108 REVISTA EVANGELICA Febrero Un Contraste ---- (o) -- EN UNA de nuestras ciudades de Irlanda, donde se había establecido una Escuela de Artes, se verificó el incidente que relato en seguida. Se'había anunciado una exhibición de trabajos y un premio para la persona que presentara la mejor pintura, deseño o modelo. El tiempo señalado para la exhibición daba escaso lugar para la consumación de las obras si se había de emplear el esmero necesario. Entre los competidores en el departamento de cuadros al óleo, se hallaba la simpática señorita W. El tema que esta señorita escogió era un racimo de uvas, y dando manos a la obra trabajó con gran asiduidad, no solamente para acabar a tiempo, sino también para superar, si fuera posible, a sus compañeros de clase. Siempre entraba al estudio tan luego como se abría la puerta en la mañana, y era la última para dejar su caballete al cerrar la escuela. Su energía y su destreza le sirvieron bien, porque al pasar los días, su obra tomaba las más bellas proporciones, y todos la calificaron como la que más merecía el premio. Asi fué que ella no flaqueaba nada en dedicar su mejor talento y esmero a su empresa. Al fin llegó el día de la decisión y los jueces se presentaron para hacer el examen. La obra de la señorita W. se había acabado en buena hora, y recibió los elogios de todos. Era sin duda la obra maestra de su autora, y las uvas en la lona parecían tan naturales, con sus ricos colores purpúreos sonrojándose entre las anchas hojas verdes, que la ilusión no pudo ser más completa, y el fallo universal era, que no parecía una pintura sino verdadera fruta. Los jueces, que eran conocedores del arte, inspeccionaron todas las muestras de las alum-nas, y sin vacilación alguna acordaron unánimemente que la palma de la victoria se debía conceder a la artista infatigable que había reproducido el racimo de uvas. A ella le tocó el premio principal. Con bastante satisfacción y gusto el director de la escuelq. buscó a su discípula, y no hallándola presente, se encargó de la comisión de llevar las buenas nuevas en persona a su casa. Pero imagínese su horror y pena al saber que la infeliz señorita W. había fallecido la noche anterior, victima de un ataque violento de viruelas. El exceso de cansancio físico y nervioso había producido una debilidad de cuerpo que le hizo incapaz de resistir los estragos virulentos de esa enfermedad terrible que ya era epidémica en el distrito. Se había enfermado en la noche del día que vió terminada su obra, y cuarenta y ocho horas después ya era un cadáver. Su cuadro ha quedado como el mejor recuerdo de ella,-el premio en la Escuela de Artes