Pot la Patria Leyenda Japonesa trad lei&i del Infles Enero. Er as nubes grises cubren el cielo; el viento sopla fuertemente, con interrupciones y ti deshielo hace que el frío se cuele hasta la misma médula de los huesos. Ahí, abajo de la calle, viene una pequeña procesión fúnebre: por de lante, dos chinos traen -suspendido de un palo que descansa sobre sus hombros, un féretro forrado de crespón blanco; viene luego una “jinr.k-sha” tirada por un hombre joven, de rostro muy' triste, como de unos 26 ___años; _dentro de la *‘jinr»kshia* dos. pe2 queñps muchachitos, con los cuerpe-citos cubiertos por una manta roja, con las caritas azotadas por el viento y con grandes ojos redondos líenos de preguntas sin contestación La madre de los niños reposaba para siempre en ese singular ataúd que perfuma el aire y tie xqvsi totlas-lat cargaban los chinos. ¡La noche an terior estaba tan extraña, tan htaireal __ No les respondía. Cuando se apag > la lúníbre y sintiwon frió, le rogaron que les permitiese acostarse junto a ella y el “bebé” en su caliente iccho. PeroLen_yano. Por fin,, él mismo frío los había adormecido. -2-. A la mañana siguiente al desper tar la piececita estaba llena de gente y oyeron a alguien decir: —Llévense a los chicos a mi casa, que yo llevaré al bebé. Y fueron a otra casa tan pequeña como la suya, y allí una^mujer les había dado camote asado rara que comieran. Toda la noche estil^ieron allí y hasta el día siguiente muy tarde los llevaron a su casa. Eníonces faé cuando los metieron en é*A “jinrik-sha.” Ellos creyeron que se trataba de un viejo juego que mucho ^conocían pero no; los habían monradq en el vehículo y habían comenzado su ca mino con la cabeza baja, los ojos fijos *"'i en el suelo; y no hubo broma, alguna a^como otras veces cuando tenían que pagar el viaje. No, no hubo nada de eso; y seguían acksieiHp, 1 a.ietamc. c.al.ciui: de los límites de la ciudad, se hizo de noche, y se durmieron. Cuando despertaron se encontraron en los suaves cojines del templo. Su padre hablaba con el sacerdote y éste, al ver que despertaban, les dio arroz y les sirvió té en unas pequeñas tazas. Siguió una larga caminan de regreso a su casa; durmieron otra vez, lo oLvidaroii tolo, y volvieron a despen, tar al d a siguiente, cuando el Sol se encontraba ya muy alto en el cié lo. . Febrero Un soplo de primaver; peqcFfias terrazas del piiebh), los cirineos ciruelos, en sus macetas azules y blancas, envían la a^ri.lulce íra^an cía de siis cogollos. Una estación de “jinrikshas” en la esquina de una calk tiene todo su frente abierto para dejar paso a los rayos del sol. Se “pTeden ver las “jin rikshas’* de brillante laca, cojines de terciopelo y gruesas pieles para los pies, fn dos hileras sobre el suelo sepia de la calle, mientras en las paredes de madera del cuarto cuelgan sandalias, papel aceitado, abrigos impermeables y una que otra manta polícroma. En una banca, cerca de la puerta, están sentados todos los hombres que tiran de las “jinrinkshas* fumando sus pinas, conversando y esperando algún cliente. Allá lejos viene un hombre a toda carrera sonando una campana y gritando: —¡Gogai gogai! El espectáculo es electrizador. hombres salen disparados a la en pos de las últimas poticias. Los calle ¿Qué otra palabra sa- ¡GUERRA! <.2 ' -- _ ende el alma como ésta, así sea el alma de un cobarde que se encoge y siente miedo, asi el alma de mujer, fría y paralizada, o el alma del solda-do, en cuyo corazón, que siente un gran placer, se fhiye la sangre hirvien-te y se derrama por sus venas, en un santo orgullo de servir a la patria? A todos se llamaba para que tomaran las armas; a todos, menos a los ancianos y a los hijos únicos de viudas. Tokichi no estaba entre esos. Asi ' es que tenía que buscar quien se encargase de sus hijos pequeños, mientras iba a servir a su patria. | La guerra no duraría mucho y pronto estaría de vuelta. Todo el día lo pasó buscando quien Quisiera cuidar de sus pequeños^ pero buscci sin éxito. ___Aludía siguiente. amarrando al bebé _ en si s espaldas metió a tos otros dos en la “jinriksha ” y fué a tos pueblos vecinos ofreciendo a sus hijos a quien los quisiera; pero sucedió que todos tenían trabajos propios y nadie lo pudo ayudar. Corría, entre tanto, el tiempo. Al otro día debía sal.r a unirse a su regimiento, o si no ser a arrestado y fusilado como desertor. Al pensarlo, la sangre se helaba en sus venas. Suavemente salió de su cama. La luz era débil y muy escasa; no podían distinguirse "los objetos con claridad; perú ¿1 sabia bien en,donde estaba su navaja Si, allí estaba. Probó la hoja con el dedo, estaba filosa, mas no lo suficiente: debía afilarla. Buscó a tientas y encontró la piedra. “Souch, Souch,” gemía la hoja sobre la piedra; parecía gruñir como un sér viviente. Tokichi instintivamen.-te, dirigió una mirada sobre tos niños dormidos. No se hablan movido. Una lejana campana de iglesia sonó la hora de la media noche. ¡Qué