XV • ¡Triste y sola, es verdad! Dónde hay miserís mayor? ¿Dónde más rudo desconsuelo? ¿De que la sirve desgarrar el velo que envuelve y cubre la vivaz materia, y con profundo, inextinguible anhelo sondar la tierra, escudriñar el cielo; XVI Entregarse a merced del torbellino y etí la duda incesante que la aqueja el secreto inquirir de su destino, si a cada paso que adelanta deja su fe inmortal, como el vellón la oveja, enredada en las zarzas del camino? XVII ¿Si a su culpada humillación se adhiere con la constancia infame del beodo, que goza en su abyección, y en ella muere.? ¿Suciega, y torpe, y degradada en todo, desconoce su origen, y prefiere a descender de Dios, surgir del lodo? XVIII ¡Libertad, libertad! No eres aquella virgen, de blanca túnica ceñida, que -vi en mis sueños pudibunda y~bella. No eres, no, la deidad esclarecida qu^ alumbra con su luz, como una estrella, los oscuros abismos de la vida. , XXII ¿Quién podrá detenerle en su carrera? ¿Quién templar los impulsos de la fiera y loca multitud enardecida, que principia a dudar y ya no espera hallar en otra luminosa esfera, bálsamo a los dolores de esta vida? XXIII Como Cristo en la cúspide del monte, rotas ya sus mortales ligaduras, mira doquier con ojos espantados, por toda la extensión del horizonte dilatarse a sus pies vastas llanuras, ricas ciudades, fértiles collados. XXIV Y excitando su afán calenturiento tanta grandeza y tanto poderío de la codicia el persuasivo acento grítale audaz:— ¡El cielo está vacio! ¿A quién temer?— Y ronca y sin aliento 'a muchedumbre grita:— ¡Todo es mío!— XXV Y en el tumulto su puñal afila, y la enconada cólera que encierra enturbia y enardece su pupila, y ensordeciendo el aire en són de guerra hace temblar bajo sus pies la tierra, como las hordas bárbaras de Atila. * XIX No eres la fuente de perenne gloria que dignifica el corazón humano y engrandece esta vida transitoria. Nó el ángel vengador que con su mano imprime en las espaldas del tirano el hierro enrojecido de la historia. XX No eres la vaga aparición que sigo con hondo afán desde mi edad primera, sin alcanzarla nunca.... Mas ¿qué digo? No eres la libertad, disfraces fuera, ¡licencia desgreñada, vil ramera del motín, te conozco y te maldigo! XXI ¡Ah! No es extraño que sin luz ni guia, los humanos instintos se desborden con el rugido del volcán, que estalla, y en medio del tumulto y la anarquía, como corcel indómito el desorden no respete ni látigo ni valla. XXVI No espereis que esa turba alborotada infunda nueva sangre generosa en las venas de Europa desmayada; ni que termine su fatal jornada, sobre el ara desierta y polvorosa otro Dios levantando con su espada. XXVII No espereis, no, que la confusa plebe, como santo depósito en su pecho nobles instintos y virtudes lleve. Hallará el mundo a su codicia estrecho, que es la fuerza, es el número, es el hecho brutal ¡es la materia que se mueve! XXVIII Y buscará la libertad en vano: que no arraiga en los crímenes la idea, ni entre las olas fructifica el grano. Su castigo en sus iras centellea pronto a estallar; que el rayo y el tirano hermanos son. ¡La tempestad los crea! ,i ^¡82? ^682?