JUNTO AL LAGO. Cuepto rpexicono Desde mucho antes que las primeras tenue» claridades del día blanquearan el crista] de la laguna empeló a caer-de la torre como lluvia mansa sobre el pueblo aún dormido y sobre las aguas quietas la salmodia triste de aquella música. Ya el sol apareciendo esplendoroso en un cielo sin nubes, sobre los cerros cubiertos de verduras húmedas aún por las nieblas de la noche, halló al flautista acurrucado jrnto al alto pretil, bajo la única campana, dando id aire—un’ atrecillo fresco y suave, tan suave que no alcanzaba a rizar el espejo del lago—las notas plañideras de su siringa de carrizo. Y la mañana desplegó, por, fin. radiosa sus pompas triunfales y las aguas se tiñeron por el oriente de púrpura y de gualda, y las estrellas últimas se anegaron en aquel doble mar de luz y de colores, en el que se destacaban y reflejábanse con puros contornos los árboles de las quintas de la ribera y, los mástiles desnudos entonces de -las pequeñas embarcaciones: y el puertecillo se animó con los mil ruidos de un despertar de fiesta, sin que cesase de llover desde la torre la salmodia de aquella música plañidera. Y todo el día fue así. Los fieles madrugadores indios de los villorrios y de las rancherías que bordan la laguna ciñéndola con el cinto de verdor y de flores de sus huertos, la oyeron casi sin darse cuenta de ello, ¡la habían escuchado tantas veces! Sorprendió un instante por su novedad a las ancianas devota*, y a las señoritas elegante> de la cplonia veraniega. Algún curioso has* im qutrió la causa de hallarse aqu<4 viejo pescador muy conocido, de iterada tez y de greñas canosas, entregado en lo más alto de la torre a tan de»u sada ocupación y como ningún* de los remero*, que esperaban parroquia nos. tupieíc responderle fue al tura. * la única persona razonable en busca de mejores datos. El cura en realidad no supo decir más. sino que aquello eraaina costum bre piadosa, un acto de devoción cuyo origen y objeto ignoraba. En cambio conocía muy bien al flautista y de *u historia si dio amplias informacióne*. Y es esta historia, la humilde historia de un infortunio obscuro y vulgar, la que quiero referirte ahdra a tí, que pasas los veranos en aquel puebiecilb-en que el protagonista del drama, de la tragedia diré mejor que oirás de mis labios, vivió con sus dolores; a tí. que tal vez lo habrás visto como lo vi yo, encaramado en la torre de su parroquia dando al aire de la mañana sus notas plañideras. Encarnación Rodríguez contaba cuando lo conocí sus ochenta año*. Asegurábanlo así. al menos, los más viejos moradores de la playa, porque en verdad nadie que no supiese >a extrema longevidad que alcanzan algunos de su raza lo hubiera creído, viéndolo tan entero, tan robusto y tan ágil. Por lo demás, la fecha precisa de su nacimiento no la sabía ni ¿I mismo y apenas si hubiera podido conjeturarse—a tener alguien interés en averiguarla—de las vagas nóticias que su memoria ya débil y vacilante, guardaba de acontecimientos históricos remotos y de personajes de mucho tiempo atrás desaparecidos. Acordábase así de haber estado, niño, pero ya capaz de manejar dn mosquete, en Mex-cala. con su padre, uno de los heroicos aunque anónimos defensores de la isla De los viejos insurgentes que capitanearon en aquella ocasión memo rabie a los indígenas y para vencer .n los cuales tuvo el Gobierno Virreinal que dar verdadeios combate’ navales, armando en aquel mar interior toda una escuadra. Unía Rodrgnez graba das en la mente las austeras figuras. De ellos, de >u$ caracteres, de sns costumbres, de sus traje*f he chos y hasta de sus dicho más inñig- POR RAFAEL DE ALBA. nifkantes, podía hablar cuando aún no era tan viejo ni había auíndo aún tanto, durante horas entera* en la canoa. a las pasajeros a quienes llevaba a tirar en la* ciénegas de* no. y a los compañeros en las tertulias de la taberna. Menos, pero algo todavía, contaba de los tiempos cu que fué soldado y a las órdenej «le Don Santitos. se batió por iiaerta-l y por la Reforma en Ahualulco y Atcn-(¡uique A veces, ya muy pocas, refe na también la histotia de sj pueblo, de aquel pueblecillo. antes obscuro, sólo de unos cuantos «imantcs de el e* primero en aprovechar enriqucciéndwc en unos cuantos días, aquel capricho de la fortuna que hizo en cual-4U’.*r rato que los habitantes de la capital rayesen en la cuenta de s,ue U u:an casi al alcance de la mano un Vcvcy o un Vellagio en miniatura. Per. si contaba de buena gana los dctalk< de esa transformación, no decía mmdW ct'mio y de qué manera habiendo vendido coa más de un mil por rpo de utilidad, las tierras de su* yadtei lo redadas, habían llegado a la negra miseria de aquePa su vejez, sin bare • propio, sin más vestido que uBos cuantos andrajos, ni más pan que el que a costa de rudas penas y sirviendo a ótros se ganaba difícilmente y no todos los días. Pero si él, discreto basta la obstinación, nada decía de la* vainas de *tr rtttna. no era»-ésta* én el pueblo ignoradas Todos ’•abian