Se decía que adelantaba el trabajo. Muchos que no conocían siquiera al autor, garantizaban su genio y divulgaban su fama. A creérseles, Bruot tenía un gran porvenir, era una esperanza maravillosa. No podía negarse que el futuro genio tardaba mucho en darse a conocer. Pero ¿el alea no emplea cien años antes de dar flores? En fin, fue acabado el drama. Fue un acontecimiento en los pequeños periódicos. ¿Qué teatro iba a servir de campo de batalla a la nueva escuela? Sin duda se disputarían todos los empresarios el honor de presentar al público la obra capital del siglo XIX. ¿Habría artistas capaces de interpretarla? Antes de todo, Bruot reunió a sus amigos y quiso darles una lectura de su obra. ■ No obtuvo el mismo éxito que cuando leyó el soneto. ¿Se habrían formado una idea superior a lo que era en realidad el drama? ¿No habría resultado Bruot tan admirable como se esperaba? ¿Habría algo de envidia en el juicio de los oyentes? ¿Sería quizá que éstos eran ya menos jóvenes, y por consiguiente, menos entusiastas? En suma, la lectura fue un fracaso. Solamente el envidioso protestó contra la frialdad general y ostentó una admiración sin límites. —¡Esta es una obra!—decía.—Una obra que responde a la idea concebida. Hay movimiento, vida, observación, realidad, grandeza, modernismo. ¿Qu'én se acuerda del soneto? Amigo, has encontrado el drama moder-no. el drama del porvenir, el drama eterno. Pero Bruot seguía consternado. —¿Quieres que te diga la verdad?— le dijo otro de los amigos. —Di. -=-Rues bien; pienso que la vida moderna es demasiado frondosa para meterla "en un drama. En tu lugar, yo refundiría todo eso, lo alargaría, lo aclararía, agrandaría el marco, ajustándolo al tamaño de la idea. Haría del drama una novela. —Tiene razón—^exclamaron todos; —tiene razón. Haz una novela. XXX Con un heroísimo extraordinario Bruot arrojó su drama al fuego y se puso a hacer una novela. Pasó trabajando en ella diez años. Los amigos, unos murieron, otros olvidáronse de Bruot . Recordaban los más vagamente que trabajaba en una larga novela; pero se dudaba que llegara a terminarla. A los sesenta años estaba casi olvidado. No se citaba su nombre sino de tarde en larde, y se citaba como el nombre de un excéntrico, de un monomaniaco. No faltaba quien se burlara de aquella gigantesca obra en veinte volúmenes, que trataban de resumir toda nuestra sociedad contemporánea. Pero Bruot había terminado su formidable novela. Comprendía veintisiete volúmenes. Más al final del trabajo, aterrado de haber escrito tanto, no se atrevió al experimento de una lectura entre amigos, como otras veces. Entonces se puso a abreviar, a cortar, a condensar. A fuerza de condensar, resumió los veintisiete volúmenes poco a poco, primero en diez, luego en cinco, después en dos, al fin en uno. Al cabo redujo su obra a un cuento de cien páginas. Tenía entonces ochenta años. Ya no tenia más que a un amigo confidente de su ambición nunca muerta. —Publica el cuento—le dijo el amigo.—Te juro que te conquistará un nombre entre los primeros escritores. Ultimos Estilos eW" A# y i I g Sombreros de Invierno. —No—respondió Bruot—No he llegado aún al punto de condensación que deseo. Conozco mi oficio y conozco al público. Para hacer una obra que dure, es necesario hacerla intensa. Cien páginas es demasiado. En mi inspiración juvenil encontré la forma verdadera de mi pensamiento, forma breve, precisa, cincelada, estrecha, apretando el ideal como un corsé, como una coraza. ¡El soneto! Aún me acuerdo de aquel maravilloso soneto. Pero hoy me parece sobrado amplio. Si aun me concediera el cielo diez años de vida, haría un verso, un verso nada más, que reconcentrara todo mi pensamiento. Vivió los diez años, y escribió el verso deseado. Momentos antes de morir, comprendió que aun eran aquellas demasiadas palabras. Entonces, haciendo un esfuerzo, acercó el papel a la luz de una bujía, y el magistral verso, la obra maravillosa que hablaba de La Gloria, quedó reducido a cenizas. Juan RICHEPIN.