vida y del desarrollo de mi hijo. Lloré: mas antes de que Pablo regresara con el niño, ya habia concedido que mi tristeza no tenia fundamento: pues era algo que yo misma habia prometido voluntariamente. y cualquier discusión de mis sentimientos seria fútil y aun equivocada. Cuando Beto tenia casi cuatro años, nació Joel. Los incidentes relacionados con su bautismo fueron casi iguales a los que acontecieron al principio de la vida religiosa de su hermano, pero yo ya sabia lo que iba a pasar y pude estar con más calma. A medida qu<- mis hijitos aprendieron a hablar, a escuchar cuentos y a gozar de poesías, yo no pude enseñarles las pequeñas y sencillas oraciones que sirven para impartir a todos los niños protestantes sus primeras impresiones de una relación directa con Dios. La educación religiosa de mis hijos tenia que ser netamente católica, lo cual significaba que yo tenia que dejarla a Pablo y a las monjas y a los sacerdotes. Cuando Beto cumplió cinco años. Pablo empezó a llevarlo a la misa. Yo lo arreglaba con su mejor ropa y lo enviaba con su padre. Joelito estaba demasiado pequeño para que yo lo dejase para asistir a los servicios de mi iglesia. Al regresar Pablo y Beto, yo le hacia a Beto las mismas preguntas que toda madre hace a su hijo cuando regresa de la escuela dominical. No podia decirle. • Enséñame lo que hiciste esta mañana." o "Dime qué historias te contaron." pero le preguntaba qué habia pasado, qué habia visto y oido. Casi siempre me contestaba. "Nada pasó, mamá; no hay nada que decir." Recordé esto hace poco, cuando un adulto que se hizo católico me platicó que la primera amonestación del sacerdote habia sido en contra de cualquier discusión o argumento religioso con los protestantes. Pablo y su familia dieron por sentado que Beto iría a la escuela parroquial. Yo sabia que asi lo hacían los niños católicos y no me oponia: sin embargo, no deseaba que mis niños tuvieran una educación exclusiva católica, a tal grado que todos sus compañeros y amigas serian católicos y casi no tendrían ninguna asociación con los niños de otras denominaciones. Creo que la escuela debe ser una preparación para la vida y no deseaba que mis hijos llegasen a pensar que podrian asociarse solamente con los de su propia religión. Esto se lo dije a Pablo, y él escuchó atentamente y dijo que era de la misma opinión. Acordamos que Beto asistiría a la escuela parroquial los primeros cuatro años y terminaría su educación elemental en la escuela oficial, para conocer ambos ambientes durante la niñez. Cuando Beto terminó el cuarto año. le tocó a Joel entrar a primero, y ese año decidimos que seria mejor enviar a los dos a la escuela oficial, para que estuvieran juntos, y que Joel podria terminar sus estudios elementales en la escuela parroquial. En la larde del primer dia que enviamos los niños a la escuela oficial, sonó el teléfono y Pablo contestó. Por veinte minutos, al seguir yo haciendo mi trabajo de la casa, pude escuchar frases de la conversación, bien sazonadas con 20 "Padre." por lo que sabia que platicaba con el .sacerdote. Cuando al fin Pablo regresó al cuarto donde yo estaba, se veía muy triste, casi enfermo. "Irene." me dijo, "si enviamos a los muchachos a la escuela oficial, se me negarán los sacramentos de la iglesia." "Pero, ¿por qué?" le pregunté. "Las escuelas oficiales son para todos: católicos, protestantes, judíos, todos. Por eso quiero que mis hijos asistan a la escuela oficial y conozcan a todos." Pablo meneó la cabeza. “No puedo explicarlo. Gústenos o no. asi es. Si enviamos a los muchachos a la escuela oficial, significa que tú has faltado a tu promesa de criarlos como católicos, y que yo he dejado mi religión." Bueno, nos peleamos, pero en toda forma. Dije todas las cosas que habia estado suprimiendo por doce años. Insistí en que este es un país de libertad y tolerancia religiosa, pero que no encontraba tales ideales en mi propia familia. Protesté que no era mi intención criar a los muchachos fuera de la iglesia católica, pero que ya se hacia de mi promesa una interpretación tan rígida que me disponía a repudiarla. Pero todo lo que Pablo y yo pudimos decirnos, fue inútil ante el reglamento que su iglesia ha establecido para la educación de los niños y contra el hecho de que. al no observar este reglamento, él se exponía a que le negaran los sacramentos, castigo que seria inaguantable para él y para su familia. Finalmente dije. "Esto prueba que ninguno de los dos sabe cumplir una promesa. Yo estoy faltando a mi promesa solemnemente firmada; tú estás faltando a la tuya, de permitir que Beto asista a la escuela pública; ambos estamos haciendo caso omiso de nuestra promesa de procurar •arreglar’ las cosas, porque sólo podemos arreglar si yo cedo. Ya que no podemos cumplir nuestras promesas, lo mejor que podemos hacer es separarnos." Por supuesto que no nos separamos. Dos personas que se quieren, que tienen dos hermosos niños y esperan otro —porque yo ya estaba esperando a José— no pueden deshacer su hogar por diferencias religiosas. Lo que hicimos fue pasar una tarde bastante triste, hablando, hablando; pero esta vez. sin engañarnos a nosotros mismos y decir que "arreglaríamos" las cosas. Sabíamos que seria necesario permitir que la iglesia de Pablo hiciera eso. y que. para que nuestro matrimonio durara, yo tendría que ceder en todo asunto religioso. Pablo comprendió que esto era injusto para mi; aun entendió el daño permanente que estaba causando, y su tristeza fue tan grande como la mía; pero toda la vida de obedecer ciegamente las enseñanzas de su iglesia lo tenia tan dispuesto a aceptar sus fallos como inapelables. que siempre tendría que obedecerlos. La siguiente mañana matriculamos a Beto y Joel en la escuela parroquial. Cuando José, nuestro hijo menor, tenia diez y ocho meses, nos cambiamos al pueblo donde ahora estamos, y cuando le tocó entrar a la escuela, no perdimos el tiempo en discusiones sino que lo enviamos a la escuela parroquial. Nuestro pueblo no tiene secundaria EL PROMOTOR DE católica y. por eso. nuestros hijos podrán pasar por lo menos cuatro años en la escuela oficial; por esto estoy contenta. Por lo menos, no se arrojarán a la corriente de la vida sin haber tenido asociación con jóvenes protestantes y judíos y aun con los que no tienen ninguna religión. Beto terminó la escuela oficial este año. Joel ingresará en septiembre, y José hará lo mismo cuando llegue su turno. III En toda la vida religiosa de mis hijos, yo no puedo participar. Sólo puedo ser un espectador. He ido con ellos a misa algunas veces, pero soy solamente un curioso sin ninguna unión o relación espiritual con ellos durante el ritual y cuando se acercan al altar para tomar ¡a comunión, yo no puedo acompañarlos. Al paso de los años, muchas noches he ayudado a mis hijos con sus tareas de la escuela: aritmética, geografía, lectura. y todas las materias seculares. Pero cuando llega el tiempo de estudiar el catecismo, una parte importante de su educación, ellos tienen que hacerlo a solas. Yo no puedo enseñarles lo que no creo. Lo que me gustaria hacer, seria participar con calma en un estudio religioso y explicarles en qué puntos su fe es paralela a la mía y en qué puntos difiere, para que. aun siendo católicos, ellos entendieran mi religión. En la mesa, los muchachos recitan las oraciones católicas que les enseñan las monjas de la escuela parroquial. Cuando estaban pequeños, yo los alistaba para la cama y les daba su beso de buenas noches: entonces Pablo entraba a la recámara de ellos y él y nuestros hijos rezaban juntos. El sentido de quedar excluida, de no estar en mi lugar, que esa costumbre me ha causado, ha sido difícil de sobrellevar. Mi madre siempre oraba con nosotros en las noches, y todavia no puedo resignarme ante la imposibilidad de hacer lo mismo con mis hijos. Con frecuencia Pablo y los muchachos van a misa temprano y están de regreso en la casa para cuando yo salga hacia mi templo. José es tan pequeño que todavia no comprende las cosas que le están enseñando en su iglesia, y cuando ve que me pongo el sombrero y los guantes, muchas veces pregunta. "Mamá, ¿puedo ir contigo?" Quisiera con todo el corazón concederle el privilegio. pero lo prohibe la lista de pecados específicos que se le ha dado a mi hijo de ocho años para ayudarle a recordar lo que tiene que confesar. Bajo el encabezado de "¿He Pecado..." una de las terminaciones es: "asistiendo a otra iglesia?" No puedo permitir deliberadam nle que mi hijo haga algo que a él se le enseña que es pecado y por lo cual tendrá que confesarse y hacer penitencia. No importa cuánta sea la tolerancia religiosa de uno. o qué promesas se hayan hecho antes del matrimonio, casi cualquier madre ha de sentirse defraudada cuando se da cuenta de que a su hijo, con el consentimiento y la aparente aprobación de ella, se le enseña que es pecado que él asista a la iglesia de ella. EDUCACION CRISTIANA Incesantemente nos confrontan pequeños ejemplos de nuestra división religiosa. Hace poco estaban doctrinando a José respecto a la gran importancia de ser sepultado en tierra sagrada. Para el protestante, tal idea da demasiada importancia a los restos fisicos del cuerpo. Yo me sentí mal cuando mi hijo, preocupadísimo, se me acercó y dijo. "Mamá, tú y yo no podemos ser sepultados en el mismo lugar, ¿verdad?" Durante mi niñez, nuestro pastor era tan importante en nuestra vida como lo era el médico de la familia. Y hoy dia veo como muchas de mis amigas, al criar a sus hijos, dependen de la ayuda y del consejo de sus pastores. Pero nuestra familia no tiene pastor. El sacerdote nunca viene a nuestra casa; apenas lo conozco de vista. Mi pastor comprende la situación, pero, mientras yo cumpla mi promesa premarital de una manera que satisfaga a la iglesia católica, él no puede ayudarme con ningún problema que incluya el bienestar espiritual de mis hijos. Siento una soledad espiritual constante, no porque mi esposo y mis hijos sean católicos, sino porque no se les puede dar una explicación imparcial y una comprensión del protestantismo. En una familia en donde ni el esposo ni la esposa toman en serio la religión, tal falta de comprensión tendría poca importancia; pero cuando se casan dos personas que son intensamente religiosas de una manera tan diametralmente opuesta. están procurando una unión que nunca podrá ser completa. Desde un principio apartan un sector importante de su vida y le ponen un rótulo de "ningún contacto." Hace años que lei un folleto católico titulado Cásate con uno de los tuyos. Era un librito para la juventud católica y subrayaba la idea de que debieran casarse solamente con católicos. Cuando lei los argumentos de ese folleto, me enojé. Pensé que era torrible insistir que las diferencias denominaciona es pudiesen proscribir el matrimonio. Mas ahora, no me siento asi. Mis hijos son católicos, y hasta donde yo sé. son "buenos católicos." Si eh >s siguen leales a su iglesia, entonces yo deseo y espero que se casen con muchachas católica?.. Lo que deseo sinceramente para lodos los jóvenes católicos y protestantes que se enamoran, es que pudieran conprender de una manera parcial lo que es y enseña la otra denominación, que pudieran casarse sin que la otra religión constituyese una barrera, que pudieran criar a sus hijos con una comprensión de ambas religiones. y cuando eso.- hijos estén listos para hacerlo, dejar que ellos mismos escojan su iglesia. Para mi. eso seria libertad religiosa. No veo ni siquiera el principio de tal actitud y práctica de tolerancia: y por eso espero que mis hijos sigan el consejo del folleto que antes consideré demasiado fanático. Anhelo para ellos el gozo de comprender y compartir todo en su matrimonio. Reproducido en Home Life de The American Mercury, de la que es propiedad literaria 21