Í*K ■■¡és • *»t*2. ‘ •.'ll El Rey de Wurtemburg pasa revista a sus tropas en territorio francés. Las Grandes Horas Las dos Vendimias. Desde que partieron las golondrinas, ha perdido el cielo su azul resplandeciente y seráfico: tiene hoy grises profundos como de manto de invierno. El Dordoña, entre sus riberas despejadas. en donde daqza a las horas de bruma la ronda de las hadas violetas, parece más ancho: diriase que se ha desbordado, que corren más profundas su aguas de estaño al tornarse glaciales. Empiezan los hilos de humo a nacer de los flancos de los tejados y los árboles, pensando en sus hojas, se hallan consternados. En la llanura gascona, en las hondonadas esparcidas ante mi vista, lo mismo que en las ancas de los vallados pedregosos, distingo a lo lejos un hormiguero de gentes, entre los ralos follajes de oro negro y de verr de bronce. Inclinados hacia el suelo, en actitud de tiradores en acecho, ¿se ocultan acaso al abrigo de las re-, des y setos que forman los pámpanos entrelazados? Bien sé que no: —Están en la vendimia. Grandes maniobras del otoño. Celebración del antiguo rito eterno. Humildes vendimias que presentan aqui la iihagen simplificada, pero sin embargo, exacta, de las magníficas recolecciones producidas por los opu lentos viñedos inmensos. En esta grave estación en que la naturaleza y la vida misma cambian tan bruscamente de carácter, en que todo se esfuerza por desligarse para recogerse mejor; en que parece, a primera vista que sólo quedan pérdidas y añoranzas, una obra de recompensa, de soberbia y legítima ganancia tiene lugar a pesar de todo: la vendimia, que ducción de “Revista Mexicana”. viene a coronar la ingrata labor del vinicgla y lo compensa. Y se lleva a cabo en los campos, hoy como siempre; pero ¡cuán diversamente! Fuera de los viejos y de los niños, no hay sino mujeres para la tarea y el ver-mellón de más de una falda está allí recordando con su mancha vibrante que el varón, hace ya catorce meses, partió para vestir el pantalón rojo. Desde entonces, no lo han vuelto a ver. sino una sola vez: en una licencia breve, vestido con el azul lejano de los horizontes en los que aun se halla, escarbando la tierra. Qué falta hace siempre; pero sobre todo en la cosecha! Tan frágil y tan ligera, la espiga que se mece pide al segador más fuerza y más empuje que el pesado1 racimo al viñador. Basta la mano para desprender el racimo, dedos débiles lo cortan. El chiquillo que