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El Meneajero JavaII
El Meneajero J uve a i!
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guntó a Hii madre: “Mamá, ¿quién es ese anciano de rostro tan hermoso?”
Dios quiere nuestra adoración y alabanza porque él es justicia y verdad y desea que adoremos lo más alto. Adorando a Dios nos apropiamos sus atri butos. Adorar es ver a Dios como el ideal. Alabar es manifestar nuestra admiración por su justicia, sabiduría y verdad.
Dios quiere nuestra afloración. Así como una madre desea el afecto de su hijo, Dios quiero nuestra alabanza de su nombre y atributos, y así cada corazón puede venir a ser "tierra santa”. "En dondequiera que se te busca se te encuentra, y todo lugar es tierra san ta.”
4.	No es un Tirano Complacido y Adulado por la Alabanza.
Esta declaración es digna <le nuestro mejor pensamiento. Los paganos tienen este concepto de sus dioses; los ven como tiranos o espíritus malos procurando hacer mal a las gentes, a menos que éstas se ganen su favor por la alabanza, las adulaciones y los sa crificios. Jesús reprendió a los fari seos, los líderes religiosos de su época, porque tenían una idea errónea del culto. Como recordamos, hacían h<r gas oraciones en las esquinas de las calles, etc., se lavaban las manos y eran muy puntillosos efectuando muchos ritos y ceremonias vanas, los cuales jx-nsaban indudablemente que serían agradables a Dios; pero Dios demandaba la alabanza y la atención de los corazones puros y de las vidas útiles.
Tomemos un ejemplo de) Antiguo Testamento (Amos 5:21 24). Las gen tes se habían desviado e ido en pos del pecado. Amos les dijo que su culto era una abominación porque sus vidas no eran aceptables y les proclamó e| mensaje de reprensión de Dios como sigue:
"Aborrecí, abominé vuestras solem nidades, y no me darán buen olor vuestras asambleas. Y si me ofreció rcis holocaustos y vuestros presentes, no los recibiré; ni miraré a los pacíficos do vuestros engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, que no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Antes corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo.”
Entendamos e| punto; Dios mira nuestros corazones; el hombre mira
las apariencias y podrí;, pensar que los actos y las palabras piadosas eran verdadera adoración; pero Dios sabe si nuestras vidas corresponden con lo que nuestros labios dicen.
5.	La Adoración no ee Obra Cristiana
Esta verdad es también digna de nuestra seria consideración. Quizás el más común de todos los errores acerca del servicio de Dios, es la idea de que el culto, ir al templo y demás cosas, constituyen el trabajo o servicio. Muchos de nuestros diáconos y cristianos antiguos se fatigan después de asistir a la predicación del domingo en la mañana; ¡fué un trabajo tan duro! Algu nos, haciendo un esfuerzo extraordinario, van otra vez el domingo en la noche; pero esto constituye para ellos todo un día de trabajo. Como 40, de una congregación de 400, sobreviven suficientemente para asistir al servicio de oración el miércoles en la noche! Ordinariamente éste es "el límite" para los miembros de la iglesia. Se preguntan, ¿qué más podría esperarse de un miembro de la iglesia?
La anterior tiene por objeto hacer enfática la verdad de que le adoración no ee trabajo. No es más recibir, sino dar. í'itemos a una alta autoridad, Enrique Drummond, quien dice:
"Pensamos que nuestros servicios dominicales, nuestras oraciones y la lectura de la Biblia son nuestra religión. No es exacto. Hacemos estas co sas para que nos ayuden a ser religiosos en otras cosas. Estas no son más que las comidas y a un obrero no se le paga portille coma sus comillas"
Después de la fiesta debe venir el trabajo. Recuérdese la historia de la anciana a quien, estando en los escalones del templo, uno de los que pasa han le preguntó: "¿Ha concluido el sermón?" Ella respondió: "No; el predicador ha acabado de predicarlo, pero yo voy * hacerlo inmediatamente.”
<í Buiquemoi el Poder para el Servicio.
La adoración y el servicio van mano a mano. Un escritor dice: "El trabajo de la iglesia significa utilidad para los demás; el culto público es una preparación para él." En otras pala-liras, después del culto debemos sentir la inspiración de ir y decir a los demás acerca de él. Así como se dijo a los discípulos en Jerusalem que es
peraran hasta que se les dotara de poder, después de lo cual iban a ganar el mundo para el Señor, será hecho con nosotros.
Hay siempre la necesidad del bautismo del poder, la verdadera adoración que prepara para el servicio. El peligro de la vida moderna es que los hombres y las mujeres se están ocupando y despreocupando demasiado para e| culto. Los automóviles han roba do a muchos miembros de la iglesia sus domingos sagrados, lo mismo que el "baseball” y otras diversiones. Sin la adoración habrá solamente un servicio mecánico. "Donde no hay visión las gentes perecen". La visión no puede prevalecer cuando el culto se descuida.
Conclueión.
Debemos aprender a tomar parte en las varias formas de los actos del culto.
(1)	L. múeica. Lo que adquirimos del sermón depende ordinariamente de nuestra preparación para él. Esta pre paración se pierde si pasamos por alto la música, que es "el culto en himnos y alabanza.” Las palabras de núes tros excelentes himnos están ordinariamente basadas en las Escrituras. Por ejemplo "Roca de la eternidad", "Hay una fuente sin igual", y “Cx-rca de ti Señor", llevan en la rima y en la música el mero corazón del cristianismo. El Señor nos libre de las cantinelas y rimas de jaz que ya se notan en algu nos himnarios!
(2)	La oración como culto. La oración corresponde tanto al culto privado como al público. Los cristianos de
ben entrar a la casa del Señor con oración en sus corazones y en sus labios. Ixi parlería en que se ocupan muchos cristianos después de que están sentados en sus lugares es abominable y constituye una verdadera desgracia. Es en efecto el acabóse de la irreverencia delante de Dios. Los episcopa-l<s y los católicos nos ponen un ejemplo en la forma exterior, cuando menos, porque tan pronto como ocupan sus lugares se inclinan y oran.
(3)	La ofrenda. La ofrenda debe ser parte del culto—"una ofrenda al Señor"—no una propina. En efecto le llamamos colecta (de fragmentos) y no ofrenda. ¿Quién puede orarle a Dios sobre una moneda de diez centavos, cuando dejamos suficiente para dulces, chicle y cines? Ixis bendiciones de Dios están prometidas sobre "los diezmos y las primicias,” y no sobre núes fra feria suelta. Adoremos a Dios con nuestros diezmos y primicias.
(4)	El sermón. El sermón no es todo, sino una parte imnortante, si es de la Palabra de Dios. Mucho depende de cómo oímos. Si resulta ser “olor de muerte para muerte u olor de vida para vida," no depende de cuánto nos agrade el predicador, sino de cómo escuchemos y nos lo apliquemos. Si hemos sido reverentes durante nuestros ejercicios de apertura, nuestros corazones y mentes estarán preparados para recibir la Palabra de Dios con corazones honestos. Determinémonos a cultivar el espíritu de la verdadera reverencia y de una quietud consciente en la casa de Dios, orando porque el Espíritu Santo nos posea de tal manera que podamos adorar a Dios en espíritu y en verdad.