lugabor por Panl Al latir del teatro entré en el Circulo y me entretuve hasta muy tarde ante la mesa del baccarat mirando el juego y montado ct« el respaldo de unja de esas sillas altas para uso de los jugadores que no han encontrado sitio ante el tapete verde? <» de los simples curiosos como yo * I -ra ,a,4®c" lia, como se dice en c! lenguaje del club, una hermosa partida. El banquero. un joven guapo, con traje de soirée y con i na g*rdetii.v en el o;ai del frac, llevaba perdidos unos tres mil luises; pero en su r idiante ítso-nomía de vividor de vrbilicinco años no se notaba la menor moción. Lm-camente el ángu o de aquefU boca que pronunciaba las sacramentales frases: “Doy—- En cartas.— Bvc.. Aguí está el punto----n no habría masca- do tan nerviosamente unj^ punta de cigarro apagado, si.el frenesí del juego no le hubiera oprimido el co-razón. Enfrente de él i* s! jeto de cabellos blancos, jugador jé toda la vida, hacia de sotabanqueío. y manifestaba sin hipocresía sui:mal humor contra la mala sombra UK' de tirada en tirada iba disminuye^).el- montón de fichas y tantos colocados delante de si En cambio, el mas alegre regocijo iluminaba el rostro de los pun-t-s. que sentados en debedor de la mesa extendían sus pueftas, y marcaban en el papel con la punta del lápiz las alternativas de la apuesta, ese • espíritu de !a talla': en que los menos supersticiosos no pueden dejar de creer en cuanto tocan una carta. Hay ciertamente en el espectáculo de toda lucha, aunque sea la de un siete con un ocho y de un rey con un as. no sé qué de fascinación que interesa profundamente la curiosidad, porque allí estábamos cincuenta personas alrededor de aquellos jugadores, siguiendo los lances de la partida sin parar mientes en lo avanzado de la hora. ¿Qué filósofo efp icara ese fenómeno esc. inercia * la ma-lru gada. qix- inmoviliza en I ans a tan ta gente, no impoi-la dónde, pero «em-pre fuera de sus -aiMS domie de».--•an-saria del trabajo -I- la. dneiim> nes? Por pii parte, .no intento haber cedido aquella noche al encinte nial-sano de trasnochar por-^v: si me hubiera retirado cueruament.- a la ra regular, no hubiera euci.-itrajo en el saloncülo en que se cena, a nn amigo el pintor Miraut. so o ante su mesa, en dispo-ici-.u de. beberse una taza de caldo: no me bebiera pro- ; puesto llevarme en su cache a mi casa, y no k hubiera oido referirme mu.caso del juego que a la niatkna siguiente escribí, lo mejor que pude dándome él su autorización para ello. ____¿Qué diablos estaba usted haciendo en el Circulo después de las do ce—me preguntó—puesto que no cenaba usted? —Estaba mirando jugar—le res--pondí—he dejado en buen camino al mocito Lautrec. Perdia en los se seltta mil---- El coche se ponía en marcha al pronunciar yo esta frase, y veía de perfil a Mirar.t que encendía su cigarro con aire de Francisco I (el Francisco I del Louvre, pintado por Ticiano) aire que sus cincuetna alios bien cum- ■ piídos han amplifliado, dando tam- Pequeña familia polaca víctima de la devastación de la guerra. .... bien realce a su he/mosura. ¿No es bastante singular que con sus hombros de lansquenet, su anchura de espaldas y su sensualidad refinada, casi medida que nos acercábamos al Sena, la niebla se iba yaciendo más es-glotona. este gigante siga siendo el más especial de nuestros pintores de flores y de retratos de mujeres? Conviene añadir que de aquel pulmón dé gladiador sale una voz de una dulzura musical, y que las manor que yo examinaba de nuevo, mientras sostenían la cerilla y el cigarro, son de una finura incomparable. Sé, además, por experiencia, que este soldadén tiene un corazón excelente, y así no me chocó mucho la melancólica confidencia involuntariamente provocada por mi frase sobre el juego. Afortunadamente tuvo tiempo bastante para contarme el caso muy por menor. A medida que nos acercábamos al Sena. la niebla-se .iba haciendo más espesa, y nuestro carruaje avanzaba al paso, en tanto que mi compañero daba rienda suelta al recuerdo de la historia, ya antigua, que me iba refirieñ-do. Algunos agentes de la policía