806 REVISTA CATOLICA 7 de Diciembre, 1924. SECCION RELIGIOSA EL PECADO ORIGINAL Y LA INMACULADA —¿Tendría Ud. la bondad de explicarme qué es eso de la Inmaculada Concepción y del pecado original, de que tanto se habla estos días del mes de diciembre? —Con mucho gusto; pero esto pide una larga explicación. —La oiré de mil amores. —Pues allá va. Como tú ya sabrás, Dios crió al hombre y le puso en el paraíso terrenal. Y habrás oído decir que le adornó de tales dones y gracias que le hacían enteramente feliz. —Dicen que sabía mucho, que le obedecían todos los animales y seres de la tierra, y que no había de morir. —Así era; pero esos dones de inocencia y justicia original en que fué criado, el señorío sobre las enfermedades y la muerte, y otras riquezas y bienes de que el Señor le colmó, con más el destino a la eterna bienaventuranza y vista clara de Dios, que había de disfrutar concluida su peregrinación sobre la tierra, todo esto era don gratuito de Dios, sobre lo que exigía su condición y naturaleza de hombre. —¿ Pudiera ser hombre sin que le hubiesen destinado a un fin tan alto? —¿Quién lo duda? Por eso tal fin y destino se llama sobrenatural, porque está sobre la naturaleza y exigencias de la condición humana. —Entiendo. Proseguid. —Adán, aunque estaba solo con Eva en el paraíso, no era sólo un individuo particular, sino el jefe y representante de todo el género humano, cuyo tronco y cabeza había de ser, y de quien se habían de derivar todas las gentes y naciones. En él estábamos todos incluidos: era nuestro padre, y sus actos como tal, habían de influir y redundar en toda su posteridad. —Esto me parece muy conforme y natural-También entre nosotros los actos del jefe o padre de familia transcienden a los hijos: las riquezas que aquel adquirió pasan a sus herederos; y si tuvo la desgracia de perder su capital o arruinarse, arruinados deja también a sus hijos. —Dios quiso probar la fidelidad de nuestros padres; y para esto les impuso un precepto, por una parte fácil de cumplir, y por otra muy acomodado para que demostrasen su rendimiento y sujeción: que no comiesen de la fruta de un árbol que se levantaba en medio del paraíso. Entonces a nuestro modo de entender, Dios habló a Adán de esta manera: “Si permanecieres fiel al mandato que te doy. conservarás para ti los dones de gracia e integridad que te he concedido, y los transmitirás a tus descendientes; pero si, al contrario, quebrantares mi precepto y faltares a mi obediencia, perderás para ti y tu posteridad esos dones gratuitos, que no los exige de suvo la pura naturaleza del hombre, y que yo graciosamente por sola mi bondad te había otorgado: serás mi enemigo; y los hijos que de ti nacieren después de tu pecado nacerán como tú pecadores, privados de esos dones sobrenaturales y sujetos a la muerte y a las miserias de la vida.”—Pecó Adán; y como un jugador que en una carta se juega su fortuna y la de sus hijos, y, perdiendo, los sume en la miseria, así Adán con su pecado se perdió él y nos perdió a nosotros, privándonos de la gracia santificante y de los dones sobrenaturales que tenía y habrían pasado a sus descendientes. Los hijos nacemos privados de la justicia original, porque nuestro padre Adán la había perdido ya cuando engendró. Es lo que en otras cosas vemos: cuando la raíz y tronco de un árbol está viciado y enfermo, enfermas nacen también las hojas; y cuando el manantial está envenenado, envenenada sale también el agua de la fuente. Pues en esa privación de la gracia y en esa mancha con que nacemos está el pecado original. —¿Y la Virgen Santísima no contrajo esa culpa? ¿No estuvo sujeta a esa privación de la gracia y amistad de Dios, siendo descendiente de Adán? —De ninguna manera; y aquí está el inefable misterio de- la Inmaculada Concepción que celebramos. Dios, como que es infinitamente sabio y conoce desde la eternidad todo lo que ha de suceder, vió perfectísimamente que Adán prevaricaría ; que a pesar de la facilidad del precepto y de las gracias y auxilios que tenía para perseverar en el bien, se dejaría arrastrar voluntariamente de la tentación y nos arruinaría para siempre. Conmoviéronse a tal vista las misericordiosísimas entrañas de Dios y no quiso dejar al hombre caído en el abismo de sus males. En la plenitud de los tiempos enviaría un Redentor que levantase al hombre de su postración y le rehabilitase con ventaja: el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se haría hombre pasible como nosotros y rescataría al género humano de la servidumbre del pecado. Y como había de nacer de una mujer, escogió desde toda la eternidad a una criatura privilegiada, a una mujer sin igual, a María, para que fuese su Madre. —¿Y fué por esto inmaculada? —Cabalmente. Porque previendo Dios, como dije, la futura caída del hombre, y determinando redimir al género humano, tomando carne de una mujer, en el mismo punto en que todo esto eternamente se resolvió, excluyó Dios de la común maldición, que había de pesar sobre el linaje humano, exceptuó de esta ley a María, y la preservó de la común caída en virtud de los futuros méritos de su Hijo santísimo, que ella había de concebir en sus purísimas entrañas. Porque dueño ora Dios, supremo legislador, de excluir a María aunque hija de Adán, de la ley universal a que él había sujetado a todos los descendientes de Adán, y dueño era asimismo de redimir a su augusta Madre con redención presentirá, librándola de caer en la sima del pecado, y llenando su alma con la plenitud de su gracia santificante.—A. P.