EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 7 medio estará siempre en la Iglesia. El remedio coexistirá con la enfermedad. Si la facultad de predicar, de bautizar, de confirmar, de ordenar, etc., dada por nuestro Señor a los Apóstoles fué trasmitida a sus sucesores, ¿por qué no también el poder que ellos habían recibido de perdonar los pecados, cuando la necesidad mayor del hombre es la dq reconciliarse con Dios por medio del perdón de sus ofensas? Se deduce, en segundo lugar, que el perdón de los pecados debía ser obtenido solamente por medio de los Apóstoles y de sus sucesores, así como tan sólo de ellos debía recibir la palabra de Dios y la gracia del Bautismo. El poder de perdonar fué una gran prerrogativa concedida a los Apóstoles, y no hubiera tenido el carác-* ter de tal si cada individuo quedase perdonado confesándose en su habitación secretamente con Dios. ¡Cuán pocos recurrirían a los Apóstoles si pudiesen obtener el perdón tan fácilmente! Dios dijo a sus ministros escogidos: Os doy las llaves de mi reino, para que podáis dispensar los tesoros de misericordia a los pecadores arrepentidos. ¿Pero qué objeto tendría el dar a los Apóstoles las llaves de los tesoros de Dios para el rescate de los pecadores, si cada uno de estos podía obtenerlo sin acudir a los Apóstoles? Querido lector mío: si yo te diese la llave de mi casa para que tu puedas admitir en ella a los que te parezca bien; creerías acaso que yo te hago un gran favor, si al propio tiempo voy dando llaves secretas a todo el mundo para que cada cual entre en mi casa siempre y cuando le de la gana, prescindiendo por completo de la llave que te entregué a tí solo? He dicho que el perdón de los pecados debe ordinariamente obtenerse por medio de los Apóstoles y de sus sucesores, porque puede suceder frecuentemente que sea imposible obtener los servicios de los ministros de Dios. Un Dios misericordioso no exigirá en este caso sino un corazón arrepentido de su culpa unido al deseo de recurrir tan pronto como sea posible al tribunal de la Penitencia ; porque los mandatos de Dios obligan en tanto que haya posibilidad de cumplirlos. Se sigue, en tercer lugar, que el poder de perdonar los pecados por parte de los ministros de Dios, envuelve para el pecador la obligación de confesarlos. El sacerdote no está autorizado para absolver a cualquiera indistin-tamente, pues él debe hacer uso de su facultad con juicio y discreción, rechazando al impenitente, y absolviendo al