EL ECO
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^Poesías de Havidad del <Rev. Abraham Fernández. 5
Oración Infantil de Navidad
Te alabamos, Señor, porque eres bueno, Al grado que nos pasma tu bondad: Pues del cielo dejaste las moradas Por venir con nosotros a habitar.
Eres el sumo Bien, el Dios eterno, Que a la tierra veniste a darnos paz: Sé tú el dueño y Señor de nuestras vidas,
Y	pon en nuestro ser de tu bondad.
Tú que has venido a transformar al mundo. Transformando del hombre el corazón, Acepta bondadoso nuestro ruego,
Y	contesta a tus niños la oración.
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La Ofrenda del Niño Pobre.
Contentos, dichosos, los niños están al ver el templo adornado y con luz: todo les habla de la Navidad del Redentor Jesús.
Felices, contentos, los niños están en esta fiesta de paz y de amor: al Dios y Padre las gracias le dan por su precioso Don.
Quisiera con gozo mi ofrenda traer a quien del cielo nos trajo la paz-solo le traigo mi amor y mi ser porque no tengo más.
El Niño Dios.
El niño Jesús nació
del invierno en los rigores, no tuvo lecho de flores
ni entre almohadones durmió;
y es el mismo que encendió
en cielo los luceros, que ha señalado senderos a los orbes que formó.
Toda su gloria dejó allá en la infinita altura, y con humana envoltura su divinidad veló;
a la tierra descendió por salvar a su criatura, ¡otra alma tan noble y pura nunca el mundo conoció!
Todo noble corazón,
—que lo escuchen los presentes— debe, porque es de las gentes, adorar al niño Dios.
Por eso a rogaros voy
—mis bondadosos oyentes— que humildes y reverentes adoréis al niño Dios.
María y la Estrella.
Allá en los cielos peregrino y bello un astro hermoso, sin igual, brilló: tal fué el anuncio que los cielos dieron del grande y esperado Redentor.
Estrella hermosa cual ninguna, y grata, que guió a los magos con seguro pie a través de regiones ignoradas, hasta llegar a la feliz Belén.
Ella al anochecer, fué la primera en un cielo sin nubes en brillar, y ella, la que en viniendo la mañana, la postrera su luz en apagar.
Los niños de la plácida Judea gozaban con la estrella familiar, y a veces, la creían otra luna que a su luz los llama a retozar.
Le encantaba a María ver la estrella cuando estaba en su máximo esplendor, y siempre parecióle ver en ella el rostro de un niñito encantador.