brar, y una lucha más sangrienta aún se renueva en el sitio'fatal. El cabo Palomino se fnezcla entre los zuavos y se bate cuerpo a cuerpo con el arrogante soldado francés, y el Iguión de los zuavos pasa a sus manos cuando su guarda ha lanzado el último suspiro por la herida abierta en el centro del Corazón. —Señor general,—gritaba Haro a Laurencez,—habéis perdido en tres encuentros; dadme las fuerzas que os quedan, y me comprometo a tomar la ciudad ¡iqr el lado del Carmen; ha sucedido lo que os he pronosticado, el orgullo militar os ha perdido. —¿Y quién sois vos,—gritó Laurencia,—para atre-. veros a un general del ejército francés? —No es tiempo de recriminaciones, reunid vuestra gente y emprended el ataque como os indico, porque esa columna que va sobre Guadalupe será derrotada irremisiblemente. e —Callad, caballero, y dejadme; aún tengo fe en mis soldados. —Haced que se bata todo el 99 de linea, aun podéis pretender una victori^. —¿Y con qué me retiro?—dijo Laurencez sin pensar en la prenda que había soltado. Haro y Almonte se vieron con asombro, Laurencez tenía razón. Los mexicanos que militaban a la orden de los franceses, estaban admirados, no podían creer lo que palpaban en aquellos momentos. Los franceses se creían presa de una pesadilla horrible. IX. ■ Las nubes se habían condensado y flotaban en los picos de las montañas. Oscurecióse el cielo y una sombra oscura cayó sobre aquel campo escarbado y lleno de Cadáveres. Desprendióse una horrible tormenta confundiendo los truenos del rayo con las detonaciones de la artillería. Abriéronse las cataratas de las nubes y el agua cayó a torrentes, envolviendo a los batalladores. La lluvia había determinado la derrota de Waterloo. La columna ascendía con dificultad en medio de la tormenta que se desplomaba, los toques de clarines'no cesaban de mandar el asalto. Comprometióse el combate de una mañera terrible; Zaragoza, que vela lleno de ansieilad cuanto pasaba, envió a paso veloz al batallón Reforma en auxilio de los cerros donde zuavos y cazadores se disputaban la victoria. Los mexicanos saltaron las trincheras, jugaban el todo por el todo. Los franceses llegaron hasta los fosos. En los parapetos de Loreto había una pieza de batalla que hacía un formidable estrago en las filas de los asaltantes; entonces los zuavos hicieron un empuje desesperado y se arrojaron sobre la pieza. En aquellos momentos el artillero tenía en las manos el proyectil que iba a colocar en la boca del cañón, sin que hubiese tenido tiempo por la rapidez con que el zuavo había llegado al parapeto. Tras de aquel hombre venía una multitud, que una vez apoderados del fortín^levantarían la moral de su ejército y se perdía en un instante la gloria adquirida a costa de tanto sacrificio. El soldado arrojó el proyectil a la cabeza de su adversario, que herido mortalmente, rodó en el foso del parapeto. Los zuavos retrocedieron, avanzó la línea mexicana, y ya encarnizada en el último combate, acribilló a los franceses y se gozó siniestramente en su derrota. Aquellos valientes que habían tocado con sus ma nos las piedras de los fortines, no sobrevivieron a la catástrofe de su ejército ni a la vergüenza de su bandera. X. Cuando las columnas enviadas por Laurencez llegaban a los fortines de Guadalupe y Loréto, las fuerzas francesas se destacaban a la posición del general Díaz, avanzando protegidas por un escuadrón y una línea formidable de tiradores. e El valiente general acudió en auxilió del batallón de San Luis, que estaba a pundo de ser envuelto por el enemigo. * Movió en columna al batallón Guerrero á las órdenes de Jiménez* desplegando instantáneamente su batalla, ganando terreno a los franceses. Empeñóse un serio combate siempre avanzado y liacicndo retroceder al enemigo. Habían adelantado tanto hacia las posiciones de Laurencez, que estaba próxima la columna a quedar aislada y comprometida; entonces el general1 Díaz envió a los batallones primero y segundo de Oaxaca, al mando de Espinosa y Loaeza, dando un impulso formidable con aquel auxilio, que desalojaron al enemigo de las trincheras naturales con que el terreno lo favorecía. El éxito alentó al joven caudillo, que destacó al batallón Morelos, reserva de la línea y mandado por Ballesteros, con dos piezas de batalla reforzó la izquierda, y por la derecha envió a Rifleros con los escuadrones de Toluca y Oaxaca. Díaz quedó dueño del campo y necesitó de repetidas órdenes de Zaragoza para regresar a sus posiciones. En aquelos momentos las columnas de Laurencez bajan de Guadalupe esparcidas y en completa dispersión, rechazadas en su última intentona y replegándose a.la hacienda de Sán José. Los restos ensangrentados de la última columna de ataque, llegaron simultáneamente a la hacienda, donde tomaban aliento sus compañeros de infortunio. Laurencez, al ver descender a sus soldados perseguidos por la caballería y en perfecta dispersión, se cubrió el rostro con las manos y lloró desesperado como un miserable, sin atreverse a levantarse la tapa de los sesos como Lord Raglan al vacilar las. columnas inglesas en la toma del reducto de Malakoff. XI. La tempestad se había alejado en el horizonte arrollándose las nubes por el aliento pujante del vendabal. El cielo estaba bañado con la luz del crepúsculo vespertino, y los pabejgmes de fuego del sol, en su descenso al occidente, inundaban la extensión, reflejando en visos de escarlata sobre los volcanes y extendiéndose en olas de oro spbre la llanura. La ciudad repicaba a vuelo, la población acudía en masa al teatro del combate, y los parches guerreros* y las músicas saludaban al angel de la victoria. El general Zaragoza, que había permanecido' durante la acción en la iglesia de los Remedios, desde donde había dirigido hábilmente la batalla, atravesó delante de las filas de sus heroicos saldados con la frente descubierta, sin poder pronunciar una palabra, embargado por la más santa de las emociones. ' La presencia del general causó una profunda sensación, los soldados lloraban, tomaban las riendas de su caballo, y Zaragoza hrvaba húmedos los ojos y las sienes circuirdadas con el lauro inmarcesible de la victoria. El sol de Mayo alumbraba aquella grandiosa escena y se tendía en un magnífico dosel tías aquella gigante figura, adoración de un ejército y semidiós en el templo de la patria. ' .