DE LA RELÍGION.; . ' 579 ñalado premios eternos á sus observadores, y amcnazado con penas eternas á los que los quebranífeh, Pero esta ley es nula á los ojo* del ateo,- para, quien Dios és un ente de razon, ‘la ley natural una quimera, y la vida futuiá úriá fábula. - V, Veamos, pues, si en sus principios podrá encontrar alguna cosa que sustituir á esta regla que tan obstinadamente descóñbce. Ecsa-minemos rápidamente todos los principios que puede*tener ladino-ral de un ateo. Recorramos todos los motivos que pudieran dirigir su conducta, y hallaremos que todos son impotentes para conducirle á la virtud. Cuantos han profesado el ateísmo, ó han querido justificar las virtudes del ateo, no les dan otra base ni resorte que la razón, el sentimiento moral, la conciencia, el temperamento, la educación,7 las'leyes positivas, el interés y el amor de la gloria. Está inducción parece bástante esacta-, y que abraza todos los móviles principales que pueden obrar sobre el corazón del hombre, donde nb ejerce su imperio saludable la Religion. Pues bien, una simple ojeada sobre ellos-nos convencerá, qué ni cada Uno de ellos en particular, ni todos en común, son suficientes parallenar el vacio de* la Religion. ; ' > ' ■ ¿La razon será por sí sola la regla de las costumbres? Los que así piensan no reflecsiorian que la razon én el hombre no es mas que una facultad, capaz ciertamente de elevarse á los mas sublimes pensamientos, pero también capaz de precipitarse en los mas groseros errores, no puede por tanto proclaftiarse cómo regla de costumbres la razon humana simplemente enunciada, porque entonces todos sus dictámetiés, todás sus opiniones, verdaderas ó erróneas, serian mácsimas de virtud, y la moral yendria á ser un agregado dé érrores y contradicciones; sino la razón recta. ¿Y cómo sabremos si la razon es recfá7 ó torcida, permítasenos esta frase, si no hay una reglá^Superior á la qué deba conformarse en sus decisiones? -/' No ignoramos que el célebre crítico á quien impugnamos, recurre á los principios eternos de honestidad y de justicia. “ Las verdades morales, dice, se fundan en nuestra naturaleza, y -la razón no necesita estudiarlas én otra fuente superior. ¿Qué necesidad hay de apelar á los decretos del Eterno, cuando estos nada prescriben ni prohiben que no sea conforme ó contrario á nuestra naturaleza? Aun cuando no hubiese Dios, el homicidio siempre seria un crimen y fa beneficencia una virtud, tanto mas pura én el ateo, cuanto mas desinteresada.” Ciertamente que el impío que nos opone este razonamiento tan especioso, da mucho que reir á los hombres pensadores, cuando malgasta tanto ingenio y elocuencia