Zaragoza recorrió. la línea, deteniéndose ante los batallones, dejando caer un recuerdo de gloria, una memoria de triunfo, una esperanza para el porvenir. Las dianas, las músicas, los gritos de entusiasmo, se sucedíann como el fuego de la erupción. Aquel ejército solemnizaba la victoria antes del combate. Zaragoza estaba satisfecho. Aquella fiesta patriótica cayó repentinamente al toque de atención dado por el clarín de órdenes del general. V. Las guerrillas de caballería venían batiéndose en retirada y fogueando al enemigo, que avanzaba como ^na nube de tempestad sobre el campo republicano. * Avanzó a lo largo del camino, iniciándose la batalla frente a la garita de Amozoc. Repentinamente aquella masa se cargó a su flanco derecho y en su movimiento oblicuo llegó al pie del cerro de Amalucan, apoyándose en la hacienda de los Alamos, mientras sus baterías se situaron convenientemente frente a las posiciones de Loreto y Guadalupe. Zaragoza comprendió el plan de Laurencez al ver su movimiento de flanco, y con la rapidez del rayo dió otro orden a su batalla. Berriozábal, con la división de México, ascendió a paso veloz por las rocas, y se situó en la hondonada que media entre los cerros de Loreto y Guadalupe. Honra a ese bravo general, el orden en que efectuó su movimiento y su gran serenidad al frente del enemigo. El general Antoinio Alvarez, con los carabineros, cubrió la' izquierda de las fortificaciones. A la derecha, formando ángulo con los fortines, se extendía la línea de batalla desde el cerro de Guadalupe a la plaza de Román, frente de las posiciones del enemigo. A la misma altura del cerro y sobre el camino que sale para la garita, se situaron dos piezas de batalla, protegidas por la brigada al mando de Lamadrid, qqe se prolongaba en línea de batalla hasta la iglesia de los Remedios. Cerraba el costado derecho la división de Oaxaca, apoyada en la plazuela de Román, con su dotación de artillería, y a la espalda los escuadrones de Toluca y Oaxaca. TaLera la situación de los combatientes momentos antes de comenzar el combate. Zaragoza sacó su reloj y dijo a su Cuartel-Maestre: —Señor general, las once y tres cuartos. A esa hora había comenzado la batalla de Waterloo. . ' VI. De aquella nube tormentosa posada en la cima d$ Amalucan, se desprendían los primeros relámpagos que deben preceder a la catarata. Los zuavos se desparraman en tiradores, cambiando sus tiros con las tenaces.guerrillas de caballería, que no se repliegan hasta ver salir las columnas de ataque. Cuatro masas compactas de a mil hombres caminan sobre su flanco derecho en dirección al cerro de Guadalupe. Pasan a lo largo del pie de la montaña siempre en movimiento oblicuo, hasta ponerse a tiro de cañón de las posiciones republicanas. ¡Qué bello era aquel espectáculo! Los soldados marciales de la Francia, no desmentían esa fama que ha llegado al apoteosis; caminaban serenos, impasibles, arrastrando en su paso aquel lujo de trenes y sin desordenarse al recibir el mortífero Tuego de la artillería que jugaba implacable sobre las columnas. Colocan sus cañones en medio de aquel huracán de proyectiles, y responden a la muerte que los ha seguido en todo su trayecto, con el bronce de sus baterías. Las columnas atravesaban lentas y silenciosas el espacio de Rementería que media entre Amalucan y Guadalupe, perdiéndose entre las ondulaciones y sinuosidades del terreno. Desaparecieron unos instantes: era que ascendían,por las rocas ocultándose de los defensores. De repente las cabezas de los tiradores zuavos con la roja calotte coronando su tostada frente, con la mirada chispeante, asomaron por las orillas de la colina, ascendiendo atrevidos en pos de la victoria: Los fortines hicieron el primer disparo, y la columna se sintió conmovida por la metralla. Entonces la división Berriozábal se lanzó como el huracán al encuentro de la columna, y las bayonetas se cruzaron, y la sangre corrió a torrentes, y la muerte discurrió haciendo un estrago espantoso. > . Aquella masa compacta onduló un instante, vaciló y retrocedió al fin en buen orden, hasta ponerse fuera de tiro. VIL Un momento bastó para que se repusieran en su moral, los clarines tocaban a ataque y las columnas tornaron a embestir con denuedo. Los zuavos, con la desesperación de la derrota, desafiaban a la muerte con un valor exagerado. La columna avanzaba a paso de carga en medio de una* tormenta de metralla. Los fuertes de Loreto y Guadalupe vomitaban bronce y nuestra línea de batalla permanecía como una cadena de hierro eslabonando los dos cerros. Los regimientos primero y segundo de marina y los zuavos, intentan decidir el combate, y como leones se precipitan sobre la línea que los recibe a la bayoneta. Negrete, que había mandado a los zacapoaxtlas ponerse pechó a tierra, gritó con ese acento qué Dios le-presta sólo a los,buenos hijos de una patria agonizante: —¡Ahora, en nombre de Dios, nosotros! Aquella voz fue la evocación sagrada al genio de la victoria, porque la columna francesa fue arrollada com-'-pletamente y puesta en dispersión. La gritería, dice un testigo presencial, era horrible; al ronco acento del francés se mezclaba la aguda gama del zacapoaxtla y el grito burlón de nuestros soldados del pueblo, apenas distinguidos entre los tiros y los clamores de muerte y exterminio. En aquellos momentos el pundonoroso y valiente general Rojo, avisa al general Alvarez que era tiempo de lanzar la caballería para alcanzar una completa victoria. Nuestros dragones se precipitan sobre los restos de la columna, que con una serenidad admirable, se replega a su campo, batiéndose en retirada. No habían pronunciado aun su última palabra en la arena de la liza. VIII. Laurencez estaba perdido y desmoralizado, dos ataques con un éxito desgraciado lo tenían casi demente. Se propone dar un último asalto, pero simultáneo, buscando de dos probabilidades una de éxito favorable. Organiza una columna con los cazadores de Vincennes y el regimiento de zuavos, y torna a dirigirlos sobre el cerro de Guadalupe, mientras pone en marcha otra compuesta del resto de sus tropas y ataca la derecha de la batalla de Zaragoza. Entonces los zapadores al mando de Lamadrid le salen al encuentrft, y se empeña un terrible combate a la bayoneta. Una casa que se halla situada a la falda del cerro es el punto objetivo; los franceses se posesionan depila, y son . arrojados por los zapadores; la tornan a . reco-