humilde funcionario público un féretro femenino, destinado, sin duda, a una joven de la alta sociedád? ¿Estaba vacío o lleno? Y si estaba ocupado, ¿quiép era aquella jovjen, prematuramente arrebatada a los encantos de una vida espléndida, que tenía a bien honrarme con tan espeluznante visita? -t Si no es un misterio, se jne ocurrió de pronto, será un crimen. Páseme a cavilar. La puerta de mi alcoba—decía yo—está cerrada durante mi ausencia, y eF sitio Adonde pongo la llave no lo conocen más que sus amigos íntimos. Estos no iban a enviarme un féretro. ¿Lo habría traído allí por equivocación algún dependiente de funeraria? Esto era lu más verosímil. Es fácil .equivocarse de piso y de puerta; pero ¿quién ig ñora que los empresarios de pompas fúnebres no se van hasta que se les paga? Los espíritus me han anunciado la muerte. ¿Serán ellos, tal 'vez, los que han cuidado de que no me falte el ataúd? Yo, señores, ni creo, ni creía en ti espiritismo; pero aquel conjunto de circunstancias era capaz de inspirar al más materialista ideas sobrenaturales. —¡Qué tonto soy!—exclamé.—Parezco un chico de la escuela. Será una ilusión óptica y nada más. Llegué a casa de tan pésimo humor, que nada tiene de extraño que mis nervios me hiciesen ver un féretro allí donde nada había. La lluvia me azotaba el rostro y el viento agitaba con violencia suma los faldones de mi pelliza. Estaba helado y empapado. Era preciso tomar yna decisión, irme a alguna parte; pero ¿a dónde? Volver a mi casa equivalía a pasar la noche en compañía de un féretro, lo cual era superior a mis fuerzas. Podía volverme loco estando solo, sin oir siquiera-la voz de un semejante y teniendo al lado u» ataúd que tal vez contenía un cadáver.. Sin embargo, no podía quedarme en la calle aguantando la lluvia y el frío. Decidí ir a pasar la noche a casa de mi amigo Upokoief, quien, como ustedes saben, se pegó un tiro no hace mucho. Vivía entonces en casa del comerciante Cherepof, en calle Mértva (3). Pannijidin enjugó el sudor frío .que brotaba de su pálido rostro, y respirando fatigosamente, prosiguió: —Mi amigo no estaba en casa. Después de haber llamado a la puerta de su cuarto y de haberme convencido de su ausencia cogí a tientas la llave, abrí y entré. Me despojé de la pelliza, busqué el diván y me senté a descansar. Todo estaba obscuro. En la estufa gemía el viento y en el Kremlin tocaban las campanas a la misa del gallo. Encendí un fósforo, pero la luz, lejos de calmar mi zozobra, la aumentó. Lancé un grito, me levanté tambaleándome y eché a correr. En la habitación de mi amigo acababa de ver, lo mismo que en la mía, un féretro. Era más grande y con adornos de zinc, que lo hacían más lúgubre. ¿Qué ilusión óptica era aquella? ¿En cada alcoba iba a haber un féretro? Aquello era un padecimiento nervioso, una alucinación. Los féretros se multiplicaban. Los veía en todas partes. ¿Estaría yo loco? ¿Padecería yo también de monomanía ferétrica cuyas causas eran la sesión espiritista y las imprudentes palabras de Spinoza? —¡Me he vuelto loco!—pensé, llevándome las manos a la cabeza. Se apoderó de mí un temblor espantoso; privado de la pelliza y de la gorra, el viento me helaba. Volver por ellas no lo pensé siquiera. ¿Que hacer? Estaba entre la locura y la muerte por el frío. Felizmente recordé que mi buen amigo Pogostof (4) vivía cerca de la calle Mértva. Pogostof había estado conmigo en la sesión espi ritista. Allá me encaminé, porque es de saber que" entonces kse había casado con una heredera y que vivía en el quinto piso de una casa del ' Consejero de Estado Kladvichesky (5). Pero, sin duda, estaba escrito que allí debían sufrir mis nervios nuevas torturas. Al llegar al_quinto piso oí un ruido extraño, como si corriese alguien dando portazos y lanzando gritos. —¡Socorro! !Socorro! !Portero!— decían. — Y al mismo tiempo bajó a mi encuentro un hombre con gabán de pie les y con el sombrero abollado —¡Pogostof!—exclamé, pues era mi amigo.—-¿Que 1c sucede? Pogostof se acercó a mí y me estrechó convulsivamente la mano. Estaba lívido, respiraba trabajosamente y temblaba. Sus ojos miraban áun lado y a otro con extravio.. —¿Es usted Panijidin?—preguntó con apagada voz.—¡Qué pálido está usted! Parece usted un desenterrado. —.Usted sí que tiene la cara descompuesto—le repliqué. —- —Permítame que respire. Me alegro verle. ¡Maldito espiritismo 1 c Pues no me ha puesto tan netvioso que al volver a casa 'he visto__J un ataúd? ; No di crédito a mis oídos y leT rogue que repitiese lo que acaba dé de cir. —ySí, un ataúd; un ataúd de verdad —dijo Pogostof sentándose en un es calón. No soy cobarde; pero crea us ted que eso de encontrarse con un ataúd después de una sesión de-espiritismo es capaz de asustar ai ^mismísimo diablo. ¿ Asombrado y balbuciente conté a * mi amigo lo que había visto. . Nos miramos con la boca abierta, y para convernos de que no estábamos so ñando, nos pellizcamos uno a otro. —Los dos estamos enfermos-ydi.'o Pogostof, que era médico;—sin duda estamos despiertos, y es posible que los ataúdes no sean ilusiones, sitió cosas reales y verdaderas. ¿Qué hace- w mos, querido? Si nos quedamos en la escalera haciendo suposiciones fr exponemos a coger una pulmonía: más vale desechar el miedo y Asi lo hicimos. Al entrar en la habitación provistos de una luz, < vimos un ataúd forrado de raso blanco con franjas de oro. El vecino se santiguó piadosamente. * —Ahora es preciso saber—dUb Pogostof temblando de pies a cabeza— si este féretro está vacío______/o ha- bitado. Después de un momento -de vacilación, mi amigo se inclinó sobre,el féretro, apretando los dientes, y.-levantó la tapa. Todos nos apresuramos a mirar. El ataúd estaba vacío. Dentro no había más que una carta cohcebida en estos términos: “Querido Pogostof: Ya t& sabc< que los asuntos de mi suetféo van muy mal. Está de deudas hasta el cuello. Mañana o pasado vienen a embargar sus bienes, lo cual árrui nará a su familia, a la mia y pondrá su honor en entredicho; el honor, que es antes que todo. En el consejo de familia celebrado anoche decidimos ocultar todo lo que tenga valqr, v consistiendo su fortuna en féretros (pues, como sabes tiene el almacén de artículos fúnebres más, acredita do), hemos resuelto esconder los mejores. Me diriio a ti, como a un buen amigo*, rogándote que me ayudes .. salvar nuestra fortuna y nuestro ho-? ---r— ;.-——<. • /' ~yy— (Peta a la última).