REGALO DE NAVIDAD Escrito en inglés especialmente para REVISTA MEXICANA, por la Sra. Matilde Lorenz de Cerna, y traducido por su esposo el Dr. David Cerna, Era una tarde sombría de crudo invierno. . —“Tiempo infernal, tiempo infernal,” exclamó airado el viejo arqueólogo al saludar a su antiguo amigo: médico que, solo en su humilde vehículo, se encaminaba a auxiliar a una indigente enferma en los arrabales de populosa ciudad. El arqueólogo era un anciano misántropo que llevaba una vida de solterón incorregible, sin lazos de familia a que acudir en demanda de consuelo, sin obligaciones que cumplir. v El galeno era viudo. Su esposa, difunta de varios años, no había dejado descendiente alguno, y esto le había encanecido y llenado el alma de amargura y pesimismo. Tiritando de frío, el médico invitó a su amigo a que le acompañase. —“Venga usted conmigo, Egipto. Voy a auxiliar a una pobre mujer quien quizás, para cuando lleguemos a su choza, habrá dejado de existir. Luego regresaremos, y estaremos en .nuestros hogares antes de que el sol se ponga en el ocaso.” Aceptó el arqueólogo la invitación, nolens volens. Durante la triste caminata ambos se desataron en quejas contra el mundo y sus miserias, aumentando su mal humor los copos de nieve que un viento glacial hacía arrojar sobre sus rostros. Habiendo arribado a la casi desierta choza, encontraron: a la enferma, muerta: y casi muerto de frío y hambre, a un chiquillo de menos de un año de edad. ¿Qué medida tomar ante aquél triste y doíbroso cuadro? Los buenos vecinos nada podían hacer, que también ellos eran desheredados de la fortuna. Una vez dispuesto, por su propia cuenta, que se diera sepultura al cadáver de la infeliz mujer, los dos amigos se llevaron al infante a la casa del arqueólogo. Durante su viaje de regreso dieron en quejarse contra las inconveniencias del enmantillado montoncito de carne humana: contra la grave responsabilidad que se habían contraído, a ello obligados por las circunstancias, y, por fin, la dieron por aceptar de buen grado las consecuencias. Pasado un corto período de silencio profundo, el médico hizo la siguiente observación: —“Esta ocasión extraordinaria, amigo mío, me hace recordar las bellas expresiones del Duque en Como Gustéis (As You Lake It), de Shakespeare: “Diferencia de estaciones: como, el viento glacial, y los regaños iracundos de zéfiros de invierno, que, cuando mi cuerpo azotan y lo hieren, hasta hacerme encoger tiritando de frío, yo sonrío, y digo:—esto no es adulación; son los consejeros qüe con todo sentimiento me persuaden de lo que soy: cuán dulces son los usos de la adversidad, que, como el feo y venenosos sapo, aun lleva una preciosa joya en la cabeza. . Y esta nuestra vida, exenta,, de sociales atenciones, encuentra lenguas en los árboles, libros en plácidos arroyos, sermones en las piedras, y el bien en todas las cosas”. (1). Y agregó en tono de broma: —“Ha encontrado usted un magnífico ejemplar en esta exploración. Lo feFcito por ello, porque debe hallarse usted muy satisfecho de haber recibido un hermoso regalo d<; Navidad, sin esperarlo.” Nada contestó el arqueólogo, pues, profundamente pensativo, contemplaba al huérfano, al parecer, ¡con ternura casi paternal! Ya en el hogar del anticuario, el chiquillo fué objeto de los mayores y más delicados cuidados. Por varios días el médico trabajó asiduamente, sin descanso casi, por salvar a aquel enmantillado montoci-to de carne humana. Horas enteras se pasaron los dos ancianos contemplando, llenos de ansiedad, aquel pe (1).—“The seasons’ difference,—as, the icy fang, And churlish chiding of the winter’s wind. Which when it bites and blows upon my body, Even till I shrink with cold, I smile, and say This is no flattery,—these are counsellors That feelingly persuade me what I am. Sweet are the uses of adversity, Which, like the toad, ugly and venemous. Wears yet a precious jewel in his head:^ And this our life, exempt from public haunt Finds tongues in trees, books in the running brooks, Sermons in stones, and good in everything.” queño ser que luchaba entre la vida y la muerte. Salvóse al fin el huerfanito. Con la resurrección del pequeñuelo vino también la resurrección en el alma del misántropo, p^raue ante® de ello darse cuenta reclamaba como suyo propio al chiquitín, y ya pensaba seriamente en el porvenir de su hijo! Ya había por quién trabajar; ya había a quien dedicar cuidados; ya había quien de su cariño fuese dueño. T^a vida era hoy para el misántropo un encanto, no una pesada carga. También el médico se había transformado. Los dos amigoé convinieron en unir sus esfuerzos en pro de su protegido, que igualmente el galeno se sentía impulsado a contribuir a la buena obra, que asimismo en él se había despertado un sentimiento de paternal amor. Para ambos, a la verdad, la vida comenzaba de nuevo. Ambos, como el Fénix de la fábula, renacían de sus propias cenizas, vigorosos y llenos de ilusiones. Contemplando el sol de Navidad al través de los crista’es, los dos amigos, extasiados, estrecháronse las manos, y, rebozando el corazón de gozo, murmuráronse mutuas felicitaciones y deáronse Felices Pascuas: que allí, en aquellas dos almas, en donde antes tan sólo existían la duda y el más negro pesimismo, volvió a arder en todo su esplendor la intensa Varna de 1^ Fe. Una vez más se levantaba un Cristo; Un Cristo volvía a nacer. San Antonio, Tex. Die. 4 de 1915.