El Faro Dominical 5 de escribir “Juan es su nombre’’, le fue -oltada su lengua. V, 80. El niño crecía; se (lesarrolla-ba físicamente. Se fortalecía en e*pi-,ítu- describe los progresos graduales co’nstantes de su ser intelectual, religioso y moral, bajo la influencia del hs- pírítu de Dios que estaba en él. Estuvo en los desiertos hasta el día en que se mostró a Israel; es decir, hasta SU entrada en el ministerio. Los desiertos, significa que vivió en la soledad de los lugares apartados. En ese retiro se preparó para su santa vocación. LA LECCION BOSQUEJADA Siempre será interesante la leetuia ¡e la Palabra de Dios, amados lecture.., ñero me parece a mí que no hay parte de la Sagrada EscrUura cuya lee-'ura sea más importante que aquí a nue nos habla acerca sustancias aromáticas allí. Era un día grande, repetimos, para aquel hombre. La multitud de fieles estaba fuera del templo congregada alabando a Dios y esperando la salida de aquél que se había internado en el sagrario para ofre-cer el incienso. Una Aparición y su Aspecto. Mientras estaba Zacarías ocupado en su ministerio en el lugar santo, se nos dice que el ángel del Señor se le apareció a la mano derecha del altar de) incienso. No sabemos exactamente cuál haya sido el aspecto de este ser angelical. Es seguro que fué un aspecto glorioso. Los ángeles son seres celestiales y santos, puros y hermosos que están ocupados haciendo la voluntad de Dios. Pero aun en el caso que el aspecto del ángel hubiera sido simplemente el aspecto de un varón o de un hombre, como los ángeles que visitaron a Abraham, Zacarías reconoció inmediatamente que era un mensajero celestial. Pues era imposible que algún otro se hubiera introducido en aquella hora al lugar santo en que él estaba. Además el hecho de que se turbara, claramente nos da a entender que reconoció en el ángel a un ser sobrenatural. Era muy propio de la naturaleza humana temer, y por eso se nos dice que Zacarías tuvo temor. Zacarías era un hombre cuya vida, tanto como la de su esnosa, era aprobada por Dios. Sin embargo, mientras estemos en este mundo, sabemos que estamos rodeados de pecado y que no podemos alzar manos limpias delante de Dios. Esto lo conlí prendió bien Zacarías al ver al angel de Dios, como lo comprendió bien y asi lo sintió Pedro al ver a Jesús resucitado en el mar de Galilea, no andando ceñido de sus ropas de costumbre.