Georges Clemenceau . Visita sin palabras. Monsieur Georges Clemenceau cs hombre de corta estatura. Con su cráneo desnudo, su cara ósea y sus ojos vivaces, que brillan en el ícndo de dos órbitas profundísimas. Ckr.ien ceau inspira a la ve - resju:» > simpa-lia. Nunca le había yo visto de cerca hasta hace algunas tardes, en que fui a la redacción de su periódico— L’llomme Echame—para interrogarle acerca del conflicto actual. No bien hube insinuado mis pretensiones. Clemenceau, con una sonrisa rápida, me advirtió: —Desoe el principio de la guerra me he propuesto no aceptar interviús para ningún periódico, ni francés ni extranjero. Todo lo que tengo que decir lo digo en mis artículos. Créame que siento mucho no poder complacerle. Es una cuestión de principio— Era un lenguaje enérgico, lógico, que no podia herir mi vanidad de visitante. Yo me afirmé en el sillón en que me había sentado, y Clemenceau siguió corigiendo las pruebas de su articulo. Esta naturalidad me gustó. Aquel hombre era, justamente, el que yo me había imaginado: franco, sencillo, siempre en la brecha, inflexible en sus convicicones, y, por encima de todo, desenvuelto, atrayente, gamin de París, joven a pesar de su poco de pelo blanco y de su tez rugosa y amarillenta. Clemenceau simboliza en cierto modo a Francia, eternamen te joven tras las hendeduras de la fachada. Clemenceau, es de seguro, el político francés más interesante del momento que atravesamos. Patriota entusiasta, que le permite ver y señalar las faltas en que pueden incurrir algunos de sus gobernantes. Experimentado por la guerra del 70. sabe mejor que nadie adonde pueden condu cir los errores de un Gobierno en parecidas circunstancias. Y como Clemenceau quiere que el desquite sea total y brillante, no duda en clania'r contra todos los abusos y todas las imprevisiones que podrían, no hacer imposible, pero retardar la victoria. Nadie sabe mejor que él rendir homenaje a las virtudes de sus compatriotas, a! heroísmo sonriente y al espíritu de iniciativa del soldado francés; pero, por lo mismo, nadie como él se interesa por que la vida del soldado se rodee de todas las garantías posibles. De ahí las campañas de! gran estadista, todo lo contundentes que la censura le permite, en pro oel mejoramiento continuo de la Sanidad Militar. Con su verbo irónico, y flexible como un látigo, Clemenceau ataca a todo politico investido, de una función desproporcionada a sus aptitudes, a todo el que asume responsabilidades superiores a sus fuerzas. Clemenceau es el fiscal, el censor de los que le censuran_____Ex-prcsidente del Con- sejo de ministros y presidente, en la actualidad, de la comisión senatorial del Ejército, ¿en qué alma de politico de su tiempo y de su Patria no ha sondeado Clemenceau? ¿Y qué secretos, qué altos secretos de Estado puede ignorar el patricio eminente? Leer todos los días los artículos de Clemenceau equivale a pulsar el sentimiento de la mayor parte de Francia, de la más patriota y la más serena a la vez. Y como Clemenceau es de los que predican y dan trigo al mismo tiempo. manda a su hijo y a su nieto a las trincheras (los dos han sido heridos gravemente), cuando nadie mejpr que él podría alejarlos del combate. Claro está que, de otro modo, Clemenceau no habria dispuesto de toda su conciencia para librar su batalla contra los emboscados. Clemenceau, en esto, es irreductible: estima que en una verdadera Repúblicii todos los ciudadanos deben participar sucesivamente del peligro y del honor. Su prosa, que es clara y elocuente, alcanza el tono épico al explicar los sacrificios que la Patria exige y que le son debidos. Cuando se trata de política exterior, Clemenceau rio es menos clarividenté. Clemenceau predijo la defección de Bulgaria, j Clemenceau, cuando todo el mundo qra optimise, señaló el antagonismo ¿mortal dte las dos políticas griegas, la propiamente helénica de Venizelos, el restaurador de su país, y la fyrmá^izada y germanizante del extranjera que tos .griegos tienen y acatan p<* Rey. Cle-mencau no espera grandes cosas de Rumania, y. en cuanto ■ a la expedición a Salónica, tuvo—-y-sigue teniendo en él—un detractor fticansable. A cada paso, la censura hace del articulo diario del temible periodista una gran mancha blanca. ¡No importa! Clemewceau sabe que, más tarde o más temphíno, él concluye -Isiem pre por decir lo que ' quiere y por conseguir que se le escuche. Nadie ignora qué se llegó a suspender su periódico L’Homme Libre. Él hombre Encadenado salió al día siguiente. Este detalle, mezcla de vigor y de gracia, pinte a Clemenceau de cuerpo entero. Cuando el admirable patriota levantó la llama de las galeradas de su articulo—un articulo sobre la candente cuestión de los Balkanes—, yo estreché la mano que me tendía. Y así concluyo esta interviú sin declaraciones, esta visite sin palabras— Alberto INSUA.