INGULAR (UJS1L r? t\t nr it? K I a l—d A. N -UL ±1_d ÍX J7 De Cómo se Traspasaron con sus Lanzas Dos Temerarios Jetes de dos Partidos Rivales, que se Disputaban la Plaza de Zamora, Michoacán ü' í '4 3 y i v- W. £13 Por el Lie. A. Dueñas Maciel Especial para los Periódicos LOZANO LIANDO llegué a mi casa no í estaba mi familia. Había salido a paseo para descansar de sus constantes fatigas. Mi esposa y mis hijos trabajan día y noche y muy justo era que engañaran con alguna distracción, tantos desvelos y tantos sacrificios. Encendí la lámpara y sobre una mesa me puse a revisar, como si fueran cosas desconocidas para mí, mis versos, mis ensayos dramáticos y las cartas con que me han favorecido algunos de los pocos amigos que dejé en mi tie rra desde que estoy en este voluntario exilio, y sintiendo con aquellos papeles más doloroso mi aislamiento, no sé si alguna lágrima brotó de mis ojos y me quedé pensando en la falsedad de la vida. * Abismado como estaba en estas reflexiones, no sentí cuando llegó mi amigo Ramiro Ruata, hasta que éste, tocándome el hombro me tendió su mano para saludarme con el cariño de siempre. Sin preguntarme el motivo de mi situación, tomó alguno de los papeles que yo tenía en la mesa y después de observar algunos me dijo en tono casi imperativo, tono que usan siempre a-quellas personas que se interesan por nosotros cuando nos ven heridos por algún dolor oculto: —Señor Dueñas: ¿por qué no escribe usted sobre aquel asunto que me ha narrado respecto del duelo a muerte que sostuvieron en la tierra de usted dos hombres que quedaron en el campo de combate atravesados por sus lanzas? Y se quedó mirándome de hito en hito, como para obligarme, fascinándome para que pusiera manos a la obra. Levanté la cabeza para fijar la mirada en su rostro a fin de estudiar psicológicamente qué se proponía al hacerme tal interrogación bajándola en seguida para recargar mi frente sobre mi mano y darle una contestación adecuada; pero no la esperó, agregando: “Los Periódicos LOZANO le han brindado a usted las columnas de sus magazines, y por lo mismo yo quisiera, repito, que escribiera usted sobre el te ma que acabo de indicarle”. Viendo el interés que Ruata tomaba, y de un modo tan intempestivo, le contesté: “No puedo escribir sobre ese tema, porque tengo entendido que para que mis escritos vean la luz en los magazines, es indispensable tener fotografías sobre los asuntos, o al menos, buenos dibujos con los que gráficamente se ayude a la ilustración de la literatura. Usted dibuja, amigo mío. Conoce el argumento, pero hasta hoy se ha negado a hacer ese dibujo; ¿por egoísmo? No lo sé; ¿por temor a la crítica? No, amigo mío. Hay que dejar a un lado los prejuicios y más cuando se trata de consignar a la historia algunos hechos que pueden ser de relativo o de positivo interés. Casi sería un crimen no contribuir con una línea, con un trozo, con una palabra, a fin de que se llenen las páginas que aun permanecen blancas.” El rostro de Ramiro se iba animando a medida que yo le dirigía pausadamente mis palabras con objeto de despertar en él la decisión que yo tanto tiempo esperaba. Sacó un cigarrillo. Lo encendió y a-rrojando el humo hacia lo alto, dió una palmada sobre la mesa y agregó resuelto: “Usted bien sabe, porque así se lo he confesado, que yo no he tenido maestros. “Dibujé aquí y allí todo lo que me ha agradado y que ha revelado el alma del artista. He copiado lo que han visto mis ojos, pero jamás, se lo aseguro a usted, he procurado trasladar al papel con ayuda del lápiz lo que está en mi cerebro. El tema del combate a lanza a que me he referido es una obsesión para mí, y si usted lo desea, si usted escribe, mañana tendrá el suceso gráfico para su publicación”. Y así fue. X X X El invicto general don Ramón Corona acababa de salvar a Guadalajara, de una manera heroica, de la irrupción de las vandálicas hordas del “Tigre de A-lica”, Manuel Lozada. La República Mexicana estaba exangüe por la sangre que sus hijos habían derramado en tantas guerras por sostener su decoro y su autonomía, y por eso sus habitantes eran unos guerreros aprestados siempre a empuñar el fusil para sostener sus principios.. Desgraciadamente, como siempre ha sucedido, los mexicanos se encontraban divididos, dando por resultado que el país recogía en su seno la sangre derramada de hermanos contra hermanos. Los hombres de letras abandonaban su bufete, los estudiantes sus aulas; los labriegos dejaban el arado, y hasta las mujeres, nuestras valerosas mujeres, empuñaban el arma y cuando por su edad o por otras circunstancias no podían hacerlo, excitaban a sus hermanos, a sus hijos, a sus amigos, para que fueran a acrecer el acervo de los combatientes que iban a la lucha, unos por sostener sus principios, otros por salvaguardar sus intereses, y los otros, desgraciadamente, por hacer gala do su temerario arrojo. Por aquellos días, Zamora, que siempre ha tenido fama de conservador, tenía guarniciones de soldados de su partido; y como la sociedad estaba amparada por esas guarniciones, circulaba profusamente un periódico que se ocupaba con su literatura en ayudar al mismo partido, y con él hacía befa a cuatro o cinco liberales que en su seno habitaban. El periódico era “El Pájaro Azul”, anagrama de “Arde Pleve Roja”, adjetivo con que los conservadores calificaban a los liberales. Publicación bien escrita, a la verdad, como lo eran “El Padre Cobos” y “El Hijo del Ahuizote”, de uno y otro bando. En esta ciudad, en el día a que me voy a referir, estaba de guarnición un pequeño piquete de soldados de las fuerzas conservadoras, pero unido a los vecinos hacían un núcleo un tanto respetable. El general Corona avanzaba sobre la ciudad con sus huestes siempre vencedoras en mil combates entre las que venían las llamadas de Sinaloa y un regimiento de lanceros que abrían brecha, por más inexpugnable que fuera el punto que atacaban. Entre los vecinos que defendían Zamora descollaba el jefe de ellos, un señor Carriedo, magnífico jinete y experto como el que más en el manejo de la lanza. Esta fracción se encargó de defender la población por la garita de Callejones, lugar en donde comienza el camino que conduce a Guadalajara, por (Pa«a a la página 14- PAGINA 12