Una patrulla alemana cerca de Duneburg '*4" . - ... Adriana Buquet Por Anatole France —Convengamos—me decía mi amigo Laboulleé, mientras se nos servia el café y fumábamos nuestros cigarros—convengamos en que todos esos hechos que se atribuyen a un estado no definido aún del organismo, la doble vista, la sugestión a distanciadlos presentimientos confirmados y otros fenómenos por el estilo, no han podido estudiarse, la mayor parte de las veces, de modo que satisfagan por completo las exigencias de la critica científica. Hay muchos testimonios que certifican de la veracidad de estos hechos; pero por muy sinceros y muy respetables que esos testimonios sean, la ciencia no puede admitirlos, porque la ciencia solo se nutre de demostraciones. Yo era también de los que dudaban, hasta que tuve en mi poder las pruebas, de que existen estos casos, con el estudio de uno que voy a contarte y que he presenciado yo. —El matrimonio Buquet—continuó mi amigo—era una pareja sencilla y vulgar, cuya sola ambición para el porvenir era la de procurarse una ren-tita, y cuyo sólo anhelo al presente era el de asistir, de regalo, a cualquier teatro. Buquet era un hombre bonachón, de carácter completamente débil; su mujer era muy guapa, de un temperamento bilioso, y nervioso, en el cual la vida agitada de París, que se infiltra hasta en los hogares más tranquilos había hecho que predominaran los picaros nervios. —El matrimonio Buquet tenia muy pocas relaciones y una sola amistad: la del amigo Géraud, como ellos le designaban siempre, un mozo de 30 o 40 años, que por nada del mundo dejaría de asistir a la oficina de la casa de banca en que trabajaba, ni llegaría un minuto más tarde de la hora señalada para la comida en el domicilio de los Buquet, que a diario le recibían cariñosamente, señalándole con una sonrisa su puesto en. la mesa. Muchas tardes iba yo también a casa de los Buquet, a la misma hora de la comida, para llevarles unos billetes de teatro. Uno de estos dias, encontrándome con unas localidades, de las que no sabia que hacer, me fui a la calle de Grenelle, a casa de mis amigos. Llegué un poco más tarde, y cuando entré en el comedor ya estaba servida la sopa. Noté con sorpresa que el amigo Géraud no estaba. El bueno de Buquet rabiaba de hambre y quería sentarse a la mesa, pero su mujer se oponía, diciendo que era necesario tener un poco de paciencia hasta que llegase Géraud. —jA comer, a comer!—dije al entrar, para interrumpir la disputa que empezaba.—Hay que acabar pronto si queréis aprovechar este palco para los Franceses. Esta noche se representa Dénise. Es preciso ver comenzar el primer acto. Se pusieron a la mesa. Buquet comía de prisa, tragando a grandes sorbos sus cucharadas de fideos, y recogiendo con la lengua los hilos que se le caian en los mostachos. Adriana, la mujer, visiblemente nerviosa e intranquila apenas podía pasar bocado. —Las mujeres son extraordinariamente nerviosas—dice de pronto Bu-