234 LA VIOLETA ra sacar cerillas, tropezó con el relicario y lo sacó también, y examinándole luego á la luz de una cerilla vió en él una estampita de la Dolorosa que acercó á sus labios esclamando. —Tú serás mi guía,y alumbrarás mi camino. Hizo ademan de guardarlo y vió en el reverso que habia un retrato y examinándole con detención, dijo: —hermosa esf ¿quién será? Apenas acabó de formular esta es- ! presión oyó un quejido que salía del i bosque inmediato. , Carlos se levantó con presteza y se dirijió á dicho lugar,apartando la ma loza y guiándose por los clamores que continuaban cada vez más doloridos, y así llegó hasta encontrarse con un hombre tirado entre un lago de sangre. Carlos reconoció á uno de sus camaradasy desde luego se constituyó en su enfermero. Con dos pañuelos hizo unas vendas que le aplicó para restañarle la sangre que en abun dancia sal i a de la herida que tenía en una pierna. Con el agua de su carama yola le lavó la sangre y terminó su cu ración como Dios le dio á entender; y propinándole algunos tragos de brandy le confortó, y así pasó la noche en su compañía. Al siguiente dia le condujo con mil trabajos á la cabaña de unos pastores para mejor atender á su curación. Desde entonces se relacionaron y fueron amigos inseparables Carlos y Joaquin. Al cabo de dos meses Joa quin estaba completamente restablecido, por lo cual ingresaron á su regimiento para continuar defendiendo su sagrada causa, Joaquin se habia lamentado repetidas veces de la pérdida de un relicario, regalo de su hermana; pero Carlos encariñado de su hallazgo, no quiso decirle que lo poesía, tanto más cuan to que habia despertado su interes hacia Elisa. Como Joaquin no tenía mas afecciones de familia que las de su hermana y los pequeñitos, con frecuencia hablaba de ella con Carlos para enaltecer sus prendas y relevantes virtudes. Carlos escuchaba con placer estas pláticas,y á sus solas contemplaba el retrato á su sabor, y formaba tierní sírnos soliloquios con él. Así las cosas recibieron ambos noticia de sus respectivas casas, como se lleva dicho, la madre de Carlos lo llamaba por encontrarse ella á las puertas de la muerte y Elisa reclamaba el auxilio de su hermano por las dificultades con que tropezaba pa ra atender á su subsistencia. Solicitó licencia Carlos de su General, y concedida que le fué, se dirijió violentamente al pueblo donde su madre lo esperaba, y con encar gos de Joaquin para Elisa, que á su paso cumpliría. Con la tranquilidad de conciencia del que cumple con su deber, seguía Carlos su camino provisto por precaución de un disfraz; pero á pesar de todo sin saber como hubo de ser sorprendido por las tropas enemigas, tomado por espía y conducido á un calabozo como también se ha referí do. Allí Carlos tuvo oportunidad de meditar lo que son las cosas de esta vida. En su encierro Carlos no se juzgaba solo; en medio de su tristeza sacaba el relicario y después de con templar por un momento el retrato de Elisa, de hacerle mil protestas de amor, proteria ferviente plegaria á la madre de Dios, pues conservaba aun el recuerdo de las oraciones que su buena madre le enseñara cuando ni ño, y á ellas ocurría siempre con fé en sus momentos aflictivos. Carlos no pudo conciliar el sueño; su ima ginación trabajó toda la noche, bus cando un mecho para lograr evadirse de la prisión. La partida que sorprendió á Carlos andaba volante con orden de vigilar el camino que conducía al lugar don de estaba el cuartel general. Así es que encerraron al prisionero en un y