la eternidad.	>
Pero ¡vaya usted a hacer profecías con los hombres cuando la suerte se empeña en estorbarle usted la carrera! Aquel pobre cotnerciante, <iue por fuerza había de ser tan bruto. tan pegador y tan fiera result» una malva poética. La queria como si no fuese poetisa: le respetaba todos los claros de luna y todas -las puestas de sol. que siempre caían en las horas de comer: la escuchaba atontado como a una sibila mansa, y la dejaba hacer todo lo que qttería. Así es que, con la desgracia de no tener una hora triste para poder mojar la pluma en lágrimas, ¿quién hace poesía ni quien se queja? En lugar de los versos que esperaba poder hacer con el sufrimiento, le vino un hijo.
¡Y qué hijo! ¡Qué hermoso! ¡Y qué poco brindaba a hacer elegías aquel montón de carne sonrosada! Gordo, ancho, duro, con salud para mucha-chotc tan “fiero!" Queria comer, y reír, y romper a hablar cuanto antes, J’ en prosa, y echar dos filas de dientes como el doble blanco del dominó; y su madre que además de poetisa era madre, esperaba tiempos más tristes para sacarse las penas de den tro. pero ya no deseaba que viniesen. Para hacer versos alegres, más vale no hacerlos. ¡Los versos alegres no son versos! “¿Madrigales?” Que mu drugue quien quiera. Harta que oía el toque de oraciones dormía poéticamente. ¿Baladas? La que espera et drama “vivido.” no quiere nada con baladas. Peino era joven y esperaría: si ahora no tenia suerte, paciencia, que ya vendrían las trifulcas, y les juco a ustedes que la habían de oír! Un tomo de trescientas páginas, con versos hasta quedarse de sobra, y todos tristes, todos de alma dolorida!
Pero el adoloramiento nó llegaba, y entretanto no se podía trabajar. Todo estaba tranquilo en aquella casa “desgraciada;” ni urt constipadillo, ni un disgusto, ni una melancolía! ¡Hasta el gato empeñado en ño mo
rirse! ¡Hasta los suegros empeñados en no dar disgustos! Una harmonía desesperante. ¡Vamos, que asi no se podía escribir! No era vivir, vivir tan bien. ¡ Era malgastar la vida aquel col mo de felicidad] En dos años que llevaba de casada no haber podido escribir ni un soneto por escasez de emociones, era una afrenta y un escáldalo. Los libros se le convertían en hijos. Al segundo año el segundo libro, al tercero el tercero, al cuarto, el cuarto, y a los diez las obras completas. ¡Si eso no era errar la carrera, <|ue bajasen las Musas a decirlo!
Una vez, por sospechas, le pareció, ya esperanzada, que su marido se le distraía. Venía tarde, comía de prisa, y bostezaba. “Calla—se dijo,—explotarás los celos y los explotarás en versos libres, que son los que mejoi se prestan para los dolores súbitos y enérgicos.” Pero ¡cá! ¡Qué había de distraerse! El trigo y su mujer eran lo único que le distraía, y con las distracciones del trigo no podía lucirse una poetisa! Otra vez tuvo que marcharse por tres meses. “Añoranza,— pensó ella.—Explotarás la añoranza, y esta vez en versos cortos, y llenos de tristeza.” Pero, ¡tampoco! El que tuvo añoranza fué él; Al cabo de ocho días ya la tenía otra vez a su lado, precisamente cuando estaba empezando a escribir. “Tal vez se cansará,” se dijo ella, como última esperanza. Tam poco. Aquel diablo de comerciante tenia todos los recursos para no dejar se aburrir: era amable, era generoso, era divertido; sabía mandar, sabia obedecer, sabía tocar el piano, sabía no hacer demasiado ruido, y sabia quitar la gana de hacer versos. De eso sí que sabía, lo juro. En diez años de matrimonio siempre habían hablado en prosa.
De tanto hablar así, acabó por no resignarse. Veía su vida, inválida: con aumento para la humanidad, pero con pérdida para las letras; y padecía de no padecer, y lloraba de no Morar, y no se resignaba porque ni de resignarse había tiempo en aquella di
chosa casa! El poco que tenía, libre, pensaba en que “aquel” poeta la tendría compasión; si veía las cuartillas, su blancura la avergonzaba; y si alguna vez veía la luna, ya casi no se atrevía a mirarla, porque se figuraba que le decía:
—¿Qué has hecho poetisa descalabrada? ¿Por qué, en vez de buscar marido, no has buscado los dos premios de gaya ciencia que te faltan? ¿En qué has gastado la vida, mujer indigna? Para tener hijos y más hijos, ¿qué falta te hacía mirarme desde la azotea, ponerme los ojos en blan co, y contarme tantas.trifulcas? ¡Vuel va a tus fideos, tque los mereces! ¡Aparta, falsa poetisa!
—Es que no he tenido tiempo.
—¡A los fideos,, te digo!
—IEn el mundo lo he pasado demasiado bien, y yo_____
• —¡A los fideos!
—Sí: me he equivocado; te lo confieso. luna. El vivir no me ha dejado escribir; pero ahora me haré vieja, y en U vejez ya no viviré, y te prometo--’—¡Oh blanca luna! tres tomos antes de morirme.
—¿Tres tomos de qué?
-—De mi vida.
—Tu vidá no se escribe: se pasa: Sólo te pido un soneto; un triste soneto, no un soneto triste: “A la (mujer equivocada.” Cuando tengas hua desgracia, escríbelo.
—¡Ay! Temo que no la tendré nun-
—Entonces, no lo hagas, pero no me mires nunca a la cara. No quiero llevar más la cesta a mujeres que se equivocan.
SANTIAGO RUSIÑOL.