de todos los días*', es que nuestra esperanza de amar fine mudio ^mes ¿ que nosotros. Una inmensa y amarga tristeza, un inexorable abatimicn to, invaden entonces nuestro ánfmo; desvanecióse el supremo miraje,’trocóse el oro en grosero oropel. ? —¡Luego yo no queríal—pensamos —¡ Luego he vivido en Ala* ficción y en la mentira; una mejratira que, por igual, nos envolvía a “Ella?’ y a mí!— ¿Dónde buscar entoncespá .yer4ad, si hasta el corazón, que tkhSéerca late de nosotros, así nos entafia?¿í’_ Frecuentemente, sin embargo, .continuamos mostrándonos eqainorados de la persona objeto 'de nuestra equivocación, para no lastimarla. -No queremos hacerla sufrir, no conseptire-mos que llore, no la daremos motivos de que nos llame ingrato^. Pprque aquellos ojos—adorados .un día—no se aflijan, apelaremos a’.toclás las mentiras, y apartando las cenias soplaremos, perseverantes, piadosos y nobles, sobre las brasas de la vi^ja hoguera. El amor pierde Lsu carácter egoísta; el amor se bate*;en retirada, y al dejarnos, para ser bello siempre, se viste con galas de fiíatitropía y misericordia: 4 —¿Cómo abandonar así a la persona que nos quiere tanto —nos decimos. Lo triste—¡oh, perpetua'falacia de las cosas!—es que esta segunda vez nos equivocamos también; es decir: que creemos ser amados, no siépdoio. Los autores parecen haber ^ahondado poco en este sutil y curiosísimo ¡panorama moral. Nuestra alma divaga por una selva de supercherías ^inextricables, y apenas conocemos' un engaño, cuando tropezamos -y caemos en otro. De esta parte, la .ilusión de amar; de aquella, la ilusión .s amantes han pensado en separarse y no lo saben, y cuando lo saben, se Modelo de abrigo para Señora. ________■_...____। HHiimiimrnnnmmincmnnfmnnínniifflmninniiinniiinniii : tYrrr., :x>. . pifmn :Yr