---------—..—,— EL S E M B R A I) () R---------- - EL S E M B R A D O R------ ^Monterrey y sus Mi ios Por Joaquin Antonio Penalosa. o v] el O'to Ss^añúl Por Alfonso Junco. Estar en Monterrey, siquiera por breves días, equivale a deshacer los mitos contra Monterrey. Porque esta ciudad, también sultana y perla que hace un poco más de 350 años comenzó a vivir junto a los Ojos de Santa Lucia donde la fundó Montemayor, tiene sus mitos. A miradas superficiales, Monterrey no es más que alta temperatura de fiebre, traqueteo materialista de máquinas, afán de ahorro sin generosidad, infiltración norteamericana y ausencia de pasado y presente cultural. Desde el Chipinque, esmeralda viva de árboles y rocas, entre el alto viento fino y húmedo, los ojos del viajero ven, al valle, la ciudad que madruga, como promisión de Méjico, coronada con cien montañas imperiales donde jugó Dios a formar mitras y sillas de montar. Y es otra delicia gozarla desde el balcón del Obispado, a la hora de las estrellas cuando Monterrey es un embrujo de luces y un roto collar de brillantes bajo el nocturno asedio. Las librerías, si bien no muy numerosas, venden las últimas novedades en libros. Escasean, en cambio, las librerías de lance. Cuatro diarios gritan desde temprano las noticias y los comentarios. El Tecnológico se levanta en la sencilla elegancia de sus numerosos edificios, en la exigente organización académica, en la recta formación moral y espiritual para templar una juventud venida de los cuatro vientos de la República no sólo en las disciplinas utilitaristas: porque el departamento de humanidades trabaja con alegre tezón en las clases de filosofía, historia y literatura, en su bella y fuerte revista Trivium, una de las mejores que hoy se publican en su género, en el club de lectores donde semana a semana se reune un núcleo de muchachos a comentar libros, en los numerosos conciertos y exposiciones que hoy avivan el amor por la verdad y la belleza, Porfirio Martínez Peñaloza, Alfonso Rubio, Fortino López Legazpi. el Ing. Oria, Don Pablo Herrera. La Universidad, por su parte, proyecta en estos precisos dias la creación de la facultad de Filosofía y Letras, con un sentido de responsabilidad tal, que se pretende crearla con un profesorado y un programa selecto. ¿Pero, se lee en Monterrey? ¿Dónde están sus escritores? ¿Quienes son sus poetas? I.a semilla paciente no se precipita luego en otoños. Sin embargo, hay otro más profundo indicio de este despertar artístico de Monterrey. Méjico apenas despierta al arte moderno religioso. Despertó apenas ayer, precisamente en Monterrey, con la nueva arquitectura y la nueva pintura de sus templos por obra y gracia de este espíritu gentil, humanista pleno, señor y mecenas del arte, que es su actual Arzobispo, Mons. Guillermo Trist-chler, que hace ocho años de San Luis Potosi, trasladado a la sede metropolitana de Nuevo León. Ahí está la Purísima con sus lineas curvas que convergen y se entretejen y se encuentran al fin en un haz de nervios elásticos y juveniles. Ahí está Cristo Rey con su ábside lineal e hierático, con su atavío color azul de mar profundo y la teoría llameante de la letanía de todos los santos, y al fondo, la estatua de un Cristo a la par juvenil y solemne, tremendo y pacifico, obra de Fidias Elizondo. Ahi está la constelación de pinturas de Angel Zárraga en la Catedral: el Padre Eterno que sonríe tras la cascada de su cabellera, el Cristo aéreo que resucita, la Virgencita que suplica en Caná, el ciego que rompe su bastón porque Cristo le ha dado la lumbre, las ocho “bienaventuranzas" que erigen en la “bóveda de la danza policroma de sus símbolos”, y el ángel que flota entre las chimeneas de las fábricas como flor de fuego. «Pasa a la página 161 Muy bien hizo el señor Presidente de la República en suspender las oficiales gestiones, prolongadas en balde durante cinco meses, para conseguir en los Estados Unidos un préstamo destinado a ensanchar y fortalecer nuestra industria petrolera. Le dolía a la opinión mejicana aquella ostensible y reiterada actitud nuestra: somos orgullosos y no nos gusta pedir. Y aunque se trataba de un negocio y no de un favor, la cosa venia ventilándose con apariencias incómodas para nuestra gallardía. Esta resurge ahora en la decisión presidencial y satisface a México. Debemos confesar, aunque nos duela —porque la entera lealtad es requisito del propio decoro y de la posibilidad de enmendar yerros—, que no solicitábamos en el sitio más adecuado. La expropiación petrolera, que no sólo afectó al subsuelo mejicanísimo y a las instalaciones esenciales, sino hasta a las máquinas de escribir, asumió caracteres ostentosos: y así por lo que tuvo de ejemplar como por lo que tuvo de inejemplar, forzosamente había de dolerles a los expropiados. ¿No resultaba un tanto paradójico ir luego a su propia tierra a pedir ayuda, cuando proclamábamos haber asegurado con la expropiación nuestra independencia económica? Dejemos aquella mascarada pueril en que, para pagar la deuda petrolera, aparecían gentes de nuestro pueblo humilde llevando marranitos y gallinas. Lo cierto es que las compañías expropiadas mantenían en auge una industria que, al par que las había enriquecido, proporcionaba sus productos a precios razonables: y que al pasar la administración a manos del gobierno —fenómeno universal e indefectible—, los productos fueron más caros para el pueblo y el negocio dejó de ser lucrativo para convertirse en oneroso. Estos hechos, tan punzantes como evidentes, parecen demostrar que no se tomó el mejor camino para asegurar, al mismo tiempo que nuestro autónomo derecho sobre el petróleo, la experta explotación e incrementación de tal riqueza en beneficio de la comunidad mejicana. “El Niño Dios te escrituró un establo, —y los veneros del petróleo el diablo", dijole el poeta a nuestra Suave Patria. Y el diablo ha andado haciendo de las suyas en todas estas danzas y peripecias del oro negro con el oro amarillo, que es por su parte "el excremento de Satanás" según la cólera de Papirii. ¿Lograremos cuajar en realidades tangibles la garbosa teoría de nuestra independencia económica? Urge poner en ello el ahinco: con lucidez, con austeridad, con energía. Es imprescindible atenernos más a nuestro propio esfuerzo que a la ajena ayuda. Es imprescindible salvaguardar la intensa producción —base única de pujanza económica— ante las agresiones de los consabidos maniobreros de turbios sabotajes y huelgas quintacolumnistas. Es imprescindible, sobre todo, rectificar el yerro capital y comprobadisimo del Estado-empresario: en petróleos, en ferrocarriles, en otros empeños de trascendencia nacional, toca al Estado intervenir de modo peculiar para afianzar su autonomía y asegurar el bien público: pero debe combinar esa intervención —como fructuosamente se hace en otros países, Francia y España por ejemplo—, con el estimulo a la libre iniciativa y al interés privado, insustituibles móviles de progreso y de responsabilidad. El Estado-empresario es en Méjico como en todas partes y más que en otras partes, -10- - 11 -