I Si fl // '■ /- ■ El Gentilhombre enfermo Su Ultima Visita. i. De aquel a quien todos llamaban el Gentilhombre Enfermo, nadie supe jamás el verdadero nombre, después de su súbito desaparecimiento, de él tan áólo quedó el recuerdo de sus sonrisas inolvidables y un retrato ejecutado por Sebastián del Piom-bo, quien lo representa envuelto en blanca ropa talar, como una sombra, enguantada la flácida mano. Los que más le amaron—y yo entre el escaso número de ellos,—aún re-v^ cuerdan el singular color de su tez, pálidamente amarilla, la ligereza casi femenil , de su paso, y la expresión habitualmente extraviada de sus ojos. Gustaba de hablar mucho, pero nadie le entendía de manera precisa. Algunos rehuián penetrar en su pensamiento, porque las cosas que decía eran demasiado horribles. Verdaderamente, era un “sembrador de espanto." Su presencia comunicaba color fantástico a las cosas más sencillas: el objeto que sus maúds tocaran, parecía entrar repentidárnénte én'el mundo del ensueño. Sus ojos no reflejaban las coías presentes; reflejaban las cosas ignotas, las cosas lejanas, que no advertían los que estaban junto a él. Nadie se atrevió nunca a preguntarle qué enfermedad sufría y por qué afectaba no cuidarse de ella. Siempre estaba en marcha. Nada de detenerse, ni de día ni de noche. Jamás se supo dónde tenía su morada: núnca sé supo si tuvo padre; hermanos, parlen-