Narración Evangélica — UNA CUESTION DE REFINAMIENTO CRISTIANO Por A. Almudévar I. En Peligro "¡Cuidado, Marcos!" avisóle ella con angustia en su voz. Chirriaron los frenos, el coche se inclinó hacia la izquierda de la calzada, pasó raudo el otro vehículo, dejando tras su paso como una estela de voces gritando no se sabia qué, y el hermoso coche quedó parado a un lado del camino, en tanto su joven conductor secábase el sudor que perlaba sus sienes, y con voz temblorosa exclamaba: "¡Creo, querida, que el Señor acaba de salvamos la vida." "Pero, querido, ¿por qué no me dejas conducir a mi, como te rogué saliendo del templo? Estás tan nervioso. Ven, cambiemos nuestro lugar, que estamos ya cerca de nuestra casa." El joven pastor Marcos Leal obedeció sumiso. Ella, acomodándose en su nuevo asiento, se inclinó hacia su esposo para besarlo en la mejilla, luego movió la palanca de arranque y el coche empezó a moverse. Ella, poniendo sobre el volante sus manos finas de verdadera dama, enguantadas en blanco, dijo: "Y tú. querido, deléitate con las cambiantes luces del crepúsculo, y procura olvidar las tempestades de las reuniones de negocios de la iglesia. Siguió un corto silencio, y la misma voz. ahora hablando más suavemente, concluyó: “Creo que todos habéis perdido un poquito la compostura cristiana esta tarde." Y en silencio siguió conduciendo su coche camino adelante. al fin de la bella tarde primaveral que era como un canto a la vida. En tanto él. su compañero en el viaje del vivir, se sentía triste, se miraba a si mismo como un pobre fracasado. Y en silencio llegaron a la bella morada, blanca y crema. con brillante tejado rojo, sonaron el timbre, entraron y él guardó su coche en el pequeño garage. II. Intimamente Sentados ante la mesita del té. uno frente al otro. él. alto y varonil, ella fina y armoniosa, ambos hermosos, se miraron por un momento en silencio. La esposa, presentando la bandeja de las pastas secas a su compañero, habló: "Bien ... ¿y qué me dices, querido?" “¿Qué? Pues, no sé. amada mía. De veras no sé; ya ves..." Y pareció quedar como ensimismado, en tanto sus ojos miraban a través del jardín como si se sintiese sujeto a la visión suave de las luces de aquel poético crepúsculo Illa que moría sobre los montes plateados. "¿Qué miras? querido" preguntó la joven. "No lo sé. Acaso no mirase nada. Elena." “Entonces", inquirió ella "¿no te fijabas en cuán bella brilla ya la estrella de la tarde?" Y sin esperar respuesta del joven siguió hablando: "En cambio yo, viéndola, he recordado uno de mis textos favoritos: Acontecerá que al tiempo de la tarde habrá luz"