La Profanación ele Tierra Santa París, Abril. Mi caro Bertrand:—Muy irónicamente, hoy, en este domingo de Pascua en que los cielos alegres se visten pascualmente con casulla de oro y de azul y las lilas nuevas perfuman mi jardín para santificarlo, llega tu horrenda carta, contándome que diste fin al trazado del “¡Ferrocarril de Jaffa a Jerusalén!” ¡ Triunfas 1 De seguro que en la puerta de Damasco, con las fuertes botas enterradas en el polvo de Josafat, el quitasol apoyado sobre una piedra tumular del profeta, el lápiz aun errante sobre el papel, sonríes, te ensanchas y, a través de las gafas ahumadas, contemplas, señalada con banderolas, la “linea’’ por donde en breve, humeando y resoplando, rodará desde la vieja Jeppo a la vieja Sión el negro convoy de tu negra obral ¡Alrededor los destajistas descorchan las botellas de la festiva cerveza! Y detrás de vosotros también triunfa el Progreso, trepando sobre las murallas de Herodes, lleno de goznes y tornillos, restregando con estallidos ásperos sus rígidas manos de hierro fundido. Imagino y comprendo tu escandaloso trazado ¡oh hijo predilecto y fatal de la Escuela de Puentes y Caminos! No necesitaba ese plano con que me deslumbras, todo en líneas escarlatas, semejando golpes de una faca vil en carne noble. Y es en Jaffa, en la antiquísima Jeppo, ya heroica y santa antes del Diluvio, donde tu primera estación, con sus cobertizos, sus almacenes, sus básculas, su campanilla, su jefe con gorra ga! nada, se yerguen entre esos naranjales, alabados por el Evangelio, donde San Pedro, acudiendo a los gritos de las mujeres, resucitó a Dorcas, la buena tejedora, y la ayudó a salir de su se-