lo de aventuras amorosas; tal vez un negligente o un soñador, víctima de grandes pesares o presa de recuerdos palpitantes todavía. Los curiosos pronto lo asediaron. En el colegio es difícil que se mantenga por mucho tiempo un carácter envuelto en el misterio, y la juventud es eminentemente expansiva y confidente. A, pocos días se supo que el joven misántropo era nativo del Estado de Puebla, y que hacia versos, versos de amor melancólicos y apasionados. Como era natural, esta noticia se comunicó inmediatamente a nuestro centro literario; el joven me fué presentado por su amigos y yo le presenté a los míos, quienes lo recibieron con afecto úaterna!, que se aumentó cuando le oyeron recitar con modestia, que llegaba a la timidez, sus enamoradas elegías. Manuel Flores. Aquel poeta soñador y ardiente era Manuel Flores. Desde entonces fuimos amigos; desde entonces comenzamos a gustar de esa, poesía intensa y embriagadora oue rebosan sus versos, como rebosan los aromas de las flores de los bosqv.es tropicales. Había en esos cantos juveniles suspiros apasionados y quejas audaces que nos cansaban estrañeza. ¡ Eran los rumores vagos que anunciaban la erupción próxima de un volcán de amor y de poesía! Marcos Arróniz acababa de morir. Este joven lo substituía al punto en la poesía elegiaca. Como aquéL estaba devorado por ese malestar indefinible, por esas aspiraciones al ideal que no se alcanza, por esa ansia de amor insaciable y por esa melancolía ingénita que se llamó en Europa, en otro tiempo, el mal de Werther. Pero Flores no tenia el espirito nebuloso de Arróniz, que parecía perdido siempre entre las brumas del Norte y la filosofía escéptica de Byron? En los versos del joven poeta erótico, no se sentían aquellos dejos de amarga duda que producen la fiebre en Man-fredo y e! sarcasmo envenenado en los labios de Don Juan. No; en ellos corría la sangre fecunda de la fe y del amor, a veces en la forma más sensual. Era la pasión despertándose poderosa y exigente "n un corazón virgen. Los gemidos del desengaño vinieron después, y del corazón de Flores puede decirse con Enrique Gil: I Ay del corazón de! niño Que se abrió sin vacilar, Sin reserva y sin aliño, Pidiendo al mundo cariño Y no lo pudo encontrar! En Flores, la tristeza de entonces era el crepúsculo matinal de la vida; la tristeza de Arróniz era una sombra de la tarde. En aquél, presentimiento quizá de los dolores del alma, en el último, la hez acre de los desengaños. Asi comenzó Flores su existencia poética. Por lo demás, cuando no escribía o conversaba con nosotros, volvía a encerrarse en silencio, y se paseaba meditabundo, de modo que podía describirse él mismo, como Victor Hugo a los dieciséis años: "Moi seize ans et Pair morose.' 1 de que parecía no estudiar a ninguna hora, se presentaba a examen, y salía bien. Pasó el año de 1857, y a fines de él estalló la güera civil en la ciudad de Méjico, que se prolongó hast Enero de 1858, en que la reacción triunfante quedó apoderada de la ciudad que había abandonado a sus guerras Co-monfort, por una serie de debilidades y de torpezas increíbles. Nuestro club, naturalmente, no volvió a reunirse, y trabajos tuvimos los estudiantes lateranos para substraernos a la suspicacia de la policía. Todavía escribí yo, indignado, aquellos alejandrinos Loa Bandidos de la Cruz, que eran muy malos, péfo que en alas de la pasión de partido volaron por toda la República, agitada entonces por los dos bandos. Manuel Flores, Juan , Doria y otros diez estudiantes les hicieron su primera'edición en la memoria, edición que sirvió para imprimirlos. Todavía Florencio del Castillo vino a leernos algunos folletos incendiarios, y Juan Djoz Covarrubias algunas estrofas que circulaban en los colegios; todavía Manuel Mateos y yo escribimos una tarde, en los bordes de la fuente de Letrán, los atroces dísticos contra el Gobierno reaccionario; todavía nos vimos alguna vez reunidos en algunos cuartos de la Escuela de Medicna o del Colegio de Minería, que eran' focos de conspiración en que mantenían el fuego revolucionario Francisco Prieto (hijo de Guillermo); Mariano Degollado (hijo de D Santos) ; Ignacio Arriaga (hijo de Poncia-no); Juan Díaz Covarrubias y Juan Mirafuentes. Pero se acabaron las reuniones: Mi gúéL Cruz Aedo había volado a Guadalajara, endonde él había salvado a Juárez de ser asesinado por los militares amotinados en favor de la reacción; Florencio del Castillo había sido desterrado de Méjico por el Gobierno reacionario, Manuel Mateos fué a unirse al ejército liberal; Juan Míateos y Rivera y Río se ocultaron o fueron presos. Sólo quedamos los demás, conspirando, escribendo hojas liberales que se imprimían por estudiantes en una imprenta clandestina, o entreteniendo nuestra impaciencia política en el estudio de la literatura. Flores Velasco, Chavero, Doria, y yo, pasábamos así el tiempo. Yo era entonces catedrático de Letrán, y explicaba los clásicos latinos a Manuel Olaguíbel, Juan Govantes. Diodoro Contreras, Manuel Lares, Manuel Tico, V. Canalizo, Pedro Miranda, Emilio Monroy y otros, hoy abogados, médicos, diputados jueces, y entonces muchachos de catorce años. Entre aquel'os clásicos, había uno que no era de texto; pero que yo amaba y amo mucho todavía: Tibulo, el tierno Tibulo, el juez de los versos de Horacio: “Albi, nostrorum sermonum candide (judex” cuyas elgías eran mi encanto.. Entonces comenzaba yo la traducción de todas ellas, que esta es la hora en que no concluyo todavía, pero que pub’ica-ré un día de éstos, con gran sorpresa de los que me creen tardío. Pues bien: leyendo y releyendo. sa-, boreando y paladeando el suave y puro latín de este poeta del siglo de oro, Y sin embargo, de su indolencia y como. si paladeará una ánfora de Sé- cubo o. de Falerno, me sorprendí muchas veces de encontrar en las apasionadas elegías del cantor de D< misma ternuta el nusmo fuego, el mismo acento sensual que hacían tan atractivas las poesías de Flores. Y le comuniqué mi opinión sobre la extraña semejanza que encontraba entre su genio poético y el del poeta romano. El se sonrió, mortificado por la modestia. No conocía a Tibulo. Era un Tibu o americano, inconsciente de su semjanza con aquel autor de las penas amorosas. Era de la familia; sentía, amaba y cantaba como él; pero no conocía a su deudo de la antigua Roma. Yo no sé si lo ha conocido después; pero supongo! que no lo necsítiba. Tenia una organización igual, un alma poética y triste, un carácter taciturno y propio para errar meditando entre las selvas. “—taciturn silvas inter reptare salubres Curantem____’’ mucha savia juvenil, en anhelo infinito de amar y ser amado, un corazón de fuego y muchas Delias en la sonrosada nube de sus sueños. Pero aquel estado de lúgubre sopor en que vivíamos, le fué insoportable al fin. El colegio era para él una cárcel; la falta de libertad política que se respiraba entonces basta en la atmósfera, lo asfixiaba; su alma joven y ardiente aleteaba en busca de espacio, de aire y de luz en aquella jaula, y al fin dejó el colegio en 1859 y se fué a vivir la vida del bohemio libre, sin obligaciones, sin recursos; pero sin inquietudes y sin trabs. A poco dos negros ojos andaluces, que fascinaban y embriagaban, fueron los primeros que como dos soles disiparon por completo el crepúsculo de aquella vida juvenil. Y no volvimos a vernos por entonces. También nosotras todos fuimos disperasdos por la borrasca política. Manuel Mateos y Juan D:az Covarrubias habían sido asesinados en Tacu-baya, el 11 de Abril de 1859. La indignación ,1a furia se apoderó de todos sus amigos. Juan Dora partió para Nuevo León; Emilio Velasco, para Ta-mau'ipas; yo me fui al Sur. Todos nos volvimos combatientes o salimos al menos de esta repugnante y abrumadora atmósfera de tiranía que pesaba sobre Méjico. También Flores tuvo que salir pronto de ella; también él tomó parte en la política liberal, y tan pronto como se vió libre de los encantos de su Circe, fué a combatir en Puebla en la primera oportunidad. Defensor siempre de su patria y de sus ideas, con la pluma y con la acción, supo en la guerra de intervención cumplir con su deber como soldado, y a consecuencia de eso. no tardó en ser perseguido y preso en el CastiTo de Perote. por orden del general francés de Thun, comandante de Puebla. Permaneció encerrado en las mazmorras de la vieja fortaleza con su hermano Luis, por espacio de cinco aneses, hasta que salió para ser confinado en Jalapa. Después ha tenido una suerte varia; pero ha seguido firme en sus opiniones democráticas, y por ellas ha merecido ocupar dos veces un asiento en la Cámara de diputados de la Unión de la que hoy es dipirtádo suplente, sien- == tia—wti-r—i——