noche de Junio; Vierte hoy sus galas el plenilunio En luz de nieve por la ciudad; Azul ropaje la no?he viste; ¡Ay del enfermo, ay del que triste Devora cuitas en soledad 1 Primaverales brisas de Marzo, Tornad veloces, romped el cuarzo De estas entrañas que encierro aquí; Que cuando vuelvan los ruiseñores En cruz las alas, cantando amores. No hallen invierno dentro de mí Alma doliente ¿dónde está el mimo Con que soñaste? ¿dónde el arrimo Que ni en la cuna dado te fué?____ Valle de penas, mundo de sombras____ ¡Oh dicha! dicha de miel te nombras, Y eres de espinas. ¿Por qué? ¿Por qué? Del pecho franco la endeble puerta, Por esperarte tengo ya abierta, Abierta, abiérta de par en par, Y con cadenas el pensamiento Porque no estorbe para el contento, Porque no enlute con su pesar. Salve viajera de lontananza. Consoladora, dulce esperanza, ■ Salve si vienes a mí esta vez; No te amedrentes, que no te exijo i Ni la alegría, ni el regocijo Ni las quimeras de la niñez. Quiero en un pecho sencillo y sano Posar mi frente, poner mi mano, Y sus latidos con ansia oir; Cuando ya el seno de amor no salta, ¡Para el descanso qué poco falta! ¡Qué poco falta para morir!