f- — . ♦' . X. ** Juventino Rosas Oración fúnebre, pronunciada en su honor, el día que fueron repatriados sus restos Por Rubén M. Campos El artista que hoy tardíamente glorificamos, era el alma popular de nuestra raza; era un cancionero obscuro que rimaba el alma de la patria. Para él no se abrieron las aulas, sino el cielo donde gorjean las áves. Estudió el concierto polifónico de la .naturaleza, del cual formaba parte, y, por tanto él era solamente una voz, una melodía, un canto fresco y sonoro, desnudo de las galas del contrapunto, pero dotado de una juventud inmortal. Al lado de los polifonistas, él era una nota errante y melancólica, perdida en el infinito del arte; pero esa nota era de oro, y al lado de los polifonistas ha recorrido el mundo, haciendo inmortal el nombre de Juveñtino Rosas. En las ciudades eslavas como en las tudescas, dondequiera que se vive, dondequiera que se goza, dondequiera que se sueña, dondequiera que se ama, se escuchará esa bella invitación al vals que se llama “Sobre las Olas.” Dondequiera que se vive, porque ese canto es vida y alegría, gorjeo y alborada; dondequiera que se goza, porque es explosión de placer y burbujeo de champaña, embriaguez de juventud y risas de oro de sirenas; dondequiera que se sueña, porque lleva la nostalgia de América y la pensativa tristeza de una raza vencida, a la que tenemos orgullo de pertenecer y el honor de rehabilitar; dondequiera que se ama, porque ese canto es de amor y surgió de un corazón adolescente cuando era bueno y puro, cuando no había sido manchado ni sacrificado por las miserias de la vida. Nos congregamos a honrar al pueblo mismo, porque honramos a un hijo del pueblo. Esta manifestación pública en honor de un artista popular, es la recordación de que amamos lo bello en su primitiva candidez, de que que cultivamos ese amor en sus más sencillas manifestaciones, porque sabemos bien que los arroyuelos va a formar la riada cuando el caudal sea bastante raudaloso. El alma popular la forman los romanceros y los trovadores, los músicos melodiosos que sin más tesoro que su inspiración libre y franca, componen los bellos temas de las futuras sinfonías. Después vendrán los pulimentadores, los artífices cultos que bucearán en busca de esas perlas para engarzarlas en joyeles preciosos. Lo esencial es que existan las perlas. Las nuestras duermen todavía, esperando que vengan los magos, los evocadores que, como Grieg en Noruega, Dvorak en Bohemia, Gade en Dinamarca, Granados en España, “los cinco," Borodine, Rimsky-Korsakow, Ba-lakirew, Cui; Moussorgski, en Rusia, hagan la música nacional, el rebuscamiento de los cantos populares para pulirlos, engastarlos y realzarlos en oro cual si fueren piedras preciosas. Pero eso vendrá más tarde. Somos un pueblo joven, necesitamos aún de los creadores de esa masa popular, alentarlos, amarlos, comprenderlos, estimarlos, no dejarlos emigrar y morir en las desgracia, ser para ellos lo que la creación para el pájaro que canta, que el árbol que le da abrigo, el trigal la mies madjira, el arroyuelo el agua del cielo, el sol el calor, para, que, como la flor del campo, “no trabaje ni hile” y, sin embargo, vista con más esplendor que Salomón, según la expresión del Nazareno; para que sean la alegría de la tierra madre, cascabeles jubilosos del placer de vivir, caracoles sonoros que guarden el murmullo del oleaje humano, ecos vibrantes de las músicas de las esferas celestes, quejas vivientes de los pesares de los hombres, canción para alegrar el viaje en el camino de la muerte. Todo eso fué ese cancionero cuyos huesos repatriamos hoy en un impulso popular de piedad, en un deber tardío y generoso que nos hace ofrecer una sepultura pa-