UNA
(UJ)AD DE MEXICO, febre-1 ro de 1932.—La trágica for-
■	ma como terminó la aven-
■	tura de un grupo de jóve-W *1 nes mexicanos que intentó
derrocar el gobierno de Venezuela, cuyo líder máximo e« el general Juan Vicente Gómez, ha sido relatada aquí por uno de los %supervivientes, a un grupo de periodistas. El interesa ni o relato, según lo que pu blica el diario “El Universal’*, es como sigue:
COMO SE ORGANIZO LA EXPEDI-OTON FILIBUSTERA
Desde hacia tiempo radicaba en México un señor llamado Rafael Simón Urbina, quien según parece había perte-Kícido al ejército venezolano con el gra do de general, pero que se vió precisado a salir de su país por motivos políticos, ya que, siendo un hombre de ideas liberales, no podía comulgar con la tiranía del Presidente Juan Vicente Gómez.
Apuyado en México por el también venezolano doctor Ciarlos León, persona muy popular y querida en Venezuela, que con anterioridad había sido miembro del Gabinete del dictador, proyectó organizar una revuelta que diera al tras te con el régimen gubernamental de a-quel pueblo.
Al efecto, empezó a reclutar gente; pero quizás por temor de que las autoridades mexicanas descubrieran su proyecto y pudieran proceder contra él, decidió cambiar su nombre y tomó el de Carlos Martínez, haciéndose pasar, a-demás, como ingeniero que buscaba trabajadores para ir a explotar un campo chiclero en Quintana Roo.
Sin embargo, debido al poco conocimiento que tenía de nuestro medio, no logró reunir sino un reducido número de operarios que se hallaban sin trabajo, y a algunos jóvenes oficinistas, cesantes también, que de buena fe creyeron que iban a trabajar en los campos de chicle. Con estos elementos, y con algunos otros, que sí sabían el verdadero propósito <le la expedición, emprendió Urbina el viajo a Veracruz, el día 27 de septiembre de! año próximo pasado.
En la columna figuraban algunos militares mexicanos que estaban retirados del servicio, unos diez patriotas venezolanos, qu¿- también habían tomado parte en las guerras intestinas de México, y dos ita Taños, uno de los cuales estuvo fungiendo como químico de una poderosa compañía petrolera y otro que había sido capitán de barco.
SALE LA EXPEDICION PARA VENEZUELA
Al día siguiente arribó el grupo a Veracruz, y fue alojado en un local que facilitó la compañía naviera con quien Urbina, o más bien, el ingeniero Carlos Martínez, habír contratado el barer que conduciría la expedición a Quintana Roo, pues tal era la versión que se había propalado, y tal la creencia, también, como ya se dijo, de la mayor parte de las personas que la componían, así como de otros elementos que se engancharon en el mismo puerto. La columna so componía aproximadamente de ciento cuarenta hombres, al salir de Veracruz.
El barco, antes de la partida, había tomado carga y pasaje para Progreso, de suerte que nadie podía sospechar que la embarcación fuera a tomar un rumbo disanto. La matrícula, además, se había hecho para Puerto Morelos, de Quintana Roo, donde el barco habría de dejar a la expedición que iba a los campos chicleros, para regresar después a Progreso, cuyo destino llevaban el pasaje y la carga, consistiendo ésta última en fardos con bonetería, calzado y otras mercancías por valor aproximado de cuarenta mil pesos.
El Ingeniero Martínez, por su parte había hecho embarcar varias cajas que según declaró contenían maquinaria des tinada a los trabajos de explotación que iban a emprenderse, algunos barriles de petróleo, que también se harían indispensables para las labores, bastantes víveres y abundante cantidad de agua, pretextando que todo esto escaseaba en Ja zona hacía donde se dirigía la expedición.
El día 81 de septiembre por la noche, el barco zarpó, después de algunas dificultades que tuvo para salir, ocasionadas por descompostura de su maquinaria. Iban a bordo, además, dos señoras y una ni dita. Una de aquéllas, era la esposa de José Cano, que más tarde ostentó el grado de coronel, y la otra, era
La Dramática Aventura de un
Grupo de Mexicanos que Soñó
Derrocar a Juan Vicente Gómez
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desembarcando en
poco después fue-
una dama de Yucatán, qua regresaba a su tierra al lado de su f;* mi lia. La pequeña era hija del matrimonio Cano. Como pasajeros, figuraban a bordo tres individuos más; une de ellos empleado de una compañía de a-nuncios luminosos, otro era estudiante en viaje de vacaciones para Yucatán, y el tercero un señor ya de edad, cuyo" propósitos na die sabía.
La columna expe dicionaria en su mayor parte se com ponía de elementos jóvenes, que precisamente por su e-dad denotaban que no podían servir para ejecutar trabajos tan rudos como son los de la ex plotación del chicle. Asf fue que algunos miembros de la tripulación, en un principio creyeron que se trataba de un grupo de mu chachos que iban a Guatemala a hacer alguna revolución, y habían decidido entrar a a-quel país por tierra. Quintana Roo; pero
ron persuadidos de que no había tal cosa, y antes bien sólo se trataba de jóvenes que iban ávidos de trabajar, porque desde hacía tiempo se encontraban en México sin ocupación. Así cesaron todos los temores y todas las stispica-cias.
SE OBLIGA AL BARCO A CAMBIAR SU RUTA
AI día siguiente, primero de octubre, hallándose ya el barco en alta mar, como a las once de la mañana y mientras se repartía la comida a los presuntos chicleros, el ingeniero (?) Martínez, a-yudado por el grupo de venezolanos y por los mexicanos que sabían la verdad sobre la expedición, procedieron a aprehender al capitán del barco y a la tripu lación, quedando la embarcación en poder de algunos marineros que habían sido enrolados, bajo la dirección del i-taliano, antiguo capitán de navio. Al llevarse a cabo esta aprehensión, a uno de los aprehensores se le escaparon dos tiros, pero ninguno de ellos hizo daño a nadie. Corrieron, sin embargo, versiones acerca de que el capitán había sido herido, pero éstas fueron desvirtuadas en su oportunidad. Después, la misma tripulación expresó su deseo de seguir manejando la embarcación, y el ingenie ro Martínez accedió a ello, pero ejerciéndose estrecha vigilancia sobre a-quellos hombres.
Encontrándose ya el barco en poder del ingeniero Martínez, éste se dirigió a los presuntos chicleros, diciéndoles que él no era, como se había hecho a-parecer, el ingeniero Carlos Martínez, sino el genera venezolano Rafael Simón Urbina, y que tampoco se trataba de ir a explotar campos de chicle, sino de llegar a Venezuela para iniciar una revolución contra el general Juan Vicente Gómez. Unos porque ya lo sabían, y otros por temor de que se les fuera a hacer algo, unánimemente determinaron llevar a cabo la empresa.
Inmediatamente se procedió a sacar de las bodegas las cajas que se habían manifestado como conteniendo maquinaria, y de ellas se extrajeron siete rifles Thompson y suficientes maiissers para armar a los que desde esos momentos quedaban convertidos en guerrilleros. La gente comenzó a recibir ins tracción sobre el manejo de las armas, poro el parque no les fue distribuido a todos, porque, naturalmente, se desconfiaba d • algunos.


Se ha dicho que el capitán del barco, cuyo nombre, bien sabido es, era el “Superior”, sabía todo lo relacionado con la expedición filibustera, desde antes de salir de Veracruz; pe ro tal cosa es inexacta, pues lógico es suponer que ningún capitán de navio se expone a per der su carrera sólo por llevar a cabo una empresa como ésta. Además, ninguna compañía de navegación podría haberse prestado para ello.
EL DESEMBARQUE EN VENE-
ZUELA
Repartidas las ar mas, el barco cambió de rumbo e hizo proa hacia Venezuela, y durante la travesía se llamó al grupo de jefes y oficiales, para que de común acuerdo se formulara el plan de cam paña que habría de desarrollarse. Hubo, durante las dis elisiones sobre es-
te punto, propuestas tan descabelladas de parte de los dos italianos, que provocaron verdadera hilaridad entre venezolanos y mexicanos.
Después de once días de navegación, el día ti de octubre por la noche desem barco la expedición en un puertecito venezolano llamado Bellavista o Puerto Zamora, donde se dispararon los primeros tiros. Había allí unos cuantos celadores aduanales que, creyendo que se trataba de contrabandistas, pretendieron evitar la incursión de éstos; pero al darse cuenta de que se trataba de un numeroso grupo de gente armada, emprendieron precipitada fuga.
La idea primitiva era desembarcar en Puerto La Vela, pero los jefes mexicanos lograron convencer a Urbina de que tal cosa se hiciese en otro lugar, puesto que podría haber alguien que hu hiera descubierto los planes. Esto fue favorable a los expedicionarios, pues poco más tarde se supo que en aquel lugar había 500 hombres en tierra y dos barcos de guerra esperando a los revolucionarios.
El día 12, de Puerto Zamora avanzó la columna hacia Capatárida, importante pueblo de la Provincia de Falcón, que fue tomado después de un pequeño tiroteo con la guarnición que lo custodiaba y que era a las órdenes del general Simplicio Borregales.
SE LIBRAN VARIOS COMBATES ENTRE GOBIERNISTAS Y EXPEDICIONARIOS
Urbina, que había ya cometido muchos errores, el primero de los cuales había sido contratar gente con engaños cometió uno más al ordenar que los 140 hombres de que disponía se dividieran en dos columnas y avanzaran hacia Coro, capital del Estado de Falcón, no obs tante la opinión en contrario que tenían otros jefes militares, principalmente los mexicanos. Estos últimos insistían en que la columna, en su totalidad avanzara por las serranías hacia el interior del país, dividiéndose en grupos, según las necesidades. Urbina, sin embargo, sostuvo sus ideas, y esto fue seguramente lo que determinó el fracaso de la expedición posteriormente. La primera columna, compuesta de unos cuarenta hombres, comandada por los coroneles Julio Hernández, venezolano, y A. Torre Guerra, mexicano, fue enviada por el general Urbina a un lugar situado entre Capatárida y Coro; pero al llegar a un punto nombrado Rinconada, cayó en una emboscada quo las fuerzas del
general Juan Vicente Gómez les había tendido, y, pese a los esfuerzos de los expedicionarios la columna fue prácticamente aniquilada, muriendo en la acción el coronel Hernández, el coronel Gilberto Reyes, algunos otros jefes y oficiales, y sólo lograron salvarse el coronel Torre Guerra y unos cuantos hombres.
La segunda columna, encabezada por el propio general Urbina, y desconocedora del triste fin que había tenido la primera, el mismo día 12 de octubre por la noche emprendió también el camino rumbo a Coro. Durante la travesía se descubrieron a la vanguardia varias luces sospechosas, por lo que se decidió acampar en un lugar llamado Sabana Larga. Como a las tres de la madrugada del 13 de octubre, los centinelas dieron la voz de alarma, porque las luces sospechosas avanzaban hacia la columna expedicionaria, y desde luego se tomaron disposiciones para el combate, gracias a las órdenes que dictaron los jefes mexicanos y venezolanos inferiores a Urbina, pues éste se concretó a cruzarse de brazos.
Aquellas luces sospechosas resultaron ser de más o menos ochenta camiones, de los cuales, cuando se encontraban como a 500 metros de los revolucionarios, descendieron las tropas gobiernistas que los ocupaban, y comenzaron el ataque.
El combate se generalizó, y después de una hora, aproximadamente, durante la cual se peleó con todo vigor, los gobiernistas, a las órdenes de los generales Borregales y Palencia, se vieron obligados a retirarse, sufriendo considerables pérdidas, pues tuvieron más de cien muertos y gran cantidad de heridos, dejando, además, seis prisioneros y un camión con parque. Por estos prisioneros, los expedicionarios supieron el desastre de la primera columna, así como de la ferocidad de los gobiernistas, que habían acabado con los heridos de la columna a las órdenes del coronel Julio Hernández.
Los expedicionarios, en cambio, fusilaron a los prisioneros y sufrieron la pérdida de un soldado, aunque resultaron gravemente heridos el general mexicano José Preve y un soldado más.
EL DESASTRE DE LA EXPEDICION
Animados por el triunfo, los prifrtd-pales jefes de la expedición se reunieron con Urbina a fin de decidir el camino que habría de tomarse. Los mexicanos opinaron que la ruta a seguir era la sierra; pero Urbina desechando toda opinión y haciendo valer su carácter de general en jefe, se impuso y la columna continuó hacia Coro.
Al llegar al punto nombrado Buena Vista, la columna encontró a las tropas gobiernistas, con un efectivo aproximado de mil quinientos hombres, a las órdenes de los generales Izquierdo, Simplicio Borregales y Fermín Palencia, perfectamente atrincheradas. Los revolucionarios en cambio, no llegaban a cien hombres.
Se abrió el fuego por ambas partes, pero desde luego los expedicionarios comenzaron a sentir la superioridad del enemigo, y Urbina, al ver que ya habían caído varios de los jefes a sus órdenes, entre ellos el coronel Cano, que ya ostentaba el grado de general, y convencido del peligro que corría, ordenando a varios hombres que lo siguieran, pretextó ir a hacer un reconocimiento sobre el ala derecha de las tropas gobiernistas y a bordo de un automóvil abandonó a los suyos, dejándolos en duro aprieto.
Los combatientes siguieron resistiendo denodadamente, pero se vieron obligados, por fin, a dispersarse, ante la superioridad numérica del enemigo y convencidos de que. no habiendo ya ningún jefe venezolano que los dirigiera, y no había ya, por lo mismo, ninguna bandera qué defender, era inútil se. -Ir luchando.
Las pérdidas que sufrieron los revolucionarios no fueron cuantiosas, obedeciendo ello, no obstante lo reñido de la lucha, a que el armamento de las tropas gobiernistas era de poco alcance, pues apenas si las balas llegaban a 300 metros.
Consumada la derrota de la columna expedicionaria, los elementos que la componían se dispersaron en pequeños grupos que tomaron distintas direcciones, pero tendiendo casi todos a ganar la costa para seguir por ella hasta la. frontera de Colombia, donde esperaban ponerse a salvo.
En el campe de batalla habían qué-
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