El Aniversario de la Libertad.
DESDE JAUJA.
A 12 de Noviembre de 1915.
Mi estimado amigo:
Ocho dias faltan para Ihegar al 20 de Noviembre, quinto aniversario del grito de rebelión maderista; y aunque nada se sabe a estas horas, es de presumir que habrá rumbosos festejos en recuerdo del memorable suceso, ya que, según el decir de los actuales renovadores, existen puntos de contacto entre ‘la gloriosa” de ayer y “la gloriosa” de hoy, hasta declararse que esto no es sino la continuación <le aquello, para cerrar el ciclo libertador.
Y digo “la gloriosa,” porque no quiero parecerme a los, abyectos del porfirismo que groseramente dieron en llamar “la sudorosa” al surgimiento número uno? aunque a juzgar por la atmósfera que nos invade, el surgimiento número dos puede sei bautizado con igual remoquete para hacerle los honores de sucesión que merece.
Ya imagino lo que saldrá de las bocas y de las plumas en la fecha conmemorativa del advenimiento libertario. Todos sacarán a la plaza el no ubre de Pascual Orozco para ben-docirlo por haber sido sú brazo el que primero empuñó el ariha rebelde. Porque el espíritu justiciero tiene una fuerza incontrastable en la -facción dominante. Y sobre todo, cuando evocan a ’os muertos emplean una serie de epítetos tan delicados y conmovedores que arrancan lágrimas.
Si tú hubieras leido en esta prensa, tan pulcra y tan sabia, lo que se dijo (*el viejo dictador en cuanto se supo su muerte habrías sentido un tremendo sacudimiento de emoción. Era paraJlcgar al paroxismo. ¡Qué pro-s? almibarada tan rica destilaban las plumas! ¡Qué lamentos tan hondos exhalaban las almas ante la inevitable catístrofc; y cuánto arrepentimiento de todos por haber herido y calumniado en vida, y desde lejos, al verdugo del pueblo! l,a reacción era la rd a. pero vino al fin. Se echaron al olvido los antagonismos coléricos,
y acudió “el reconocimiento de los errores"----Y no aludo al de Yanqui-
'andia en relación con Don Venus No vayas a confundir.
Pues cosa parecida ocurrirá de seguro con Orozco, aunque la tarea sea más fácil para los restauradores del d:a; porque si con Don Porfirio, que había sido el enemigo odiado por ellos, se mostraron tan conmovidos que le arrojaron llorando hojas de laurel sobre su tumba en señal de justicia, no van a tener tanto trabajo en sacar del arsenal de los piropos todos los calificativos que es de razón poner al pie del primer caudillo revolucionario ya que este movimiento armado es continuación del otro,
No puede negarse que esta es una dé las caracteristicas del carrancismo: justicia seca, y caiga quien cayere. Basta que recuerdes un solo caso: el de Doroteo Arango. Doroteo nu había sido en sus mocedades otra cosa que un bandolero irreductible: pero Don Venus, que tiene buen ojo y sabe discernir honores, le dió la han-.da de divisionario, después de las hazañas realizadas por eh “Napoleón Mexicano" apodo épico que le pusieron los periódicos legalistas. Se enredaron las pitas: Villa cogió por su lado y Don Venus por el suyo: y ya tenemos a Doroteo convertido de nuevo en un facineroso. Volvió, pues, a su antigua noriienclatura, según se ve por los mismos que lo habían glu rificado. Por supuesto lleva todavía al cinto la banda de General, porque seguramente la conserva en recuerdo del donante y como prenda de vieja confraternidad de ideales entre uno y otro paladín de la democracia
Si el troglodita de Chihuahua no se :e encara al campesino de Cuatro Ciénegas, y hubiera seguido en vigot la alianza fraternal, Doroteo estaría en su puesto de Napoleón Mexicano, a pesar de su filiación primitiva de foragidi irredenti. Y ais una desgracia para Jauja la insubordinación de Arango, porque á estas horas, pacificado todo, sería una gloria del Constitucionalismo contar en el ejército
con un General de División como Villa. ¡Mira tú de la que nos hemos perdido!
Y de la que se perdió también el Primer Jefe. Porque es seguro que, dados los antecedentes de guerrero indómito que se había ganado Villa, andarían los dos en amable camaradería, dignos el uno del otro, derro-cadores ambos de la usurpación, columnas firmísimas de la democracia, y dispuestos, con certeza de éxito por su pericia en cosas de gobierno, a re-construr este desgracado país,, donde la autocracia porfiriana dejara sus nefandas huellas destruyéndolo todo.
No seria mucho pedir que Doroteo, por sus condiciones bélicas, bien que no tan salientes como las del autor del Plan de Guadalupe, se encaramara en el Ministerio de Guerra. Post tivamente es una lástima que no se hubieran entendido los dos desde que. sin el auxilio de los americanos en Veracruz, lograron el desmoronamiento del huertismo. La paz habría quedado cimentada hace más de un año: los bilimbiques de dos caras circula rían ampliamente en consorcio con los que superabundan de fabricación- ca-rrancista, y a estas horas florecería Jauja con toda pompa dando envidia a las naciones europeas ^que todavía andan a trancazos.
Pero por obra de la justicia preconstitucional volvió Doroteo a ser la fiera selvática, si bien portadora aún de la insignia famosa. Resueltamente Villa es el hombre de lafe bandas: tuvo la banda que le tocaba el himno nacional; tiene la banda que le dió Don Venus y le queda también la banda de foragidos que le acompaña.
Por estos antecedentes afirmo que con Orozco harán lo mismo que con Don Porfirio. Llorando le arrojarán hojas de laurel sobre su tumba. Y así ¿quién lo duda? Van a ponerlo VERDE.
Cierro aquí mi séptima epistoIaTré-pitiéndome tu amigo y colega, muy afectuosamente.
SILVERIO.