Tuve que atravesar dos costados del patio, y con toda precaución, para no hacer ningún ruido al pisar los fragmentos sueltos de teja y de vidrios que estaban regados en la azotea. Mientras esto pasaba, los relámpagos iluminaban el cielo, haciendo que pudiera ser descubierta mi presencia. Finalmente, llegue a aquella parte de la pared en que el centinela, estacionado en la barda de la Iglesia, no podría verme sino empinándose mucho hacia abajo. Proseguí avanzando, erguido y muy despacio, procurando a la vez darme cuenta de si había habido alguna alarma. Entonces fue cuando me encontré en más peligro, porque los ladrillos estaban en declive y eran muy resbalosos, especialmente después de los grandes aguaceros. Y se me fueron :los pies una ocasión, lanzándome sobre los cristales de una ventana que no habrian resistido mi peso; pero afortunadamente, no llegué a caer. Con el objeto de llegar a la azotea que daba a la calle de San Roque, por donde quería bajar, tenia que pasar por el costado del convento en donde vivía el capellán. Este capellán, tiempo antes, había denunciado a varios prisioneros políticos que, mientras trataban de escapar, habían atravesado por sus habitaciones, y apoyados en su testimonio, fueron extraídos y fusilados en seguida. • Llegué a la azotea de la casa del capellán, casi sin aliento. En ese momento preciso, un joven que vivía allí, abrió la puerta y entró; parece que venía del teatro, porque silbaba un aire alegre. Penetró a su cuarto y después salió con una bugia encendida, y comenzó a andar con dirección a donde yo estaba. Me oculté mientras pasaba y afortunadamente no me vio; al fin volvió a entrar en la casa. Es lo más probable que esto no haya durado sino unos cuantos minutos, pero esos minutos me parecieron horas. Cuando me pareció que había permanecido en su cuarto bastante tiempo, para haberse acostado y tal vez se hubiera dormido, caminé rápidamente por la azotea, que quedaba al lado, opuesto de aquella por la que había trepado y llegué finalmente a la esquina de San Roque. Había en la esquina de la azotea una estatua de piedra de San Vicente, Ferrer, y tenía el proyecto de asegurar mis cuerdas en ella; pero por desgracia, cuando toqué la estatua, me pareció que estaba a punto de caerse. Aun cuando imaginé que tendría un soporte de hierro para mantenerla erecta, creí más seguro asegurar las cuerdas al rededor del pedestal que formaba la esquina del edificio y parecía bastante fuerte para soportar mi peso. Temiendo que • si bajaba directamente a la esquina de la Calle pudiera ser visto por algún transeúnte, decidí hacer mí descenso por el costado de la casa más apartada de la calle principal, teniendo además la ventaja en este punto, de estar en la sombra. Por una nueva desgracia, cuando llegué ál segundo piso, me resbalé sobre el muro lateral y caí de buena altura en un corral de puercos. El puñal saltó de mi cinturón y cayó entre los cerdos, y cuando fui a dar sobre ellos, levantaron un estrépito terrible,. porque quizá alguno habia sido herido. Este contratiempo pudo haber conducido a que se me descubriera si alguno hubiera despertado por el ruido que hacían. Me oculté de nuevi/apenas pude ponerme en pie, pero tuve que esperar a ique se calmaran los gruñidos, antes de aventurarme por el corral. Salté un pequeña tapia y me encontré en la calle; pero tuve que batirme rápidamente en retirada porque un gendarme pasaba en esos momentos, haciendo su ronda para ver que las puertas de las casas estuvieran bien cerradas. Para mi gran consuelo, siguió adelante y entonces, sudoroso y rendido de fatiga, me dirigí violentamente a una casa en la que sabía que encontraría mi caballo, un criado y un guía. Habiendo llegado con toda seguridad a ella, cargamos los tres nuestras pistolas, brincamos a las sillas y después de eludir una patrfllla que pasaba, nos dirigimos a las afueras de la Ciudad. Estaba yo seguro de que se riamos detenidos en la garita par los centinelas, y nti proyecto era abrirme paso a fuerza. Sin embargo, encontramos la garita abierta, la guardia o estaba dormida r-había salido, de manera que atravesamos al trote largo y en seguida nos lanzamos a todo galope por el camino real." En favor de dos Mexicanos Sentenciados . Un Acto de Misericordia Dos compatriotas nuestros, Juan Mata y Rosendo Barrera, han sido sentenciados a muerte, en Austin Texas. Ante la desgracia que los agobia, no nos toca a nosotros juzgarlos, sino procurar, por todos los medios, que te haga completa luz en la averiguación iniciada en contra de estos infelices. Varios testigos declaran hechos nue son favorables a Mata y a Barrera, y de los elementos de que pueda disponerse para la defensa de estos hombres, puede depender su suerte. Ante esa situación, la sociedad "UNION Y RECREO,” de Austin, Texas, instituida para repartir auxilios mutuos entre sus socios, amplía la esfera de su acción y hace un llamamiento a todos los- mexicanos y a aquellos por cuyas venas corre sangre mexicana, para proporcionar a Juan Mata y a Rosendo Barrera, los gastos de su defensa. Cada uno de nuestros lectores, con un donativo que no significa un sacrificio, puede ayudar a salvar la vida de dos de sus hermanos de raza, y secundando el llamamiento de la altruista Sociedad “Unión y Recreo,” hacemos una exitativa a los corazones, siempre generosos de los mexicanos, para que envíen sus donativos a alguno de los miembros de la Junta Directiva a Austin, a “Re-'vista Mexicana” o a alguna otra persona debidamente autorizada por la Sociedad, para recibir contribuciones con ese fin. Las personas o corporaciones que deseen cooperar en esta obra, recabando donativos para los gastos de defensa, pueden dirigirse a la Sociedad, para que extienda la autorización del caso. La Junta Directiva de la Sociedad "Unión y Recreo/’ es la siguiente: Presidente: A. G. Núñez.—Vice-Presidente: José N. Acevedo.—Tesorero: Juan García.—Secretario: Rafael Ledesma. Dirección de la Sociedad: 510 E. Sixth Street— Austin, Texas.