REVISTA MEXICANA. Semanario Ilustrado. Entered as second class matter, October 25,1915 at the Post Office of San Antonio, Texas, under the Act. of March 3, 1879 Afio i. San Antonio, Texas, Noviembre 14 de 1915. Número 10. De Miramar a Washington Ere a mediados de la" centuria pasada cuando el romántico incorregible Napok'jn tercero quiso establecer en México vn imperio poderoso que sirviera dé vallaflar a la onda creciente de la República norte-amer cana. Creyó Bonaparte que la única manera de salvar la civilización latina era convertir a nuestra Patria en una monarquía dinástica, dependiente en cierto grado de la corona francesa. Y del sueño, pasó a la obra. Buscó apoyo en el cadüco partido conservador, indicó que el trono de la nueva monarquía fuese ofrecido al Archiduque Maximiliano, y envió poderosos ejércitos para sostener aqucl’a organización art'ficial que no tenía más vida que la que 1c animaba su cerebro calenturiento y soñador. F1 resultado es de sobra conocido: la soberanía de la Patria se alzó victoriosa sobre el cadalso del Cerro de las Campanas. Pero si el sueño napoleónico se convirtió en trágica pesadilla, la cultura francesa en cambio, con el contacto íntimo de un lustro, dejó huellas profundas en la idiosicracia mexicana que tal vez jamás desaparezcan. Durante la dominación francesa se difundió la enseñanza de la lengua de Hacine y de Moliere; se reorganizó el Museo de Historia Natural y Arqueología; se crearon infinidad de Academias científicas y literarias; se introdujeron los textos franceses en las escuelas profesionales; y se levantaron en los parques y jardines públicos monumentos cuyas líneas graciosas, denuncian la agilidad y la elegancia del espíritu lat'no. Francia en 1862 trataba de cometer una injusticia con nuestro desventurado México; pero como no podía prescindir de su elevación mental; como a pesar de las malicias de sus diplomáticos y del acero de sus generales, seguía llevando en su corazón el perfume de la gran cultura greco-latina, no pudo evitar, que al derrotar nosotros a sus políticos y guerreros, guardásemos en cambio para" siempre la aureola de 'su grandeza y de Su genio. México entero experimentó una tendencia hacia el afran-cesamiento. Las lecturas de nuestros artistas y nuestros sabios se buscaron con predilección en Francia; y hasta los más exaltados republicanos, como Altamirano, empezaron a considerar a la patria de Víctor Hugo, como una madre espiritual. La generación que substituyó a aquella que luchó por la Reforma y la Segunda Independencia, fué más adoradora aún de Francia, habierido llegado a tener un representativo como Manuel Gutiérrez Nájera, que en el orden intelectual, desciende en línea recta de Banville y de Musset. Y lo mismo sucedió con las Artes y las Ciencias^ Nuestros jurisconsultos son discípulos de Baudry y de Garraud; nuestros naturalistas se educaron en Claudio Bernard y Geoffroy Saint Hilaire; nuestros pintores en Henri Martin, Manet y Puvis de Chavannes; nuestros filósofos se orientaron sucesivamente en los Espíritu de Descartes y Augusto Comte; nuestros historadores siguieron las huellas de Taine, Renan y Michelét; y así por el estilo, en todos los órdenes del pensamiento fué Francia para México la fuente Castalia de su siempre alegre inspiración. Ahora, supongamos que en lugar de haber sido Francia la nación invasara de 1862 lo hubiera sido el pudrió norte-americano. Pensemos por jm momento que los Estados Unidos, se apoderaran por algunos años de nuestra amadi. Patria. Considerémosles en la misma s tuación que tuvieron los franceses hace medio siglo. ¿Qué harían por nuestra cultura? ¿Qué con nuestras tradiciones? ¿Qué con el se-Fo de nuestra raza? ¿Dónde quedaría nuestra arrogancia latina? ¿Dónde la gracia y el esplendor de nuestros antepasados? El aliña se nos llena de sombra tan M>Io al imaginarnos •—la posibilidad de semejante desventura. Pensar que en nuestras almas fuesen sustituidos Víctor Hugo por Longfellow, y Tame por Prescott y Balzac por Cooper, y Mirabeau por Bryan, y la Condesa de Noail les por Ella Wheeler Wilcox.. I No! FI ayankamiento sería la más dolorosa de las desgracias porque significaría un golpe irreparable y defiinitivo para la cultura mexicana. No necesitamos imaginarlo: nos basta ver lo que Estados Un dos ha hecho con los mexicanos que viven en Texas y Arizona, en California «y Nuevo México, para darnos cuenta de la magnitud del desastre. Es suficiente contemplar la condición adolorida y triste de aquellos compatriotas que desde hace medio siglo viven en Estados Unidos, para comprender que la República Mexicana se convertiría en una inmensa ciudad cuyos barrios más sucios y más miserables, quedarían reservados a los descendientes de Cuauhtémoc y de Juárez. En México, si tal desgracia oe rriese, se dejarían de levantar monumentos como el de Cuauhtémoc para "dar lugar a la invasión de estatuas de cow-boys; en vez de construirse catedrales como la de Puebla, se edificarían'“skyscrapers’ 'repletos de elevadores y oficinas; los versos de Verlaine serían olvidados por “The New York Herald,” y nuestros indios, nuestros tristes indios serían barridos con la misma crueldad con que fueron barridas las razas abori-' genes del Septentrión, para ser substituidas por una tribu bárbara de negros! Nuestro ensueño constante debe ser conservar nuestra nacionalidad con el territorio completo y con el alma intacta, mitdi indígena y mitad latina. Todo lo que se haga en contra de la integridad de nuestro espíritu constituye un crimen de lesa civilización. Por eso, si grande fué el delito de los q"e buscaron la ayuda de Francia en 18*1, más grande aún es la culpa de los que en los actuales momentos solicitan y aceptan la ayuda norte-americana y ofrecen destruir la mitad española "de nuestro espíritu.