Escenas de la -guerra Soldado^ alemanes, blindando una trinchera, con una malla de acero. UNA LITERATURA DE HIERRO. la Personalidad de treitschke. (Traducido para “Revísta Mexicana)" Durante veinte años, desde 1875 hasta 1895, Heinrich von Treitschke. autor de la elegante “Historia de! imperio aelmán en el siglo XIX'*, pronunció en Berlín, con extraordinario éxito, una serie de disertaciones sobre el estado, la guerra, la paz y las ideas políticas germánicas. Recopiladas en 1899 en dos gruesos volúmenes, con el título de “Po-litik“, estos discursos constituyen lo que pudiera llamarse la Biblia alemana en materias de derecho público y de relaciones internacionales. Naturalmente, Treitschke alcanzó grandes honores de su gobierno, y la protección cariñosa de Bismarck. En su auditorio distinguíanse por su entusiasmo, a veces delirante, los militares de la camarilla directora prusiana. desde oficiales de alta gradúa^ ción, hasta modestos tenientes y soldados. Treitschke no ^ra prusaino, sino sajón de nacimiento y eslavo de origen, i>ero defendió la hegemonía de Prusia. “Toda Alemania,” dice, “es una extensión de Prusia,” y en esto, según él. consiste su fuerza y el se creto de su importancia. Como afir man los ilustres profesores de la Universidad de Oxford, que en un reciente libro se han ocupado de Treits dike y sus doctrinas, la unidad ger mánica descansa en gran parte en la “prusianización artificial” de todo el imperio, y el célebre historiador y propagandista, ha sido el abogado más ardiente y eficaz de esta obra. (1) Para Treitschke el Estado es la más alta manifestación xle la sociedad, y “por encima de él, no hay na da en la historia.” Pero él Estado ha de ser “nacional rigurosamente”. Toda idea de fraternidad humana y de derecho, que limite el “derecho del estado,” la rechaza con patriótica ira. El extranjero es el eneraígo. Desde el vocabulario bárbaro, «pie debe desterrarse del idioma hastiaos produc. tos industriales, a los que deben cerrarse las fronteras, cuanto viene del interior es nocivo a los verdaderos intereses del Estado. El Estado — añade—, es una organianeión para la defensa y la ofensa, ambas en el fondo, la misma cosa, porque toda ofensiva tiene ! carácter defensivo, “El primero que comprendió como era y debía ser un Estado, fué Ma-quiavelb,” exclama Treitschke, para quien el autor de “El Principe” es el gran genio de la política. El Estado, en suma, es la fuerza: "der Staat ist Macht.” El deber más alto de un buen Estado, es la conservación de su poderío. “De todos los.errores, el de-la debilidad es el más despreciable, el que lo8_fuertes.H Treitschke riiás abominable, el gran pecado contra el Espíritu Santo de la política." No existe razón ninguna que ótíede obligar a un Estado a ser débil, ó á limitar, en lo más mínimo, su poderío. El derecho internacional es absurdo. Los tratados y oblgiaciones internacionales, solo son válidos mientras convengan. “Un Estado no puede comprometer su voluntad futura a beneficio de otros.” “En cuanto a escrúpulos morales, ¿no es ridículo aconsejar a un Estado que lucha, el cumplimiento del Catecismo ?” No cabe aceptar que ún Estado admita a los demás como sus jueces. El es el único juez de sus acciones, y, por consiguiente, solo a él ,incumbe decidir si ha de aceptar o no los tratados que antes haya hecho, si en la actualidad no le convienen. Los hombres tienen la ley y los tribunales que pueden obligarlos a cumplir sus compromisos; pero los Estado no obedecen sino por la fuerza. El Estado superior, como decía Ma-quiavelo, ha de luchar, “cuando llegue el día”, contra “la fe y la caridad, la humanidad y la religión.” ¿Qué importancia han de tener para un Estado esas ideas, si no le benefician y solo sirven a sus enemigos? Con tales “palabras” lo, que se inteu ta es proteger a los débiles, y los débiles “no tienen el mismo derecho