EL SEMBRADO R
EL SEMBRADOR
EL MAESTRO GILBERTO CHAVEZ EN EL CLUB DE MONTERREY
Los Derorlistas <h- Monlerreij <iiie compitieron en los ¡líenos olimpicos de Barriiniiiiilhi, Colombin, fueron anasujudos por los Sembradores de .Monterrey; y ellos aprovecharon liara dar una maynifica e.vlübición de lo que saben hacer. Bl director de este grupo es el conocido deportista José Xavarro quien há tenido la paciencia y el lesón necesarios para formar verdaderos atletas. En las gráficas se aprecian algunas de sus difíciles .jciUtiuacs que lucran muy aplaudidas.
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En ocasión de la exhibición que se efectuó en ios salones del Casino de Monterrey patrocinada por el Club de Monterrey de las hermosas pinturas del Maestro Gilberto Chávez, los Sembradores le dedicaron una de sus comidas y el Arquitecto Agustín Basabe pronunció interesante discurso en honor del homenajeado. que fué muy aplaudido por los concurrentes.
El arquitecto Basave dijo en esa oca-
MAESTRO DON GILBERTO CHAVEZ, SEÑORES,
COMI'AÑEHOS SEMBRADORES:
Id amor al paisaje, al cual no hay que confundir con el gusto de la Naturaleza y de la vida pastoril y campesina,, a la manera de Teócrito y de Virgilio, no data de la antigüedad clásica. Tampoco apareció en la Edad Media, pese a las deliciosas y concisas descripciones de algunos poetas como el juglar del Myo Cid y Gonzalo de Berreo, para no hablar más que de los españoles. Ni siipiiera comienza cu el Renacimiento, entre los pintores de Italia y de los Paises Bajos, en cuyos lienzos y frescos, el paisaje aparece siempre como algo accesorio, como un segundo término entrevisto a travez de una escena en que figuran invariablemente grupos humanos.
El amor al paisaje es cosa romántica, iniciada en la literatura europea por Rousseau y Bernardino de Saint Pierre, pasión que se encuentra ya plenamente desarrollada en las elocuentes y pintorescas descripciones de la naturaleza americana, hechas por el Vizconde Francisco Renato de Chateaubriand.
Para que la pintura de paisaje cobrase su magnifica independencia, fue necesario un movimiento emacipador semejante al <|ue realizó Ricardo Wagner en el campo de la Música. La acaramelada ópera italiana no era más que el escenario y el pretexto para que se lucieran las voces del tenor y de la soprano, del barítono. la contrallo y el bajo. Todo se volvía fermatas, arpegios y gorgoritos. El espectáculo llegó a ser tedioso, a fuerza de falsedad y de ramplón sentimentalismo. Wagner redujo la importancia de las voces humanas al papel de cuales
quiera instrumentos —violines, cornos, flautas— y estableció el verdadero drama musical, dignificando de paso a la orquesta (pie antaño no fuera sino un fondo o acompañamiento a los cantantes.
El romanticismo obró de manera semejante, descentrando al hombre del primer término del paisaje y asignándole un papel no más conspicuo que el de cualquier árbol, arroyo, monte o peña. En una palabra, la naturaleza —dentro de su representación pictórica—• dejó de ser algo accesorio. Se llegó a comprender y amar por si misma y cobró la importancia y la grandiosidad <pie tiene en las telas de los grandes paisajistas modernos.
El hombre de la primera mitad del siglo pasado era fundamentalmente misántropo. sentía el tedio de la ciudad —con-junlo de ambiciones, envidias, vanidades y maledicencias y encontraba en la paz del campo, la soledad reconfortante a (pie aspiraba.
Exagerado, sensible, insatisfecho, rebelde a todo lo establecido, el romántico no estaba bien en compañía de sus semejantes y huía hacia la soledad agres-le. hacia las playas doradas y las costas bravas y rocallosas contra las cuales se estrellaba la furia marina, o hacia las montañas y los valles, los bosques espesos y los profundos barrancos.
Asi comenzó la intimidad del hombre con la Naturaleza y asi aparecieron los primeros paisajistas del siglo XIX, de quienes Claudio Lorena, Ruysdael y otros pintores del siglo XVII no son sino precursores.
Con el grupo francés de Barbizon y con Turner y Constable en Inglaterra, culmina la pintura del paisaje europeo. A nuestro México llegó con el italiano Landesio y culminó en la obra fuerte y definitiva de José Maria Velasco, cuya versión del Valle y los tutelares volcanes, es una auténtica maravilla pictórica. Paisajistas descendientes del mencionado italiano fueron, también, José Jiménez, Javier Alvarez, Gregorio Dumainc y Salvador Murillo. Un infatigable pintor
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