- PAGINA -ite 8nr Suatta 3twfí le la tilniE Arguye dé inconsecuencia el gvsto y la censyra de los hombres, que en las mujeres act san lo que causan. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia; pues en promesa e instancia, juntáis diablo, carne y mundo. Hombres necios, que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la-ocasión de lo mismo que culpáis; . Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia, y luego con gravedad decís que fué liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco, y luego el tiene miedo. Queréis con presunción necia, hallar a la que buscáis, para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro, que el que falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro? Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien. Opinión ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis. que con desigual nivel, a una culpáis por cruel, y a otras por fácil culpáis. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada, la que cae de rogada, o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mál haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues para que os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Mas entre el enfado y pena que vuestro ~”sto refiere, bien hava la que no os quiere y nucíaos enhorabuena. ¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada? Dejar de solicitar, y- después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuera a rogar ENDECHAS Que expresan cultos conceptos de de afecto singular Sabrás querido Fabio, si ignoras que te quiero; que ignorar lo dichoso' es muy de lo discreto: Que apenas fuiste blanco, en que el Rapaz Arquero, del tiro indefectible logró el mejor acierto: Cuando en mi pecho amante brotaron el incendio de recíprocas llamas conformes ardimientos. No has visto, Fabio mío, cuando el Señor de Delos hiere con armas de oro la luna de un espejo. Que haciendo en el cristal reflejo el rayo bello hiere repercusivo al más cercano objeto? Pues así del amor las flechas, que en mi pecho tu resistente nieve fes dió mayor esfuerzo. Vueltas a mí las puntas, dispuso amor soberbio, «r sólo con un impulso, do alcanzar trofeos. Díganlo las ruinas de mi valor deshecho que en contritas cenizas predican escarnpentos. Mi corazón lo diga, que en padrones eternos, inextinguibles guarda testimonios del fuego. Segunda Troya el alma de ardientes Mongibelos. es pavesa ai la saña de más astuto griego. De las sangrientas viras los enervados hierros, por las venas difunden el amable veneno. Las cercenadas voces, que en balbucientes ecos, si el amor las impele, las retiene el respeto. Las niñas de mis ojos, que con mirar travieso sinceramente parlan del alma los secretos. El turbado semblante, y el impedido aliento, en cuya muda calma da voces el afecto. Aquel decirte más. cuando me explico menos, queriendo en negaciones