EL ATENEO - REVISTA ESTUDIANTIL 15 Tema que obtuvo el 2o, Premio ¡Oh, visiones fugitivas que encendéis y arrebatáis el espíritu fogoso de la juventud, horizontes fantasmagóricos de inefable felicidad! En el fárrago precioso de ilusiones de que el hombre se alimenta, existe una que nos trae a la memoria la idea facinante de un espejismo. Ea númen de poetas, principio de virtudes y apoteosis de los héroes: la Libertad. Qué ideal más noble? A la sola evocación de su imagen. ¡Qué gestas formidables y qué torbellinos arrolladores no ha provocado un alucinado en esas muchedumbres nebetadas, subconscientes, macilentas bajo el grávido dominio de la tiranía....! Tentativas audaces de la soberbia y vanidad humanas. Libertad? ¿Dónde ha florecido la libertad? Y los pueblos que blasonan de una estirpe inmaculada, que nos muestren testimonios de su amor a esta adorable deidad Blasfeman porque siempre los ha animado un sacrilego empeño en corromperla. El pueblo espartano, el orgulloso y viril pueblo espartano que creyó amar la libertad, sumió en la despreciable condición de iliota a todo nombre de plebeya cepa. Y qué decir de los atenienses, de ese pueblo inteligente y superior? Este pueblo, ilustre genitor de superhombres ¿amó la libertad? Tal vez sí. pero no ostenta títulos de bondad y de virtud una pasión que conduce a un pueblo a la depravación y a la muerte. Y ese pueblo de ilustre prosapia de Dioses, fué el esclavo mas envilecido de sus vicios y cuando füé presa de conquistadores, no supo ni siquiera conservar su dignidad, resignándose a ser el más vil de los lacayos. No llamemos libertad a aquella de que el pueblo voraz de los romanos hizo alarde y que pone en boca de Cesar que la corrompe primero con sus ósculos envenenados, para ahogarla después. cuando impelido por la ambición y deteniéndose apenas a pensar en el inexorable veredicto de la Historia, amenaza con imperio: “Alea jacta est!” (la suerte está echada), y atraviesa el Rubicón. Y porque vivieron cobijados a la sombra de aquel lábaro fatídico de una libertad fementida, los romanos no se extasiaron con el perfume de esa exótica flor de fantasía. Y ese pueblo que blasona de sus glorias no*vivió la libertad, ni siquiera penetró con su mirada astuta como la de sus águilas altivas, el fondo de esa alegoría insigne, que aún las generaciones precoces de nuestros días, pervierten al confundirla con la anarquía, que como reviviscencia de la barbarie, resurge de las sombras de los tiempos primitivos. Todos esos arrebatos pasajeros y violentos de las turbas febricitantes por un ideal que su insipiente mentalidad no comprende, adquieren solidez y prestigio cuando caldean el espíritu patriota de un Demóstenes, que prefiere morir a contemplar los funerales de su ideal vencido en Queronea; cuando abrasan el pecho formidable de Espartaco, el gigante gladiador esclavizado, de abolengo noble, de donde arranca un estentóreo rugido de rebelión, y también, cuando producen palpitaciones estrepitosas—al oír el clamoreo lastimoso de la desventurada descendencia de los aztecas, donde dormían aletargados los ímpetus bravios del gran Cuauhtémoc—en el corazón inmenso, en el alma impulutade Miguel Hidalgo, que afoca las confusas muchedumbres, valientes y desesperadas, contra una caterva de tiranos, para ser carne de cañón.... ¡El primer eslabón de la herrumbrosa cadena que aprisionaba Ja libertad, cayó, despedazado con furia, como resultado de aquel estremecimiento colérico. Pero todos estos ideales—soñados mirajes de una libertad suprema—abrigan también presentimientos tristes de fatalidad y al ser coronados con la corona de espinas de la anarquía, no con la de laureles de la libertad, naufragan arrollados por aquella marejada funesta; palingenesia sombría del salvajismo ancestral. Sí, la condición de esclava es la condición de la humanidad, tanto porque en su necia fatuidad desconoce las causas inescrutables y fatales que encadenan la libertad, como porque de ella no es capaz, porque ella misma forja cadenas que la opriman. La pregunta está en pié: ¿que es la libertad? Y el hombre cavernario, con la altivez insolente del salvaje primitivo, en un rincón de la intrincada selva o en un abrupto peñón de la montaña y no envidiando el raudo vuelo de los cóndores, responde con un alarido gigantesco.... El anhelo de libertad nace frecuentemente del entusiasmo febril de la demagogia, que con el misterioso influjo de la elocuencia, lo trasmite a las masas que creen su realización perfectamente factible, y penetrando a los delicados dominios de la religión, deifican al que les diga: Sois libres! aunque c^n la incontestable autoridad del dogma, les obliguen a seguir tal o cual secta o creencia; al que les diga: Sois libres! aunque añada luego: si no estáis con nosotros, jamás abrirán las divinas llaves la dorada puerta que conduce al cielo... ¡Sois libres, absolutamente libres! Pero en su aspecto esotérico, la doctrina predica que la exigua libertad del