miento dulce irradió de su frente obscura: el ciruelo vivirá y ella también. Yo sé cómo. Por la tarde fué a ver al Cura, se confesó largamente en la iglesia invadida por las sombras crepusculares, y así que sintió su alma bien pura, regresó a su casa. Así que todos se durmieron, tomó un hacha y se dirigió a la higuera bajo la luz mortecina de la luna, un poco menos pálida que la noche anterior. ¡Lilot levantó el hacha y la dejó caer sobre su árbol! Si, lo cortaba porque en su opinión eia el único medio de salvar a Totina. Y cortaba sin pena esta higuera querida, sembrada por su padre y de la que dependía su propia existencia. Para que no le faltaran las fuerzas pensaba et» Totina y cortaba, cortaba haciendo retumbar los ecos en el silencio de la noche. Y cuando el árbol vacilando crujía ya, Lilot oyó pasos, lentos, breves, Instintivamente .quiso levantarse y huir, pero le faltaron las fuerzas cerró los ojos y se desmayó. Lilot temblaba. —Totina, decía con voz sorda ¿no me oyes? Perdóname; te aseguro que ho iba a hacerte daño; respóndeme, Totina; no puede ser, no puede ser que te mueras tan pronto! Y se arrodilló llorando junto al cuerpo inmóvil de Totina. Pero de súbito se levantó, la tomó en sus brazos robustos y la llevó a la aldea para que la curaran y pudiera volver a abrir sus lindos ojos negros como capulines y sonreír con sus labios que olian a fresas. Y al contacto de este amado cuerpecito, Lilot sentía que se estaba fundiendo como la nieve al calor del sol. —Totina, murmuraba extasiado. a-pretándola contra su pecho y luego, sin pensarlo, por movimiento irresistible se inclinó y posó un beso ardiente y prolongado en sus labios olientes a fresas. Ella se estremeció, entreabrió los párpados y viendo al que la llevaba en sus brazos volvió a gritar: —Socorro! socorro! Y de un salto escapó, entró en su casa y cerró la puerta con violencia. Lilot no durmió en el resto de la noche; le apenaba verse odiado de Totina. Tempranito se levantó y fué a la casa de las tejedoras. —¿Cómo sigue Totina? preguntó con voz tímida a la vieja que salió a abrirle. —Muy mal, le contestaron. Ya verás lo que resulta de haberla hecho caer de lo alto de una escala. Y le cerraron la puerta en las narices. Al medio día volvió a preguntar y le dieron la misma respuesta. Luego vió entrar al médico y se alarmó más todavía. —¿Estaba realmente grave Totina? ¿qué iba a ser de ella con un árbol tan raquítico como el suyo? Corrió a ver el ciruelo y lo encontró en un estado deplorable. El tronco se torcía como el espinazo de un jorobádo para huir de la higuera que le oprimía y ya sus ramas estaban muertas. Esta higuera esparcía la muerte en torno suyo con sus raíces glotonas que chupaban todo el jugo de la tierra. ¡Qué ogro! No habría sido bastante cortar la rama principal para que reviviera el ciruelo. ¡Pobre Totina! Y los ojos de Lilot se humedecieron, creyó sentir aún en sus brazos el cuerpecito de la niña, ese cuerpo que pronto se iba a enfriar. —Oh! no, dijo, no! Y un pensa- que parecían pesar apenas sobre las hojas secas. Se volvió y distinguió a T otina. —¿Eres tú? preguntó temblando de pies a cabeza. —Oh! Lilot, dijo ella juntando las manos en señal de aflicción, ¿qué haces, qué haces? —Ya lo ves, corto mi árboL —¿Para qué? —Para que prospere el tuyo, para que vivas largo tiempo y seas feliz porque te amo. —Oh! Lilot, ¿qué dices, me amas deveras? —¿Y por mí cortas tu árbol, porque me creías enferma? Pues no lo estaba. Era por asustarte. Pero me amas y esto me regocija. ¿Por qué no lo habías dicho? —Porque no me atrevía. Te has puesto tan linda----¿Y tú, me quie- res un poquito? —Que si te quiero! Toma, toma y i