anarquista; y en "El Pueblo" hizo su primera campaña el joven abogado nantés. Enseguida, ocupó el puesto de editorialista de “La Linterna," cuyo propósito como el de la linterna de Diógenes, era buscar un hombre honrado. De La Linterna pasó a "La Pequeña República," la que dejó a su vez para fundar, en fraternal acuerdo con el famoso Jaurés, la bota sonoramente llamada "Humanidad.” Aquellos dos hombres eran en verdad irreconciliables, estaban destinados desde el principio a tomar puntos de vista antagónicos en toda cuestión fundamental; pero, por el momento trabajaron juntos como camaradas, en el más genuino sentido socialista. Aristides Briand, joven, se encontraba en los momentos de “buscar su via" y su asociación con Jaurés fue un paso en el camino. Se ha dicho del socialista típico que es nn hombre de imaginación espléndida pero de débil voluntad: de tal manera qt:e, capacitado para hacer magníficos sueños, es incapaz de la menor providencia para convertirlos en realidad, por lo que acaba por echar espuma por la boca, en una cólera impotente. Mas Briand posee una voluntad excepc'onalmente firme y vigorosa, y si acaricia ensueños de mo tiempo, la resolución, inquebrantable y valerosa, de proceder al hecho que los convierta en realidades. Asi, mientras escribía en “Humanidad," sus visiones de cosas futuras, vio con toda lucidez que el primer paso efectivo que habia que dar, para mejorar la condición de los jornaleros. era el fomento de las uniones de trabajo las que podrían conquistar, palmo a palmo, un día y otro día, pero venciendo siempre, alguna ventaja duradera. Sin reconocerlo totalmente, dio el más decisivo paso de su carrera cuando en el Gran Congreso de Trabajadores, en Nantes, en 1894. acogió la causa de las Uniones de Trabajo y la defendió en contra de la “Utopia* del famoso jefe Jijes Guesde, que pertenecía a la escuela que rechaza y deplora toda legislación progresiva, tolo mejoramiento parcial en la condición de los trabajadores, porque ahuyentan el día de “la Revolución Social.” Desde la fecha del Congreso de Nantes hace veintiún años, se de-felicidad universal, ha tenido al mi<-e dió el destino de Briand. Se convirtió en uno de jefes reconocidos y de confianza de los Socialistas, en aquella rama del partido que no cree en la espera del dia milenario. Como todos los franceses, sintió la fascinación tremenda y el estimulo de la vida maravillosa y del “esprit" parisienses. Como abogado y como político, su ideal en París era la Cámara de Diputados, y varias veces se presentó como candidato a los votos de sus conciudacumos. Al fin consiguió el éxito en 1902, cuando tenia cuarenta años. Lo acerbo de la vida parlamentaria de entonces era que l:i Cámara popular estaba dividida cu una docena .de pequeños partidos -en notqble contraste con el sistema tra-dicióiial Inglés de la división en d >s partidos solamente; de tal manera que la tarea de un Primer Ministro francés que quisiera mantener una mayoría en el Parlamento era como la de la heroína del cuento que pira cruzar el rio tenja