El General Scott, Jefe del sivamente a la simpatía y ayuda que recibió de este país. Cuando un hombre de orden y de paz—el General Huerta—adivinando las futuras infamias de Villa, lo aprehendió sobre el campamento de Chihuahua, y lo envió a la Capital de la República, para que fuese juzgado y sentenciado conforme a la Ley, un gobierno favorecido con la simpatía de los Estados Unidos, le abrió las puertas de la bartolina, y le dio la oportunidad de reincidir en su antigua vida de asaltos y correrías. Entonces fue cuando la literatura norte-americana forjó la leyenda pueril y absurda de que Villa había iniciado su carrera en el crimen por defender el honor ultrajado de una hermana. Se cantó la vida del bandolero, como la de un campesino frugal, un santo pastor- de Arcadia, que había abandonado el cultivo de la madre tierra para vengar la deshonra de su familia. Se pregonó que tras de este episodio romancesco, anduvo durante dieciocho años, vagando por los barrancos y las laderas de las montañas hasta que la revolución de 1910, lo libertó de la vindicta porfiriana. Esta historieta burda, digna de un cinematógrafo de barrio, mereció el aplauso unánime de la Nación norte-americana que acabó por envolver una vida llena de crímenes, en los ígneos resplandores de una epopeya napoleónica. Al mismo tiempo, se le facilitaron toda clase de pertrechos y municiones de guerra, para que los usara en la destrucción sistemática de las instituciones patrias, y en la exaltación horrible de esa anarquía infernal, que ha convertido a México en un asiento de irresponsabilidad para toda clase de delitos. 'Sí, los Estados Unidos armaron a*Villa, y éste utilizó sus armas en contra de aquello que significaba cultura, honor, orden, moral, justicia y ley. Desde hace dos años los mexicanos que más valen, los que tienen más fuerza social y representativa, los que debieran encarnar Estado Mayor Americano el núcleo organizador y constructor de su país, se hallan fuera de su Patria dispersos y errantes, porque el Gobierno de la Casa Blanca supuso que armando bandidos en contra de la crema intelectual y moral de un país, se iba a conseguir la liberación inmediata de las clases oprimidas y desheredadas. Villa y sus hombres, por inclinación innata, por tendencia arraigada, rompieron todos los moldes, quebraron todos los frenos, despedazaron todos los cauces, y arrojaron la Nación a un verdadero caos. Y cuando la Casa Blanca, después de haber insolentado al bandido con zalamerías y halagos, decidió retirarle su protección, creyendo que con sólo ese hecho se restaurarían el orden y las instituciones en nuestro desventurado país, Francisco Villa, lejos de amedrentarse, buscó en el territorio norteamericano un nuevo escenario para sus hazañas de salteador. ¡Es natural! Lo que resulta absurdo es que sus antiguos aliados, pisen el suelo bendito de nuestros mayores para destruir lo que ellos mismos construyeron. Y es inútil que'se diga y se vuelva a decir que las fuerzas de Estados Unidos no van a lastimar la integridad ni la honra de la Nación. En cuestiones de pudor, no hay términos medios, y el que pierde un átomo lo pierde todo. Por primera vez en nuestra historia de pueblo libre fuerzas extrañas van a pisar el suelo mexicano sin ser recibidas por medio de las armas. Esto es doloroso, porque indica que nuestros hijos no heredarán de nosotros, el legado de gloria, inmaculado e intacto, que nosotros recibimos de nuestros padres. Se podrá decir, como consuelo: “Esto no es invasión,” “esto no es intervención;” pero es lo mismo que si alguien le dijera a una mujer honrada: “déjame besar tu boca y oprimir tu seno, porque mis caricias no intentan menoscabar tu honor."